El presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, Mons. Oscar Ojea, recibió a Ciudad Nueva para dialogar sobre su participación en el último Sínodo de Obispos y la reciente Exhortación Querida Amazonia, donde Francisco, entre otros aspectos, hace hincapié en el sentido comunitario.
–¿Cómo fue su experiencia de participar del Sínodo para la Amazonía?
–Fue una experiencia de oración. No solo por el clima de oración, que era impresionante, sino porque las cosas que uno iba llevando en el corazón a través de las distintas ponencias de los padres sinodales, de los científicos, de los miembros de las comunidades indígenas, los peritos laicos, era algo que necesitaba ser llevado a la oración. El sistema de intervención de los padres sinodales, los momentos de silencio para poder digerir lo que cada uno decía, los círculos menores con 20 personas, con las cuales se podía interactuar muchísimo y donde se daban las discusiones más vivas, fue la parte más rica de la experiencia sinodal. En todo momento uno tiene la conciencia de que el Espíritu Santo está allí. Por otro lado, el papa Francisco prácticamente nos recibió como un párroco, nos saludaba por la mañana, participaba de todas las sesiones, compartía un café. Realmente nos sentíamos todos confirmados por el Santo Padre y por su capacidad de diálogo. Fue una experiencia extraordinaria de Iglesia, de oración, de contacto con el Espíritu y de intercambio entre pastores.
–Tras el documento final del Sínodo, Francisco elaboró la Exhortación Querida Amazonia. ¿Cuál fue su primera impresión al leerla?
–Él hace aportes, invita a leer el documento final del sínodo, no lo invalida, tampoco lo quiere completar, ni lo cita. Y en ese aporte que hace pienso que el tema de los sueños es lo más importante. Muchas veces el Papa ha hablado de los sueños, generalmente a los jóvenes. El sueño se proyecta pero también requiere una acción concreta. El sueño, para Francisco, lejos de ser una evasión de la realidad, es proponer una meta a conseguir y a trabajar, que ya de alguna manera se tiene cerca pero que no está totalmente lograda ni mucho menos. El modo de expresar en sueños representa lo que en el documento final se expresaba en conversiones. Es un sueño que me tiene que mover a una conversión y es una conversión que me tiene que mover a una acción concreta. Por otro lado su lenguaje poético ayuda enormemente a la cercanía con el medio geográfico y cultural.
–En la Exhortación el Papa hace hincapié en el sentido comunitario, asociado a los pueblos originarios y a las culturas ancestrales. ¿Cuántos mensajes y claves hay para nuestra sociedad de hoy, no solo en la Amazonia sino en las grandes ciudades?
–Cuando el Santo Padre nos habla de comunidad tiene el trasfondo de su concepto de “pueblo de Dios”, la Iglesia como Pueblo de Dios, como nos ha dejado el Concilio Vaticano II, donde se rescata la frase de san Cipriano: “la Iglesia es un pueblo unido”. Pero no cualquier unidad, sino la unidad de la Trinidad. La unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Es una unidad que, por un lado, respeta la distinción, destino e historia de cada persona, pero al mismo tiempo es una profunda comunión. Por eso cuando Francisco piensa en comunidad está pensando en pueblo en relación. La categoría de pueblo tiene muchísimo que ver con la relación. Y nosotros hemos ido dejando de lado la categoría de relación viviendo un mundo con tantos patrones individualistas, con tanta insistencia en la autonomía y en la libertad individual, en los derechos individuales.Se pierde en el horizonte la riqueza de lo relacional. Cuando decimos que la comunidad de la Iglesia es un pueblo unido, con la unidad de la Trinidad, una unidad de relación, estamos diciendo que también hay una relación con la raíz, que es continua. Una comunidad, para poder proyectar futuro tiene que afirmarse en las raíces. No hay futuro si no se conocen, se respetan y no se toman en consideración las raíces. Por eso en el magisterio del papa Francisco muchas veces están unidos los sueños de los jóvenes al ejemplo de los mayores. Cómo la atención a los ancianos y a los jóvenes se retroalimentan una a otra. Recordando un lindísimo pasaje de san Juan Pablo II, en un encuentro con la Acción Católica italiana, donde había muchos jóvenes, les pregunta cuál es el sol que más los entusiasma: el del amanecer, el del mediodía o el del atardecer. Los jóvenes le responden: el del atardecer. Entonces el Papa, mirando a los ancianos les dice: “Entonces aprendan de ellos. Si ustedes aman el sol del atardecer aprendan de los viejos, de los ancianos”. Las comunidades amazónicas pueden aportarnos enormes riquezas de cultura, de haber atesorado una experiencia de armonía con la naturaleza y de respeto por la madre tierra, la biodiversidad, los seres que los rodean, el agua. Todo esto evidentemente nos hace falta. Culturalmente nosotros estamos hambrientos de relación y de vínculo, y en este sentido los pueblos originarios, y especialmente los amazónicos, tienen una enorme riqueza.
