Fue el pedido del papa Francisco el pasado sábado, en la Basílica de San Pedro, durante el Consistorio Público Ordinario para la creación de 20 nuevos cardenales.
Sebastián Sansón Ferrari – Ciudad del Vaticano
El fuego es la imagen que el Santo Padre Francisco eligió, a partir del Evangelio de San Lucas (“Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!”), para articular su reflexión durante el Consistorio Público Ordinario para la creación de 20 nuevos cardenales, celebrada en la Basílica vaticana este sábado 27 de agosto, ante la presencia de unos 7.000 fieles.
El Pontífice invitó a considerar las dos formas que asume este símbolo y, a la luz de ellas, rezar por los cardenales, “de modo particular por ustedes, que precisamente en esta celebración reciben dicha dignidad y responsabilidad”, afirmó.
El estilo de Dios: Cercanía, compasión y ternura
El Obispo de Roma puntualizó que, con el “primer fuego” (la llama del Espíritu), “el Señor quiere comunicarnos su valentía apostólica, su celo por la salvación de cada ser humano, sin excluir a nadie”.
“Quiere comunicarnos su magnanimidad, su amor sin límites, sin reservas, sin condiciones, porque en su corazón arde la misericordia del Padre. Y dentro de este fuego se encuentra también la tensión misteriosa, propia de la misión de Cristo, entre la fidelidad a su pueblo, a la tierra de las promesas, a aquellos que el Padre le ha dado y, al mismo tiempo, a la apertura a todos los pueblos, al horizonte del mundo, a las periferias aún desconocidas.”
Un fuego que arde
Sobre el segundo fuego, “en las brasas”, el Sucesor de Pedro dijo que “este fuego arde, de modo particular, en la oración de adoración, cuando estamos en silencio cerca de la Eucaristía y saboreamos la presencia humilde, discreta, escondida del Señor, como un fuego en ascuas, de manera que esta misma presencia se convierte en alimento para nuestra vida diaria”.
Un fuego que le hace pensar, por ejemplo, en Carlos de Foucauld, “quien, al haberse encontrado por mucho tiempo en un ambiente no cristiano, en la soledad del desierto, centró toda su atención en la presencia, tanto la presencia de Jesús vivo en la Palabra y en la Eucaristía, como la propia presencia del santo, que era fraterna, amigable y caritativa”. También en los hermanos y hermanas “que viven la consagración secular, en el mundo, alimentando el fuego bajo y duradero en los ambientes laborales, en las relaciones interpersonales, en los encuentros de pequeñas fraternidades; o también como sacerdotes, en un ministerio perseverante y generoso, sin hacer alarde, en medio de la gente de la parroquia”.
“Y no nos olvidemos del fuego en ascuas custodiado por los ancianos”, exhortó el Papa, que “son un tesoro, el tesoro de la Iglesia”, insistió Bergoglio. “Son el hogar de la memoria en el ambiente familiar, social y civil. ¡Qué importante es este brasero de los mayores! En torno a él se reúnen las familias, permitiendo leer el presente a la luz de las experiencias del pasado y tomar decisiones sabias”, expresó.
¿Qué me dice a mí y a ustedes este doble fuego de Jesús?
Dirigiéndose a los hermanos Purpurados, “a la luz y con la fuerza de este fuego camina el Pueblo santo y fiel, del cual hemos sido convocados y al que hemos sido enviados como ministros de Cristo, el Señor”.
“¿Qué me dice a mí y a ustedes, en particular, este doble fuego de Jesús?”, se preguntó el Santo Padre. “A mí me parece que nos recuerda que el fuego del Espíritu mueve al hombre lleno de celo apostólico a cuidar con valentía tanto las cosas grandes como las pequeñas, porque non coerceri a maximo, contineri tamen a minimo, divinum est”, añadió.
El mismo fuego espiritual de siempre
Francisco recordó que “un Cardenal ama a la Iglesia, siempre con el mismo fuego espiritual”, ya sea tratando las grandes cuestiones (“la grande diplomacia”) como ocupándose de “las pequeñas cosas pastorales”, encontrándose con los grandes de este mundo y con los pequeños, “que son grandes delante de Dios”.
Solo Jesús conoce el secreto de esta magnanimidad humilde
“El secreto del fuego de Dios, que desciende del cielo, iluminando de un extremo al otro, y que cocina lentamente el alimento de las familias pobres, o de los migrantes, o de quienes no tienen un hogar”, aseveró el Obispo de Roma.
“No somos un número”
El Papa remarcó que Jesucristo nos lleva a cada uno por nuestro nombre. “Nos llama por nuestro nombre, nos mira a los ojos, a cada uno de nosotros: mirémonos a los ojos, y nos pregunta: Tú, nuevo cardenal, y todos ustedes, hermanos cardenales: ¿puedo contar con ustedes?”, interpeló a los nuevos Purpurados.
Al concluir su homilía, Francisco dirigió un pensamiento especial al Cardenal Richard Kuuia Baawobr, obispo de Wa, en Ghana, quien se ausentó por un problema de salud.
El rito de creación de los nuevos Purpurados
Luego de la homilía, el Santo Padre pronunció la fórmula de creación de los cardenales, quienes juraron fidelidad a él y a sus sucesores “hasta el derramamiento de sangre”. Uno a uno, se acercaron a la sede para recibir, de rodillas, los símbolos del cardenalato: el solideo rojo, el birrete, el anillo y la bula con la asignación del título o diaconía.
Cada uno de ellos recibió el abrazo de la paz de Francisco, un gesto replicado inmediatamente después por el Cardenal Decano, el primero de los Cardenales Presbíteros y el primero de los Diáconos, en representación de todo el Colegio Cardenalicio. (Aquí puede leer la nota informativa de la Oficina de Celebraciones Litúrgicas Pontificias)
Entre los aspectos singulares de este Consistorio, cabe resaltar que fue creado el primer Purpurado de la historia del Paraguay, Mons. Adalberto Martínez Flores. Los otros tres nuevos Purpurados latinoamericanos proceden de Cartagena de Indias, en Colombia, y de Manaos y Brasilia, en Brasil.
Fuente: Vatican News