El viernes 10 de abril de 1970 el mundo dejaba de sonar al anunciarse la separación de Los Beatles. Se caían millones de lagrimillas, propias de la beatlemanía. De este modo, el universo perdía algo de cierta armonía que había ido in crescendo desde la década del 60’.
Tal fue la influencia de estos artistas de Liverpool, que L’Osservatore Romano habló en reiteradas oportunidades de ellos. El sábado 10 de abril de 2010, Giuseppe Fiorentino y Gaetano Vallini publicaban bajo el título “Los siete años que sacudieron la música”, una interesante crónica, que traemos a colación, para ver como el periódico de la Santa Sede honra sus lemas «Unicuique suum» y «Non praevalebunt». L’Osservatore conjuga ambas dimensiones, política y laica por un lado, y religiosa por el otro. Y no teme referirse al arte mayúsculo, y la música claramente lo es. A ver si nos espabilamos, por eso mismo compartimos aquel memorable artículo.
Cierto, tomaron drogas; abrumados por el éxito, vivieron años salvajes y desinhibidos; en un exceso de bravuconería llegaron a decir que eran más famosos que Jesús; disfrutaban enviando mensajes misteriosos -incluso satánicos según inverosímiles exegetas-, complaciéndose en rumores urbanos y leyendas sobre su vida y también sobre la supuesta muerte de uno de ellos; ciertamente no fueron el mejor ejemplo para los jóvenes de la época, pero tampoco el peor. Sin embargo, al escuchar sus canciones todo esto parece lejano e insignificante. Cuarenta años (recordamos que el artículo data de 2010), después de la turbulenta ruptura de los Beatles -oficializada el 10 de abril de 1970, pero en realidad ocurrió el año anterior, al término de las grabaciones de Abbey Road- sus hermosas melodías quedan como joyas preciosas que han cambiado la música pop para siempre y siguen regalando emociones.
Todavía hoy, los fans más acérrimos lamentan el final anticipado de un grupo que había sacado el primer disco recién en 1963. Y siguen preguntándose qué y cuántas perlas más podrían habernos dado los cuatro fabulosos si no hubieran resquebrajado irremediablemente una sociedad que parecía haber sido moldeada sobre todo en la amistad. Pregunta legítima, pero enteramente especulativa.
Más o menos deliberadamente, pero como solo lo hacen los verdaderos campeones, Paul McCartney, John Lennon, George Harrison y Ringo Starr decidieron renunciar en el apogeo del éxito y la creatividad. Habían dicho todo lo que había que decir en esos siete años y trece discos que cambiaron la historia de la música pop. Y tal vez no había nada más que añadir.
Reconociendo que la complicidad se había disuelto también por una necesidad de mayor libertad individual, optaron -aunque con no poco pesar por parte de algunos de ellos- por continuar como solistas, brindándonos algunas buenas obras,) y McCartney ( Band On The Run ), pero ya no alcanzan las alturas que solo el trabajo conjunto había hecho posible. Y ciertamente no fue fácil sacudirse tanto pasado. Habían sido los Beatles, el grupo más famoso y aclamado del mundo, y durante un tiempo el peso del mito pareció aplastarlos.
McCartney lo previó. Let It Be, la canción que da título al último álbum por orden de publicación, pero no de realización, contiene de hecho el pensamiento de lo que más intentó evitar la separación. “Déjalo ser”, cantó, soltando las palabras que le dijo en un sueño su madre María. Palabras de las que, sin embargo, se trasluce la amargura por un final anunciado, probablemente inevitable pero no menos doloroso. Pablo se pregunta obsesivamente: ¿habrá una respuesta ?, (“¿Habrá una respuesta?”). En aquel abril de 1970 no llegó la respuesta esperada por millones de fans en todo el mundo -la noticia de una reconciliación de los cuatro-. Así como nunca llegó el de uno de sus reencuentros, aunque fuera para un único e inolvidable concierto.
