Encontrarnos, reconocernos, escucharnos y afianzar vínculos sinceros entre personas de diversas convicciones es una imperiosa necesidad.
“La fraternidad verdadera, real, deseada es, en efecto, el fruto de ese amor capaz de hacerse diálogo, relación, de ese amor que, lejos del cerrarse orgullosamente en el propio recinto, sabe abrirse a los demás y colaborar con todas las personas de buena voluntad para construir juntos la paz y la unidad en el mundo”. Qué mejor que comenzar con las palabras de la propia Chiara Lubich en junio de 2004 para hablar de la historia y la importancia de este diálogo.
Primeros pasos
Con la difusión del Movimiento de los Focolares, a fines de los años setenta, la apertura hacia personas sin una fe religiosa como agnósticos, indiferentes y ateos madura hasta el punto de expresarse en un diálogo con una fisonomía propia, porque la unidad es también respeto profundo por el hombre, su dignidad, identidad, cultura, necesidades y sus creencias. A tal propósito, en 1978 nace el “Centro Internacional para el diálogo con personas de convicciones no religiosas”. En 1992, en el Centro Mariápolis de Castelgandolfo (Roma) se desarrolla el primer congreso internacional que desde entonces mantendrá una frecuencia periódica. En el 1995, en Loppiano, se realiza el primer encuentro con Chiara Lubich y tres años más tarde, nuevamente en Castelgandolfo. En diciembre de 2003 Chiara promueve los cursos de profundización donde se desarrollan temas de carácter laico, como la elección de valores a la escucha de la conciencia, la cultura del dar, reciprocidad y solidaridad, con el objetivo de ejercitarlos para luego irradiarlos.
En algunos países se han formado grupos de diálogo entre personas creyentes y personas de convicciones no religiosas, que se encuentran con la finalidad de colaborar para que la familia humana se torne más fraterna. Es un diálogo que se lleva a cabo profundizando y promoviendo los valores humanos compartidos en la vida y en la reflexión. Se animan iniciativas sociales y culturales o acciones que sean expresión de lazos sinceros y fraternos. En Uruguay y Argentina desde hace más de 10 años se hace cine debate como un canal importante para aprender a escuchar al otro con respeto, sin interrumpirlo. Ejerciendo la fraternidad más aún con quienes tienen opiniones opuestas a las propias, para promover una verdadera experiencia de diálogo.
La importancia del diálogo
Dolores Dinarés, focolarina integrante del grupo de diálogo en Barcelona, España, afirma: “Más que nuevas definiciones de diálogo, se hace urgente que existan espacios concretos en los que se pueda practicar y, aún más, en los que podamos entrenarnos. Así seremos capaces no solo de entender cómo dialogan los otros, sino de poner en práctica las capacidades comunicativas de cada uno, en un clima de respeto recíproco. Solamente si practicamos el diálogo de forma frecuente y sistemática –sobre todo con personas que piensen de forma diferente a nosotros– podremos entrenarnos para hacer de la comunicación, un espacio de crecimiento y enriquecimiento mutuo y para no hacer un problema de los conflictos, sino una oportunidad para transformar la realidad social. Este proceso resulta eficaz solamente desde el punto de vista de la aportación, dadas nuestras diferencias, y no desde la confrontación que niega al adversario y lo califica como enemigo. El diálogo no niega la identidad, construye una identidad más colectiva. El diálogo es la búsqueda de las condiciones para la construcción de la fraternidad universal, de la reunificación de la familia humana.”
Hoy más que nunca, con un mundo en crisis por la pandemia, con consecuencias futuras inciertas, necesitamos sacar lo mejor de cada uno, trabajando juntos y venciendo el miedo al otro. El barbijo se ha convertido en la prenda más usada y universal en el mundo. La realidad actual del covid-19 obliga y es necesario su uso. La distancia social nos protege del potencial contagio, obviamente nos aísla y refuerza el miedo al otro. La pospandemia necesitará reacomodar muchas perspectivas. Quizás una de las más importantes sea la de reforzar el espíritu de comunidad. Será necesario entonces (y como primer paso) perder el temor al otro, dialogando, conociéndonos más. Solo así saldremos del miedo, que induce a la búsqueda de salvaciones individuales que no son viables, tal como señala el sociólogo alemán Ulrich Beck.
En 1947, Albert Camus escribía con un impresionante presente: “Sí, hoy se debe luchar contra el miedo y el silencio, y con ellos la separación de las personas y las almas que conllevan. Mientras que el diálogo y la comunicación universal y mutua entre los hombres deben ser defendidos. Subalternidad, injusticia y mentiras son los flagelos que obstaculizan la comunicación y evitan el diálogo. Por eso tenemos que rechazarlos. Excepto que esos flagelos son hoy la sustancia misma de la historia y, por lo tanto, muchos los consideran males necesarios. Es cierto, de hecho, que no podemos escapar de la historia, dado que estamos metidos hasta el cuello, pero también es cierto que podemos tratar de luchar, dentro de la historia, para preservar ese factor humano que parece no pertenecerle”. La invitación de Camus para ser actores de la historia interpela y espabila. Plantea distintas opciones: el camino de la indiferencia y el silencio, o la apertura para abrirse al diálogo.
Recalcamos la imperiosa necesidad de volver a encontrarnos, reconocernos, escucharnos y afianzar vínculos sinceros entre personas de diversas convicciones. En su obra Tender puentes, abrir caminos (2006), la filósofa catalana y religiosa de la Compañía Santa Teresa de Jesús, Diana de Vallescar afirma: “En el siglo XXI, el rostro de la nueva fraternidad será intercultural o no será. Para aprender, entender y cambiar es preciso que las personas se aventuren en el diálogo consigo mismas, con sus semejantes, con personas de otras culturas o religiones y se abran a ambientes culturales distintos; a la amplitud de lo real y lo cotidiano”.
Por Horacio Núñez y Quique Figueroa
Artículo publicado en la edición Nº 622 de la revista Ciudad Nueva