Protagonistas de una justicia sanitaria

Protagonistas de una justicia sanitaria

Las relaciones sociales nos permiten ser conscientes de nuestro potencial para revitalizar el espacio público como espacio de encuentro y activar el protagonismo ciudadano que tenemos como actores sanitarios.

En pleno estallido de la revolución industrial la aglomeración abrupta en torno a los focos productivos, sin una adecuada receptibilidad, produjo el desarrollo amontonado y complejo de las ciudades. Las condiciones de hacinamiento, sumadas a la explotación laboral, fueron el caldo de cultivo para innumerables enfermedades que inundaron la nueva configuración poblacional. El urbanismo moderno surgió entonces como respuesta a una problemática sanitaria. Establecer cierto orden en la planificación de las ciudades intentó responder a la demanda de higiene, facilitar los accesos y el tráfico comercial. Sin embargo, esta “respuesta” llegó tarde. Por el contrario, el liberalismo reinante sugería que toda intervención estatal, aún en la distribución del espacio y su regulación, significaba un atropello al sector privado. Solo cuando las pésimas condiciones de vida afectaron la élite burguesa y el desarrollo desenfrenado de la ciudad, incluso tocando límites de la productividad del capital, empezó a pensarse en una metodología urbana. Hubo allí un “otro” que fue desconocido: una interrelación social, espacial, sanitaria concreta, propia del convivir, que fue expresamente abandonada.

Así también, frente al azote de la tuberculosis a principios del siglo XX la arquitectura moderna ha moldeado sus formas para responder a las necesidades de ventilación, evitar el polvo y brindar espacios de pulcritud. Se evidencia así el punto de contacto entre la dimensión espacial y sanitaria.

Hoy nuestro estado de emergencia nos obligó a repensar algunos presupuestos construidos al respecto, como ser la sobrevalorada ponderación de la vida urbana por sobre la rural y la relación entre espacio público y privado. La prevención y el abordaje de la emergencia presuponen un espacio apropiado, que se configura de las más variadas formas en nuestra diversidad territorial. El programa “quedate en casa” da por sentado que la vivienda resulta ser el lugar de protección más alto, poniendo a prueba los mecanismos de contención estatal para todo excluido. Incluso se ha efectuado un movimiento interesante: en lugar de ir al efector de salud, el servicio se acerca a mi casa. Aun así, con todos los esfuerzos desplegados, muchos otros quedan fuera de un sistema y resulta necesario repensar el ejercicio de derechos fundamentales.

Esta interrelación social descuidada por un individualismo aislante vino a reclamar su protagonismo: el cuidado de mi cuerpo afecta a otros, el descuido del otro me impacta. La responsabilidad social reside en una configuración nueva del nosotros. La aldea global se asienta en una casa común, y convive mucho más conectada de lo pensado. Pero no solo en términos de conectividad, sino de convivencia: se eleva el grito de las venas abiertas, reclamando con urgencia una respuesta. Las grandes desigualdades son esta grieta latinoamericana que las democracias no hemos podido salvar. ¿Será un momento de ruptura epistemológica? ¿O será otro momento que pasa, anestesiando todo impulso de cambio?

El proceso de globalización con sus estándares trae una oleada de marginación, a la que la pandemia actual suma excluidos. Se profundiza la trama de vulnerabilidades: crisis habitacional, desplazamientos forzados, matriz productiva que se deseca. La complejidad de las circunstancias sociales exige respuestas jurídicas que se adecúen flexiblemente a ellas, dinamismo que muchas veces cuesta irrigar en las estructuras y engranajes de un sistema preparado para consagrar estabilidad y firmeza. Y, debe decirse, esconde privilegios que resisten. La clave para mantener estas dos características (flexibilidad y seguridad) será anclarse en un programa axiológico concreto, sólido, sostenido, que permita así resolver por medio de reglas y principios los distintos desafíos. Nuestro presente requiere un horizonte valorativo claro, anclado en la dignidad humana.

Aquí yace un gran potencial: el ejercicio del derecho de la salud tiene actores por todos lados1. Nos encontramos como protagonistas de un sentido amplio de justicia: no solo el tribunal resuelve la judicialización de conflictos sanitarios, somos también nosotros repartidores de justicia. Con esta gran conciencia de posibilidad podremos “salir de casa” al descubrimiento del rostro del otro, que exige una respuesta. Un espacio puede ser saludable siempre que tenga acogimiento. La propuesta es, en conciencia de nuestro potencial, revitalizar el espacio público como espacio de encuentro, y activar el protagonismo ciudadano que tenemos como actores sanitarios.

Este reconocer al otro, que convive en el mismo espacio, que su estado de salud impacta en mi cuerpo, que sus posibilidades de desarrollo personal nutren al colectivo, enriquece la trama social, ahuyentando la construcción de guetos. Y debe abrirse incluso hacia nuevos horizontes: hacia el cuidado de la vida toda, de otras especies, de la casa común. Es un sentido de salud más amplio todavía. La omnipotencia del hombre moderno que se enaltece en la conquista sobre la naturaleza se encuentra en crisis, de la que podrá reinventarse humildemente en diálogo con todo lo que vive.

Chiara Lubich nos ha dejado un programa concreto para hacerlo: una ciudad no basta. Empezar reuniéndose, codo a codo, con quienes están dispuestos al amor recíproco. E ir en busca de los más abandonados. Es la gran posibilidad para que surja el hombre nuevo.

* Abogada, profesora, doctoranda por la Universidad Nacional de Rosario.

1.  El Derecho de la Salud surge recientemente como rama transversal del Derecho, atravesando las ramas clásicas. Ver: CIURO CALDANI, Miguel Ángel. Filosofía trialista del Derecho de la Salud. Revista del Centro IFJ y FS, (28), 19.

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