–Hay una crítica al consumo de las comunidades urbanas, no obstante también menciona la oportunidad que tienen estas de abrir las puertas a las periferias y entrar en un diálogo intercultural.
–Este tema fue muy fuertemente planteado en el Sínodo a través de la problemática de las migraciones forzadas de las comunidades amazónicas. Estas comunidades comenzaron a notar que sus medicamentos no respondían porque el agua estaba contaminada, producto del extractivismo fuera de todo protocolo, del maltrato del hombre a la tierra, de los agroquímicos, miles de elementos que van ensuciando el planeta. Estas comunidades entonces necesitan migrar para poder vivir y cuando llegan a las ciudades se encuentran con que no se pueden adaptar. Al contrario, las ciudades aprovechan estas situaciones y crecen fenómenos como la droga, la prostitución, la trata de personas, etc. Por eso las comunidades urbanas tienen la oportunidad de ser comunidades hospitalarias que reciben, acogen y aprenden respetuosamente de los bienes de los hermanos que vienen de las periferias. Tenemos que aprender a compartir, a relacionarnos con lo diferente. Es el gran desafío del mundo actual: cómo respeto y crezco en situaciones de diferencia.
–Por otra parte, el Papa destaca el rol de la mujer para sostener a la Iglesia en las comunidades de la Amazonia, incluso ante la falta de sacerdotes. ¿Es allí donde se ve el valor del laicado?
–Yo inscribiría la insistencia sobre la participación de la mujer en los lugares de decisión en la Iglesia, como lo afirma rotundamente en la Exhortación, en el contexto de la necesidad de la participación laical. Es decir, el Papa, cuando, abre el Sueño Eclesial, se refiere a la mayoría de edad de los laicos, que puedan verdaderamente asumir situaciones, roles, responsabilidades que los clérigos no les permitimos. En este contexto, me parece muy importante porque se abrió muy claramente a la posibilidad de que los laicos puedan dirigir comunidades, que puedan hacerse cargo de comunidades en lugar de los párrocos. Es verdad que lo establece el derecho canónico como delegaciones, pero se hacen indispensables para la evangelización de la Amazonia. En ese contexto aparece el tema de la mujer, con su servicialidad, con todo lo que ella aporta en la comunidad y la participación mucho más activa e intensa, ocupando lugares de decisión.
–El Papa dedica varios párrafos a la importancia de la Eucaristía en las comunidades amazónicas, relacionado también a la falta de sacerdotes…
–La Eucaristía hace a la Iglesia y la Iglesia hace a la Eucaristía. De alguna manera es el centro, el culmen de toda la vida cristiana, como dice el Concilio Vaticano II. Allí se tiene que expresar verdaderamente la obra evangelizadora de la Iglesia. Algunos padres sinodales pusieron mucho énfasis en la necesidad de que hubiera miembros de las comunidades amazónicas que pudieran ordenarse sacerdotes, celebrando el culto eucarístico, siendo delegados de los obispos. Finalmente no pareció este el momento para aceptar la propuesta pero sí que hubiera una presencia misionera mucho más intensa en el lugar y que no fuera una “pastoral de la visita” sino una “pastoral de la presencia”.
