En su última encíclica Fratelli Tutti, el papa Francisco habla muchas veces de la comunicación y de la información. Su juicio, resulta claro, no es unívoco: es preciso, propone Bergoglio, saber aprovechar las grandes potencialidades de los nuevos medios.
El 3 de octubre, en Asís, el papa Francisco firmó la encíclica Fratelli tutti, la tercera de su pontificado, que, como se sabe y como se intuye a partir del título, está centrada en la fraternidad universal. En varios puntos de la encíclica el Pontífice aborda los temas de la comunicación y de la información, en una palabra, de la infoesfera. ¿Por qué tanta atención por parte del Papa argentino sobre el tema de la comunicación? Creo que las razones son al menos tres: la primera es muy sencilla, y consiste en el hecho de que el Papa ha escrito el cuerpo central de esta encíclica durante la cuarentena, bajo el confinamiento que él mismo se vio obligado a cumplir, junto con la casi totalidad de la humanidad. Por lo tanto, el Papa advirtió la invasiva y creciente importancia de los medios, y en particular de las redes sociales, durante el periodo oscuro pero también, en ocasiones, luminoso del confinamiento. La segunda razón del interés de Bergoglio por la comunicación se encuentra en el crecimiento exponencial de los elementos globales en nuestro mundo sufriente: la atención a los complejos problemas que aquejan, in primis, a la cuestión ecológica, lo impulsan a interesarse de manera global por los aspectos críticos de la globalización. El Papa escribe, por ejemplo, que “Más allá de las diversas respuestas que dieron los distintos países, se evidenció la incapacidad de actuar conjuntamente” (n° 7). En tercer lugar, creo que el Pontífice ha querido acabar con la idea de que la hiperconectividad sea de por sí catártica, es decir, capaz de elevar al hombre, de permitirle comunicarse con sus semejantes: “A pesar de estar híper conectados, existía una fragmentación que volvía más difícil resolver los problemas que nos afectan a todos (n° 7) y se desarrolla, así, una “una cultura de muros” (n° 27).
¿Qué puede decirse de las reflexiones contenidas en la encíclica Fratelli tutti a propósito de la comunicación y de la información? En primer lugar, es preciso reconocer que el Pontífice no tiene una visión negativa de los medios; de hecho, puede afirmarse que tiene un concepto altamente positivo. Sin embargo, el Papa que proviene de los últimos confines de la tierra sabe muy bien que justamente debido a la extraordinaria potencia tecnológica que poseen estos medios para llegar a los últimos rincones de la tierra, también tienen una notable capacidad destructora, ligada a la finalidad que parecen haber asumido: “… deja de existir el derecho a la intimidad. Todo se convierte en una especie de espectáculo…”. “En la comunicación digital se quiere mostrar todo y cada individuo se convierte en objeto de miradas que hurgan, desnudan y divulgan, frecuentemente de manera anónima” (n° 42). Como de costumbre, los medios no son fines, y así “La conexión digital no basta para tender puentes, no alcanza para unir a la humanidad” (n° 43). Es decir que Bergoglio, captando la capacidad altamente dominante de estos medios, se siente en el deber de afirmar que no son suficientes para crear una verdadera relación entre los seres humanos. Si bien durante la cuarentena los medios han desarrollado una función notable, diría una función sucedánea de las relaciones humanas con respecto a aquellas “en vivo y en directo”, no por ello pueden arrogarse el derecho de convertirse en el modo privilegiado o más aún, en el único medio de relacionarse entre los hombres y mujeres de este incipiente siglo XXI.
El Papa también incluye el mundo de la comunicación digital en su dura crítica, ya contenida en su Laudato Si’, acerca del así llamado “paradigma tecnocrático”, por la que no debemos dejar nuestro futuro en manos de algunas empresas transnacionales: “en el mundo digital están en juego –explica el Papa– ingentes intereses económicos, capaces de realizar formas de control tan sutiles como invasivas, creando mecanismos de manipulación de las conciencias y del proceso democrático” (n° 45). Con un corolario que evidencia una de las críticas más fuertes que se puede dirigir a las grandes redes sociales: “El funcionamiento de muchas plataformas a menudo acaba por favorecer el encuentro entre personas que piensan del mismo modo, obstaculizando la confrontación entre las diferencias. Estos circuitos cerrados facilitan la difusión de informaciones y noticias falsas, fomentando prejuicios y odios” (n° 45).
No por casualidad esta es la misma crítica que desde hace un tiempo dirige a los dueños de las mayores redes sociales el mismo fundador del world wide web, Tim Berners-Lee.