Pero más que lamentarse por lo que no fue, quizás sea más interesante preguntarse cómo sería la música pop sin los Beatles. Cuando apenas siete años antes -pero parece un siglo musicalmente hablando- los cuatro jóvenes de Liverpool irrumpieron en escena, provocaron una auténtica revolución. Por supuesto por costumbre, convirtiéndose en ídolos de una generación que no veía la hora de liberarse de las estrechas mallas de una cultura considerada demasiado tradicional y opresiva, pero sobre todo musical. Llegaron con cara de niño bueno, sonrisa picaresca y descarada, y ganaron a la competencia escalando repetidamente en las listas nacionales y extranjeras con canciones tan sencillas (aparentemente) como cautivadoras. Y sobre todo diferentes: diferentes en los sonidos, en las atmósferas, en los textos que cada vez son más complejos y refinados, en sugerencias llenas de contaminaciones inimaginables y experimentos nunca practicados. Esas canciones fueron un soplo de aire fresco en un paisaje helado, con la excepción de tímidos saltos hacia adelante.
Ríos de palabras se han escrito de esa mágica alquimia creadora, mezcla de genialidad y temeridad. Pero lo que realmente importa es el valor de su patrimonio musical que, por la influencia que ha tenido y sigue teniendo, es inestimable. Decenas y decenas de grupos se han inspirado y siguen haciéndolo, han retomado sus intuiciones, han hecho uso más o menos consciente de su experimentación tecnológica. Conocidos intérpretes han cantado sus canciones en un sinfín de versiones (no siempre felices), y aún hoy existen bandas de versiones por todo el mundo que reproducen el repertorio beatle.
Un importante legado, por tanto, que sin embargo no se agota sólo en el valor filológico, sino que encuentra su principal confirmación en el hecho de que aún hoy, cuarenta años después, sus discos son escuchados no sólo por nostálgicos maduros sino también por jóvenes, e incluso niños.
Prueba de ello es el salto a lo más alto de las listas mundiales de algunos de los discos remasterizados digitalmente lanzados el pasado mes de septiembre en una operación ciertamente comercial, pero que, en la era de los mp3, ha entregado al mayor grupo de música popular al futuro.
Basta con escuchar esos discos para entender el por qué de un éxito atemporal: algunas canciones parecen haber sido escritas ayer; son de los años sesenta y no parecen culpar al peso del tiempo que ha hecho justicia a tantos grupos musicales que han alcanzado una fama tan vasta como efímera.
No en vano, sobreviviendo a sí mismos sin tener que pasar por la deprimente experiencia de otras bandas de rock geriátrico cuyos miembros aún persisten en moverse patéticamente en el escenario con jeans ajustados y sin camisa, los Beatles siguen siendo el fenómeno más duradero, consistente y representativo de la historia de musica Popular. Fue la banda que primero dio dignidad artística al pop, “explorando los hábitos de la música clásica”, como escribió el crítico Carl Belz, pero también las sugerencias de otras experiencias artísticas, desde la fotografía hasta el cine. La suya fue una evolución impredecible del papel de simples artistas al más exigente de los artistas, prótesis, pues, en busca de nuevos lenguajes no solo musicales. Ya en 1967 Luciano Berio captó el vínculo sustancial entre la obra de los Beatles y las vanguardias, especialmente el surrealismo, en una traducción de la idea de canción a la de “dramaturgia sonora” construida gracias a fragmentos de diálogos, recortes, grabaciones superpuestas.
Particularmente atentos a las transformaciones que atravesaban el panorama cultural de aquellos años, los Beatles fueron los símbolos de una revolución generacional bajo la bandera del rock, pero más aún los brillantes propagadores de una ola que otros también cabalgaron con otra actitud y mayor enfado. – “No puedo encontrar ninguna satisfacción / lo mucho que lo intento y lo vuelvo a intentar”, cantaron los Rolling Stones – pero sin poder tener el mismo agarre en la audiencia.
A través de su música esos cuatro chicos de Liverpool, espléndidos e imperfectos, supieron leer y expresar los signos de una época que por momentos incluso abordaron, dejando en ella una huella imborrable. Una marca que marca el parteaguas entre un antes y un después. Y después, musicalmente, nada fue igual que antes.
Cronistas claros y elocuentes, Giusseppe y Gaetano le pusieron letra a infinidad de sensaciones que despierta la música de estos genios, que nos dijeron adiós.
Fuente:
https://www.vatican.va/news_services/or/or_quo/cultura/2010/082q04f1.html
Excelente artículo. Vamos los Beatles!!!!