Editorial de la revista Ciudad Nueva del mes de mayo.
“Solo le pido a Dios/que lo injusto no me sea indiferente”, cantamos con fuerza y emoción cuando nos dejamos llevar por los variados sentimientos que nos despierta la canción de León Gieco.
La injusticia rebela al ser humano que sueña una humanidad en la que cada persona pueda gozar de su dignidad. Cuando esta falta o queda sumergida bajo una realidad opresora, asoman las diferencias que no construyen. Somos únicos e irrepetibles, como se explicaba en la edición anterior de Ciudad Nueva, pero apoyados en una igualdad de derechos que no siempre se respeta.
Somos testigos de una infinidad de situaciones de injusticia y dolor humano: crímenes de todo tipo, trata de personas, abusos, xenofobia, el egoísmo, la desigualdad entre países y dentro de los propios estados… y la lista puede ser interminable.
Hablar de justicia es referirse no solo a los derechos y a la dignidad de cada uno, es también contemplar las obligaciones, las libertades, las responsabilidades, el respeto entre ciudadanos, ante la ley y con el planeta. Los principios éticos juegan un papel preponderante, como así también las políticas públicas que puedan garantizar precisamente que cada habitante de una nación no vea vulnerados sus derechos esenciales.
“La justicia tiene una significación fundamental en el orden moral entre los hombres en las relaciones sociales e internacionales. Puede decirse que el sentido mismo de la existencia del hombre sobre la tierra está vinculado a la justicia”, explicaba san Juan Pablo II al referirse a la virtud de la justicia. Y agregaba: “Es permanente el esfuerzo continuo y la lucha constante por organizar con justicia el conjunto de la vida social en sus aspectos varios. Es necesario mirar con respeto los múltiples programas y la actividad, reformadora a veces, de las distintas tendencias y sistemas. A la vez es necesario ser conscientes de que no se trata aquí sobre todo de los sistemas, sino de la justicia y del hombre. No puede ser el hombre para el sistema, sino que debe ser el sistema para el hombre. Por ello hay que defenderse del anquilosamiento del sistema. Estoy pensando en los sistemas sociales, económicos, políticos y culturales que deben ser sensibles al hombre y a su bien integral”.
Por otra parte, la fundadora del Movimiento de los Focolares también se refirió al sentido de la justicia, como leeremos con mayor profundidad en las páginas siguientes: “El mundo no tiene tanta necesidad de leyes nuevas como de actitudes nuevas: necesita hombres que ordenen en sí mismos el amor. Este orden, es justicia. Y solo en este orden las leyes tendrán valor”.
En este sentido, vale retomar lo que decía el Papa polaco: “Es necesario que cada uno de nosotros pueda vivir en un contexto de justicia y, más aún, que cada uno sea justo y actúe con justicia respecto de los cercanos y de los lejanos, de la comunidad, de la sociedad de que es miembro… y respecto de Dios”. Y sumaba: “Cristo nos ha dado el mandamiento del amor al prójimo. En este mandamiento está comprendido todo cuanto se refiere a la justicia. No puede existir amor sin justicia. El amor “rebasa” la justicia, pero al mismo tiempo encuentra su verificación en la justicia”.
La práctica de la justicia se mueve de lo micro a lo macro. De nada sirven instituciones, sistemas de gobierno, legislaciones, políticas públicas que la provean y resguarden si cada uno no asume su responsabilidad de custodiarla y cumplirla. Del mismo modo ocurre en sentido contrario, ya que cuando las instituciones funcionan transmiten confianza a una ciudadanía que se anima a defender y proteger la justicia en las pequeñas acciones cotidianas.
Todos conocemos las pinturas y esculturas que representan a la Justicia, sopesando con la balanza los intereses o situaciones opuestas y defendiendo el derecho con la espada. Y aquí vale la referencia que hace el papa Francisco: “La iconografía cristiana añade además un detalle de no poca importancia: los ojos de la Justicia no están vendados, sino vueltos hacia arriba, y miran al Cielo, porque solo en el Cielo hay verdadera justicia”.
Artículo publicado en la edición Nº 630 de la revista Ciudad Nueva.
Está bueno el artículo, aunque lo veo muy teórico. Y en la teoría, es muy difícil equivocarse o decir algo refutable. Y menos con el tema justicia. Es tan complejo, que sin la realidad, es muy difícil concebirla. Me hubiese gustado un ejemplo o varios, que pinten la realidad respecto a la teoría, cosa de ir construyendo el sentido de justicia desde lo cotidiano e histórico.