De aquí la atención que el papa Bergoglio dedica en la encíclica Fratelli tutti a la relación entre comunicación y silencio: “Al desaparecer el silencio y la escucha, convirtiendo todo en tecleos y mensajes rápidos y ansiosos, se pone en riesgo esta estructura básica de una sabia comunicación humana” (n° 49). Y nuevamente, un golpe al exceso de información: “El cúmulo abrumador de información que nos inunda no significa más sabiduría.” (n° 50). Con la cita de Gabriel Marcel el Papa desea, entonces, brindar el sentido de la verdadera comunicación: “Solo me comunico realmente conmigo mismo en la medida en que me comunico con el otro” (n° 87). Es decir, en otras palabras, estamos “hechos para el amor” (n° 88). Amor que nos impulsa a ampliar el círculo de nuestros afectos, que nos quiere abiertos a toda la sociedad, que “nos pone finalmente en tensión hacia la comunión universal” (n° 95), que nos abre a “la amistad social” (n° 99). Y esto contrasta con la tendencia opuesta, que concibe a “la persona humana desligada de todo contexto social y antropológico, casi como una ‘mónada’ (monás), cada vez más insensible” (n° 111). Mientras tanto, la interconexión mediática obliga a levantar la mirada y entender que también es necesario “un ordenamiento mundial jurídico, político y económico… hacia el desarrollo solidario de todos los pueblos” (n° 138).
Otra función que el Papa atribuye a los medios, aún hablando indirectamente de globalización, es la de favorecer la conservación de la diversidad cultural: “Lo universal no debe ser el imperio homogéneo, uniforme y estandarizado de una única forma cultural dominante” (n° 144). Leemos en la encíclica Fratelli tutti: “ningún pueblo, cultura o persona puede obtener todo de sí” (n° 150). De allí la importancia de la política, a la cual el Papa dedica un capítulo completo, advirtiendo del peligro de querer dominar todo bajo los imperativos económico-financieros, también a través de los instrumentos digitales de la comunicación: “El mercado solo no resuelve todo” (n° 168), es necesaria una visión solidaria al mismo tiempo que económicamente sostenible, pero “la política no debe someterse a la economía y esta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia” (n° 177). Se necesita el “amor social” que nos conduce a “la civilización del amor” (n° 183). “Vista de esta manera, la política es más noble que la apariencia, que el marketing, que distintas formas de maquillaje mediático” (n° 197).
Y luego, la política no puede menos que acercarse al diálogo, “método” por excelencia de la misma política y de la comunicación: “La resonante difusión de hechos y reclamos en los medios, en realidad suele cerrar las posibilidades del diálogo” (n° 201), con lenguajes que tienden a “descalificar rápidamente al adversario” (n° 201). En cambio, el “auténtico diálogo social”, también el favorito de los medios, “supone la capacidad de respetar el punto de vista del otro” (n° 203). Un diálogo que el Papa hace extensivo al saber y a la ciencia, en un pasaje verdaderamente importante: “además de los desarrollos científicos especializados, es necesaria la comunicación entre disciplinas, puesto que la realidad es una, aunque pueda ser abordada desde distintas perspectivas y con diferentes metodologías” (n° 204): un fuerte llamado a los métodos periodísticos que a menudo no consideran la complejidad social y tienden a dar voz a simplificaciones reduccionistas.
Este es, entonces, el fin de los medios en la actualidad: “En este mundo globalizado los medios de comunicación pueden ayudar a que nos sintamos más cercanos los unos de los otros, a que percibamos un renovado sentido de unidad de la familia humana que nos impulse a la solidaridad y al compromiso serio por una vida más digna para todos” (n° 205).
Pero para conseguirlo “hay que acostumbrarse a desenmascarar las diversas maneras de manoseo, desfiguración y ocultamiento de la verdad en los ámbitos públicos y privados” (n° 208). Con una crítica no menor a los medios: “Lo que llamamos ‘verdad’ no es solo la difusión de hechos que realiza el periodismo (n° 208). El Papa Bergoglio propone, entonces, asociar siempre la palabra verdad a otros dos términos: “La verdad es una compañera inseparable de la justicia y de la misericordia” (n° 227): lo cual significa, para los “mediáticos”, no separar jamás el objeto de la información o de la comunicación de la necesidad de una honestidad radical y de una actitud receptiva. También favoreciendo la paz y el perdón, como explica luego el Papa en una cita bien conocida de la Evangelii gaudium: “la unidad es superior al conflicto… No es apostar por un sincretismo ni por la absorción de uno en el otro, sino por la resolución en un plano superior que conserva en sí las virtualidades valiosas de las polaridades en pugna” (n° 228). La invitación es esencial para una categoría, como la de quienes informan, que fácilmente puede favorecer la polarización estéril de las posturas opuestas.
En la Oración al Creador del final, el papa Francisco dirige una invitación que es válida también para los comunicadores: “infunde en nuestros corazones un espíritu fraternal. Inspíranos un sueño de reencuentro, de diálogo, de justicia y de paz”.
Artículo publicado en la edición Nº 625 de la revista Ciudad Nueva.