Argentina campeón del mundo en México ’86.
El 29 de junio de 1986 Argentina se consagraba campeón del mundo por segunda vez y el país se unía en un grito alrededor de un gran equipo que tuvo como máximo líder al mejor Diego Armando Maradona.
Mucho se lee en estos días de aquella página dorada en la historia de la Selección Nacional. El equipo conformado por Carlos Bilardo había partido hacia México rodeado de un gran escepticismo. Sin embargo, ellos estaban seguros que iban por algo grande en tierras Aztecas. El mejor del mundo, Diego Armando Maradona, sabía que debía ser su Mundial y alrededor contaba con laderos que no lo dejarían solo en las difíciles.
Con todas las discrepancias que hoy tengo respecto a las actuales intervenciones verbales de Maradona, hago un intento de separar su verborrágico presente de aquellos tiempos de Selección y recuerdo un artículo, a modo de carta, que escribí en 2002 en la revista que la Asociación del Fútbol Argentino publicó de manera especial en vísperas del mundial de Corea-Japón, editada por Link Creativo.
Comparto un fragmento de aquella publicación que se tituló “La más bella historia de amor” y que siento como homenaje a ese Diego Armando Maradona sublime que, junto a sus imprescindibles compañeros, le dieron la última gran alegría al futbolero pueblo argentino.
Querido Diego: Recorriendo tu trayectoria resulta fácil identificar cuál fue el momento más grandioso y el gol más espectacular de tu carrera. Aquella tarde en el estadio Azteca dejaste perplejas a las 114 mil personas que se pellizcaban para convencerse que era cierto lo que sus ojos veían y provocaste la agitación del corazón de un pueblo que agradecía tanta alegría a miles de kilómetros.
Si bien habías nacido y crecido junto a la pelota, ese mes en México era el tiempo que necesitabas para conquistarla plenamente y demostrarse mutuamente lo importante que son el uno para el otro.
Te habías preparado a la perfección para que todo saliera como lo habías soñado de chico y no bien empezó aquella aventura enseguida se pudieron notar los celos que cada adversario te tenía. Si no, cómo se podría explicar tanta agresividad. Anduviste por el piso una y otra vez. Pero siempre te pusiste de pie y fruto de tu experiencia, convertiste tantos agravios en cariño hacia la pelota.
No hubo que esperar demasiado para tu primera muestra de afecto a tu compañera inseparable. Por un instante te mantuviste suspendido en el aire y con una suave caricia empataste el partido ante los italianos campeones del mundo cuatro años atrás. Como si hubieras elegido vos mismo el momento en el que querías sorprender al mundo, “dejaste” pasar a los búlgaros y a los uruguayos para darle libertad a esa zurda divina que tenía preparado el milagro menos pensado.
Cada zigzagueo en esa corrida veloz era una pincelada sobre el césped que iba creando una obra de arte fabulosa y una clara muestra que tu fidelidad a la pelota sería eterna.
Fue el obsequio más lindo que le regalaste a ella y a tu pueblo aunque todavía había más. Dos perlas preciosas en el siguiente encuentro ante los belgas y la expectativa para ver qué era lo que tenías guardado para el último día del viaje ya era una cuestión mundial.
Pero te tenían maniatado. Los alemanes no te dejaban mover y te perseguían incansablemente. Por eso tuviste el coraje de desprenderte de tu prometida por un instante y confiaste en un amigo -Jorge Burruchaga- para que la llevara hasta el sitio donde más te gusta verla: el arco.
Sin dudas debe haber sido el mes más importante de ambos. Durante ese tiempo el mundo conoció el máximo exponente de una relación que emocionó a todos.
Además, Diego, lo maravilloso de esta historia es que ustedes -vos y la pelota- no querían disfrutar solos. Al contrario, se unieron para que todo un pueblo celeste y blanco se estremeciera hasta las lágrimas y para que creyera en el amor entre el hombre y la pelota.