–¿Por qué como argentinos o como ciudadanos de países más alejados a la Amazonia este mensaje del Papa debiera ser importante?
–Estamos lejos en cierto sentido. Porque en el acuífero guaraní recibimos un eco de la problemática de la Amazonia, y también en todo lo que tiene que ver con la selva chaqueña, la desertificación, la tala indiscriminada de árboles. Recientemente en Mendoza hemos vivido la reacción por parte de la Iglesia a una ley que aceptaba la contaminación del agua en beneficio de las empresas, lo cual hizo que hubiera una pueblada ante esta ley. Hay muchos lugares de la Argentina donde vivimos la problemática del extractivismo indiscriminado, los agrotóxicos que cansan la tierra. Nosotros tenemos una concepción de la relación del hombre con la naturaleza que ha sido creada por el posmodernismo, que le hace creer al hombre que puede hacer lo que quiera con la naturaleza. Y no es así. Es como si la naturaleza le quisiera poner un límite al hombre en este momento y le está diciendo “hasta aquí llegaste, no es verdad que podés hacer lo que quieras conmigo, sino que tenés que empezar a mirar para los costados, tenés que empezar a cuidarte, a cuidarme y a cuidar al hermano”. El paradigma del cuidado, que es el gran tema de la Encíclica Laudato Si’, vuelve a instalarse frente al paradigma del abuso. Nosotros hemos llegado a ser una sociedad abusiva, en todos los sentidos: de poder, sexual, psicológico, maltrato a la naturaleza. Todo modo de abusar sobre el hermano y sobre la naturaleza nos crea estas enormes dificultades apoyadas en esta filosofía de que podemos hacer lo que queremos, que no tenemos límite. Somos parte de la naturaleza, vivimos en un cosmos donde todo está conectado.
–¿Por qué como cristianos debería ser tan necesario el concepto de comunidad, de sentirnos comunidad?
–Cuando en el libro del Génesis el Padre Creador nos llama a cuidar la Tierra, nos llama a cuidarla en comunidad, nosotros hemos sido creados a imagen de Dios y Dios es Trinidad, Dios está continuamente saliendo de sí mismo. Ser imagen de Dios no significa ser una imagen estática sino ser una imagen dinámica. Es decir, como Él está saliendo de sí mismo, la Trinidad está constantemente generando al Hijo, esperando continuamente al Espíritu Santo, así también nosotros no podemos vivir sino en relación. Cuando nacemos emprendemos un viaje. Por eso le decimos “parto”, “partida”. Pero también “parto” quiere decir “corte”. La misma palabra significa soledad, desamparo, es la primera vez que estamos solos, fuera de mamá. Todos nacemos llorando, somos absolutamente insuficientes, frágiles, somos necesitados, nos morimos si no tuviéramos relación con otros, dependemos absolutamente. Aunque ese ser alguna vez en la vida futura se crea autosuficiente, dominador, inteligente, generador de ciencia y técnica, ese ser humano no es autosuficiente, no puede dirigirse a sí mismo y necesita la ternura, el calor, el pecho de la madre, que lo calma. Ahí empieza a aprender lo que es el cuidado. Nosotros nos movemos en péndulo, entre el desamparo y el cuidado. Es necesario rescatar nuestras experiencias de cuidado porque nosotros hemos sido creados en relación. Es extremadamente peligroso el individualismo en el que nos estamos creando culturalmente, que nos hace olvidar del hermano. En el libro del Génesis leemos “¿Dónde está tu hermano?”, “¿Soy yo acaso guardián de mi hermano?”. Y en realidad sí, sos el guardián de tu hermano, porque has nacido apoyado en otros. Es imposible vivir sin comunidad.
Artículo publicado en la edición Nº 618 de la revista Ciudad Nueva.