Editorial de la edición de noviembre de la revista Ciudad Nueva.
Las divisiones están creciendo cada vez más en el mundo. Somos testigos de todo tipo de fracturas sociales, políticas y económicas. Entre estados, comunidades o individuos vemos que las diferencias han cobrado mayor protagonismo que las coincidencias, siendo utilizadas para polarizar posiciones más que para reconocerlas como ladrillos para construir renovadas relaciones. Incluso muchas veces corremos el riesgo de convertirnos no ya en meros espectadores de esas “rivalidades” sino en mismísimos provocadores de grietas más profundas. Una palabra inoportuna o mal expresada puede caer como una bomba en vínculos ya tensados por el fogoneo constante de medios masivos de comunicación, redes sociales, etcétera.
La humanidad necesita de la fraternidad. No hay vueltas. Y así lo entendió el papa Francisco con la reciente Encíclica Fratelli tutti, la cual traza una hoja de ruta para todos: cristianos, de diferentes religiones y personas de buena voluntad. Es una responsabilidad y un desafío a la vez, sobre todo para quienes adherimos al Ideal de la Unidad de Chiara Lubich, una verdadera maestra del diálogo.
No es casualidad que en esta tercera encíclica del pontificado de Bergoglio, que tiene como punto de partida las palabras de san Francisco de Asís, el término “diálogo” se repita casi tantas veces como “fraternidad”.
En el párrafo 48, el Santo Padre describe una actitud de “sordera” que todos, al menos alguna vez, seguramente hayamos tenido: “El sentarse a escuchar a otro, característico de un encuentro humano, es un paradigma de actitud receptiva, de quien supera el narcisismo y recibe al otro, le presta atención, lo acoge en el propio círculo”. Pero “el mundo de hoy es en su mayoría un mundo sordo. […] A veces la velocidad del mundo moderno, lo frenético nos impide escuchar bien lo que dice otra persona. Y cuando está a la mitad de su diálogo, ya lo interrumpimos y le queremos contestar cuando todavía no terminó de decir. No hay que perder la capacidad de escucha”. San Francisco de Asís “escuchó la voz de Dios, escuchó la voz del pobre, escuchó la voz del enfermo, escuchó la voz de la naturaleza. Y todo eso lo transforma en un estilo de vida. Deseo que la semilla de san Francisco crezca en tantos corazones”.
Ese “escuchar” también podemos reemplazarlo por “leer” al otro, sobre todo en este año de pandemia y aislamiento, en el que el contacto físico se redujo notablemente. “La fraternidad no es una cuestión de cercanía –decía el copresidente de los Focolares, Jesús Morán, en una entrevista a Vatican News en la que comentaba algunos puntos de la Encíclica–, sino de proximidad en el sentido del buen samaritano, de hacerse prójimo con quien sufre”.
Por allí pasa el desafío de ser puentes en esta sociedad agrietada. Y un puente sin dudas es transitado –incluso a veces pisoteado– dejando alguna que otra marca. “Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto, todo eso se resume en el verbo “dialogar”. Para encontrarnos y ayudarnos mutuamente necesitamos dialogar”, escribe Francisco al inicio del capítulo sexto de Fratelli tutti. Y agrega: “No hace falta decir para qué sirve el diálogo. Me basta pensar qué sería el mundo sin ese diálogo paciente de tantas personas generosas que han mantenido unidas a familias y a comunidades. El diálogo persistente y corajudo no es noticia como los desencuentros y los conflictos, pero ayuda discretamente al mundo a vivir mejor, mucho más de lo que podamos darnos cuenta”.
Lo resume poética y cercanamente cuando cita a Vinicius de Moraes: “La vida es el arte del encuentro aunque haya tantos desencuentros en la vida” (nº 215). Se necesita coraje. Valdrá la pena.
Artículo publicado en la edición Nº 625 de la revista Ciudad Nueva.