Una lectura de los gestos y palabras del Papa Francisco en el primer día de su viaje a Canadá y su encuentro con los indígenas.
Fue la primera cita del viaje: en las primeras palabras pronunciadas por Francisco en tierra canadiense ya está contenido el corazón de su mensaje y las razones que lo han traído hasta aquí, a pesar de sus todavía evidentes problemas de deambulación. Después de haber rezado silenciosamente en el cementerio de los pueblos indígenas de Maskwacis, en la Iglesia de la Virgen de los Siete Dolores, el Papa habló en el Bear Park Pow-Wow Grounds, ante una delegación de líderes indígenas de todo el país.
“Estoy aquí – dijo – porque el primer paso de esta peregrinación penitencial entre ustedes es el de renovar mi petición de perdón y decirles, de corazón, que estoy profundamente dolorido: pido perdón por los modos en que, lamentablemente, muchos cristianos han apoyado la mentalidad colonizadora de las potencias que han oprimido a los pueblos indígenas. Estoy dolorido. Pido perdón, en particular, por los modos en que muchos miembros de la Iglesia y de las comunidades religiosas cooperaron, también a través de la indiferencia, en aquellos proyectos de destrucción cultural y asimilación forzada de los gobiernos de la época, que culminaron con el sistema de las escuelas residenciales”.
Eran escuelas queridas y financiadas por el gobierno, pero muchas de ellas estaban administradas por Iglesias cristianas. Y miles de niños, arrancados de sus familias, sufrieron en ellas “abusos físicos y verbales, psicológicos y espirituales”. Muchos encontraron allí la muerte, por falta de higiene y enfermedades.
Hay un juicio inequívoco en las palabras del Obispo de Roma, acogidas por los pueblos originarios que tanto lo han esperado: “Lo que la fe cristiana nos dice es que se ha tratado de un error devastador, incompatible con el Evangelio de Jesucristo”. Incluso en la época del colonialismo propiamente dicho, así como posteriormente, cuando la mentalidad colonial seguía influyendo en las políticas y actitudes, de las que las escuelas residenciales han sido un ejemplo, era posible comprender cuál era el camino del Evangelio. También en aquel tiempo, a pesar de los condicionamientos históricos y culturales, era posible discernir, comprender que las tradiciones de los indígenas debían ser acogidas, no aniquiladas; que la fe debía proponerse dentro de las diferentes culturas indígenas y no impuesta destruyéndolas.
Las violencias de las que los cristianos fueron responsables a lo largo de los siglos ya han sido juzgadas todas por el testimonio de Jesús, que ha enseñado a amar y no a odiar, y permaneció indefenso en la cruz como víctima inocente, compartiendo el dolor de todas las víctimas de la historia. Incluso en la época en la que la destrucción cultural y la asimilación fueron cometidas, era posible una actitud diferente: basta sólo pensar en los antiguos ejemplos de evangelización respetuosa de las culturas originales, como lo atestiguan las “reducciones” en Paraguay o la actitud del padre Matteo Ricci en China. Por eso es justo pedir perdón, y hacerlo – como nos muestra el Papa – con una actitud de humildad y de escucha, con la conciencia de que hay heridas que no se curan con los siglos, como demuestran las palabras de los pueblos originarios de Canadá.
Ciertamente, sería un error no mirar también el bien que han realizado silenciosamente tantos misioneros y misioneras a lo largo de los siglos en estas tierras. Pero la única y verdadera respuesta cristiana a lo sucedido no es la de las distinciones o el análisis histórico. Frente a quien afirma llevar aún vivo en la propia carne el dolor por lo ocurrido, quien ha perdido a sus propios seres queridos sin saber siquiera dónde fueron enterrados, sólo se puede permanecer en silencio, rezando, escuchando, abrazando y pidiendo perdón. Como el anciano Pontífice en silla de ruedas nos está enseñando.
Fuente: Vatican News