Educación Sexual Integral – La integralidad de la persona es uno de los objetivos principales a los que hoy debe apuntar la educación, para lo cual necesitamos no solo a la escuela sino también a la familia y las organizaciones.
Quienes estamos en el ámbito educativo sabemos que la escuela como institución del siglo XIX se sostuvo en la idea del “templo del saber”, donde tomaba importancia poder custodiar a los estudiantes de la mundanidad externa, para abrirles las puertas al conocimiento que se les brindaba dentro de la Institución.
Esa imagen ya no representa la realidad de la educación. Si bien reconocemos la escuela como un actor central, hay múltiples instituciones que sistemáticamente ofrecen educación a nuestros ciudadanos de todas las edades.
En la escuela, las paredes tienden a ser cada vez más porosas, como dicen varios sociólogos de la educación: la realidad social entra en la escuela y modifica el qué enseñar y cómo enseñar. Si bien esto puede provocar inseguridad a algunos, podemos tomarlo como posibilidad de transformarnos en co-creadores de la misma realidad que nos interpela. Esto va en línea con lo que ya muchísimos actores sociales critican desde hace años en relación con los “contenidos” que la escuela enseña. Los estudiantes no son cabezas a las cuales sacar más o menos brillo (dependerá del talento propio de cada uno), sino personas íntegras que queremos acompañar en el crecimiento a fin de que descubran su potencial como ciudadanos activos. Desde este lugar es que tenemos que pedir y custodiar una educación integral como educación completa para la vida en sociedad.
Para poder crecer en todas las dimensiones humanas es fundamental hacer un doble camino: de autoconocimiento y de reconocimiento de los otros.
Ya no concebimos la niñez como hace cincuenta años ni como hace veinte, y menos aún la adolescencia. El paradigma sociológico cambia y la escuela no puede estar ajena.
Si dijéramos que la escuela debe enseñar el respeto, la tolerancia y la solidaridad, no habría detractores. Si dijéramos que la escuela debe enseñar a conocer, reconocer y practicar las emociones, tampoco. Ambos aspectos tienen relación con la educación sexual integral.
La sexualidad es un “elemento básico de la personalidad; un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse con los otros, de sentir, de expresar y vivir el amor humano”1. El Programa Nacional de Educación Sexual Integral expresa en sus objetivos incorporar la educación sexual integral de forma armónica, equilibrada y permanente, con conocimientos precisos, confiables y actualizados sobre los distintos aspectos involucrados en la temática. Esto es necesariamente parte de la formación humana que podemos dar a los niños, niñas y adolescentes2.
Desde hace años pude participar junto con otros profesionales de un equipo que ofrecía a instituciones educativas talleres de Educación Sexual Integral. La condición que poníamos para poder trabajar en una institución era poder desarrollar la formación desde nivel inicial hasta secundario, con docentes, padres y estudiantes. Para cada edad el formato era diferente, siguiendo las etapas evolutivas que marca la psicología. Fue una experiencia sumamente positiva. El planteo partía de la base de poder crear una comunidad de enseñanza y aprendizaje, donde cada uno participaba desde el rol que naturalmente tiene. Los más chicos recibían las actividades de sus docentes, los más grandes participaban de talleres con especialistas y las familias, quienes conocían desde el inicio la propuesta y recibían orientación específica a su rol, participaban también en el seguimiento a través de tareas asignadas.
Fue un trabajo sumamente interesante, especialmente por el encuentro que se provocaba cada vez, esperado por los chicos y también por nosotros, en la simplicidad y alegría de poder trabajar todo lo que les interesaba, con el respeto que merecía estar hablando de cada uno.
Un conocido proverbio africano dice “para educar a un niño se necesita una tribu” y creo fuertemente que necesitamos inculturizar esta frase en nuestro contexto. Una educación global a la cual estamos haciendo referencia no puede estar en manos de una sola institución. Necesitamos coordinar explícitamente esta colaboración como comunidad/tribu (las familias, las escuelas, las organizaciones, etcétera). No es simple, y el primer paso es formarnos y ponernos a disposición.
Justamente porque tenemos que corrernos de la erotización de los vínculos, es que tenemos que proponer un trabajo real de abordaje de las emociones, de reconocimiento y vinculación con los demás desde la valoración integral de la persona. No temamos que los chicos puedan escuchar voces diversas en los ambientes de esta sociedad siempre más plural. Escuchemos sus vivencias y ofrezcamos las nuestras con el valor que pueden tener en el contexto actual. La experiencia que hicimos y seguimos haciendo es que los jóvenes están esperando nuestra palabra sincera, siempre y cuando esta no pretenda ordenar su voluntad sino acompañar su libertad con ternura. Esa es la tribu que los invita a crecer en su libertad.
Dadas las circunstancias socioculturales que vivimos, no perdamos el tiempo disputando lugares dentro de una escala de legitimidad de “la voz en educación”. Tenemos que ser tribu; una en la cual ninguno “descansa” porque el otro es el encargado, sino que juntos buscamos los espacios propicios que responden a las necesidades legítimas de los estudiantes ·
* La autora es licenciada y profesora en Ciencias de la Educación (UBA), asesora pedagógica en una escuela secundaria, en una ONG y docente universitaria.
- Sagrada Congregación para la Educación Católica (1983). “Orientaciones educativas sobre el amor humano”. Pautas de educación sexual.
- 2. Programa creado a partir de la Ley Nacional 26.150, art 3.
Artículo publicado en la edición Nº 606 de la revista Ciudad Nueva.