Francisco reconoció haberse equivocado gravemente en su valoración de los abusos a menores cometidos en Chile. El informe que reconstruyó otra verdad.
Quizás algunos creyentes tradicionalistas no estarán de acuerdo. Pero que el Papa pida perdón por haberse equivocado no va en desmedro de su autoridad moral, sino que la eleva a un nivel todavía superior.
Francisco ha pedido perdón por cómo se ha manejado en el caso de las acusaciones dirigidas contra el obispo de Osorno Juan Barros, señalado como encubridor de los abusos cometidos contra menores por el sacerdote Fernando Karadima, hoy condenado canónicamente a una vida de penitencia y apartada. En su momento, primero el Papa cuestionó que una parte de la feligresía de Osorno rechazara al obispo Barros debido a las acusaciones en su contra. Durante su visita a Chile, en enero, el Papa volvió a defender a Barros señalando que no hubo pruebas en su contra, que pese a la invitación a presentarlas éstas no aparecieron y que las acusaciones eran “calumnias”. En esos días, pese a los muchos consejos de evitar hacerse ver cerca del Papa, Barros buscó insistentemente hacerse ver en varias ceremonias y manifestó haber sido respaldado por el Papa. En el vuelo de regreso del viaje, hablando a la prensa, el Papa volvió a referirse al tema afirmando que la ausencia de pruebas lo llevó a rechazar la renuncia que Barros había presentado.
No todo cerraba por completo de las explicaciones papales. Los abusados y testigos volvían a recalcar que nunca fueron escuchados y que la actitud de la Iglesia local había sido la de intentar silenciarlos y que en todo caso fuera minimizada su acusación, que no solo abarcaba a Karadima sino también a sacerdotes formados por él –entre ellos Barros–. Parecía por tanto extraño que Francisco afirmara que no habían aparecido evidencias y documentos. De hecho, estas incongruencias llevaron a tomar la decisión de ampliar la investigación realizada en su momento, enviado para ello a Chile a monseñor Charles Scicluna, quien está a cargo precisamente del estudio de estos casos.
Si bien Scicluna no reveló su opinión acerca de los testimonios aportados por las víctimas de los abusos, éstas manifestaron que se sintieron por primera vez escuchadas en un clima de apertura, confianza y de caridad fraterna. Fue unánime el aprecio por la actitud del religioso, quien llevó a cabo su tarea en Chile pese a que incluso tuvo que someterse a una intervención quirúrgica.
Todavía no se conoce el contenido de su frondoso informe, más de 1.000 fojas, pero la carta recibida ayer por el episcopado chileno y los comentarios de estas horas son muy elocuentes. Y cabe recordar que Bergoglio es un hombre cuyos gestos no suelen ser casuales.
En primer lugar, la carta del Papa no fue transmitida por la nunciatura, sino que llegó directamente a manos de los obispos. En más de una oportunidad, la actuación del Nuncio apostólico ha sido cuestionada. En segundo lugar, el Papa señala la necesidad de tomar decisiones que reestablezcan la comunión en la Iglesia chilena, que posiblemente habrá que aplicar cambios y que los mismos serán contemplados en una reunión fraterna con el Papa a la que están invitados los obispos chilenos. El Papa también ha invitado a que viajen a Roma a las personas que se encontraron con monseñor Scicluna a las cuales pide perdón por los “graves” cometidos al ponderar sus declaraciones y sus acusaciones. “Reconozco y así quiero que lo transmitan fielmente, que he incurrido en graves equivocaciones de valoración y percepción de la situación, especialmente por falta de información veraz y equilibrada. Ya desde ahora pido perdón a todos aquellos a los que ofendí y espero poder hacerlo personalmente, en las próximas semanas, en las reuniones que tendré con representantes de las personas entrevistadas”, dice el Papa.
Esa “falta de información veraz y equilibrada” implica muchas cosas: que hubo un intento de presentar las acusaciones contra Karadima y los demás responsables, por acción u omisión, como una suerte de complot contra el bien de la Iglesia, soslayando el peso de los delitos y las graves faltas a la ética cometidas y que se soslayó que la cuestión abarcaba también un modo de entender la eclesialidad que riñe con los valores y la visión que procede del Vaticano II. El presidente de la Conferencia episcopal chilena, monseñor Santiago Silva, ayer reunida en plenario, no excluye que pueda haber cambios drásticos y que algunos tengan que renunciar a su servicio episcopal.
En Chile el eco de la carta ha sido positivo, se diría que provoca alivio. La ex presidenta Michelle Bachelet, una persona que varias veces ha manifestado su agnosticismo, destacó la voluntad sincera de esclarecer los hechos. Para muchos fieles de la Iglesia una suerte de rayo de sol que aparece entre las nubes de desconfianza y escepticismo que este doloroso y triste episodio había ido acumulando. Para ello fue necesario este valiente gesto del Papa.
La caridad no le puede temer a la verdad y el honor de la Iglesia no se preserva desde una hierática inmutabilidad, sino con un amor que reconoce incluso la debilidad de sus miembros. Si Pedro, el pescador, fue débil, ¿por qué no debería serlo su sucesor? Su primado es de amor y de servicio. Y de ello este episodio nos da una muestra.