Un proyecto contracultural

Un proyecto contracultural

Economía de Comunión – Esta intuición nacida en el corazón de Chiara Lubich 30 años atrás está llamada a cumplir un papel revolucionario en la economía de hoy.

El tema del desarrollo sostenible es sin dudas el desafío más grande de nuestro tiempo. El informe Brundtland de 1987 definió el desarrollo sostenible como “el desarrollo que satisface las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades”. Esto contiene dos conceptos clave: el de necesidad, particularmente las esenciales de los pobres del mundo, a las cuales debería darse la prioridad absoluta; y la idea de limitaciones autoimpuestas tanto por la tecnología como por las organizaciones sociales sobre la capacidad del ambiente para satisfacer las exigencias actuales y futuras.

Ante semejante desafío, ¿qué papel juega la Economía de Comunión (EdC)?

La EdC, si quiere proponer a fondo todo su potencial en la actual crisis de sostenibilidad, debe ser encuadrada como parte de un paradigma integral que responde a un “nuevo humanismo” o, en palabras del papa Francisco, a una “ecología integral” (Laudato Si’).

La EdC involucra a un vasto y heterogéneo movimiento de personas que comparten puntos de referencia culturales comunes, tratan de vivir de acuerdo con los mismos valores y dar origen a múltiples expresiones de una nueva economía. Este movimiento, al que sin dudas podríamos considerar como una “propuesta contracultural”, ofrece caminos para ir más allá de aquella mentalidad que nace en la modernidad y que está en la base de la crisis de hoy.

En un intento de “dialogar” con las orientaciones generales emanadas de la última Asamblea General del Movimiento de los Focolares, la praxis en estos 30 años de la EdC puede ayudarnos a comprender cuatro puntos clave para seguir presentando a la EdC como una novedad viva en el presente.

“A la escucha del grito de la humanidad”

La primera actitud cuestionada por la EdC fue la del utilitarismo, ya que la EdC defiende la premisa del “ser” por encima del “ser útil” (tanto de la naturaleza, como de las otras criaturas).

La más profunda visión de Chiara Lubich durante la Segunda Guerra Mundial fue que el descubrimiento de Dios-amor se transforma en amor para el que está a mi lado. Este amor social debe dar origen a actitudes, comportamientos concretos, que a su vez influencian las elecciones sobre cómo deben ser producidos y distribuidos los bienes en el interior de una comunidad (comunión).

Pasar de una mentalidad utilitarista al aprecio hacia el otro puede dar origen a un capital de bienes colectivo que supera el concepto individualista de propiedad y posesión. Estamos seguros de que esta libre circulación de bienes, talentos, capacidades es capaz de generar una multiplicación que va mucho más allá de nuestras expectativas.

La lógica de la comunión sugeriría que algunos bienes no son tan escasos como se cree. Hay bienes que faltan por una lógica distorsionada de lo que significa la propiedad. Si se pusieran libremente en circulación, como se trata de hacer en EdC, podrían generar una incalculable riqueza y liberar preciosos recursos para quienes hoy tienen poco.

A la escucha de las nuevas generaciones

El segundo cambio que la EdC contribuye a afrontar es la visión a corto plazo.

Una parte significativa del problema del desarrollo sostenible es la actual incapacidad de pensar en términos de perspectiva intergeneracional. El ritmo acelerado de la vida que nos imponen los progresos tecnológicos se transformó casi en un “portal” que absorbe todo buscando solo la utilidad como máximo valor. Se trata de un proceso que valoriza más la velocidad del rendimiento que la ganancia a largo plazo o sus efectos. Esta visión de corto plazo la comparten los sistemas políticos y sociales actuales que apuntan a ciclos cortos y se basan en la “mejor oferta”.

La perspectiva de comunión en la EdC, en cambio, tiene un calendario distinto: el horizonte es la eternidad. Si bien tenemos que ponernos objetivos a breve término, sabemos que la medida de nuestras acciones contiene una visión sobre la eternidad. La eternidad no es solo una visión filosófica o teológica: ella contiene a las generaciones futuras, comenzando con los que vendrán después de nosotros, sabemos que pasar “la posta” a los jóvenes es, de alguna manera, trabajar por la eternidad. Ante la pregunta sobre “¿qué quedará?” que nos hacemos siempre que tomamos decisiones importantes o cuando, por ejemplo, organizamos un encuentro, respondemos simplemente: “Solo el amor quedará”.

A la escucha del grito del planeta

Así como sucede con el horizonte temporal, la sostenibilidad también nos desafía a pensar en términos de espacialidad.

Una importante intuición desde los inicios de la EdC es que la comunión debe tener una dimensión global. Aunque la EdC está radicada en un contexto local, detrás de cada una de sus iniciativas está la aspiración a contribuir a una comunión global de bienes, sostenida en el deseo de vivir para “que todos sean uno” (Jn 17,20).

Esta aspiración global, que se tradujo de hecho en una red que facilita la comunión internacional de bienes, ideas y servicios, es una dimensión importante del proyecto que habla de desarrollo sostenible hoy.

Un desafío clave es encontrar la manera de incorporar el concepto de “ciudadanía global” en las decisiones, en las acciones, en nuestros comportamientos como consumidores, en las empresas e instituciones.

Juntos para actuar

El papa Francisco dice que el pensamiento basado en el conocimiento técnico, especializado y experto puede transformarse en una forma de ignorancia. Debemos tener un pensamiento integrado en vistas de un “nuevo humanismo”, a esta perspectiva la llama “ecología integral” y debe concretarse sobre la multidisciplinariedad para proponer soluciones a los problemas de hoy.

Una de las intuiciones fundamentales de la EdC es la idea que el amor social es el componente de integración en la definición de un nuevo humanismo. Quizás por eso, uno de los aspectos más interesantes, desde sus comienzos, es la interdisciplinariedad. Ofreciendo a personas comprometidas en distintas disciplinas un espacio para encontrarse con un espíritu de aprecio recíproco generando un diálogo nuevo y creativo.

Conclusión

La EdC debe mostrarse como propuesta para afrontar el problema de la sostenibilidad. Es un requerimiento existencial de la humanidad de hoy, un problema que nos concierne a todos.

Al mismo tiempo, debemos poner mayor énfasis en las varias dimensiones actitudinales y de comportamiento que la EdC contribuye a crear. La EdC no está exenta de una posible influencia del viejo modelo de desarrollo sostenible y, quizás, la experiencia de EdC fue entendida por muchos como un proyecto social y económico, más que como un proyecto con una dimensión ecológica integrada.

Sin dudas parte del camino que la EdC tiene por delante es examinar y aggiornar la modalidad con la que se relaciona con la sostenibilidad. Se trata de volver al contexto de la EdC como una “resistencia obstinada” a una cultura postmoderna que tiende a promover el utilitarismo, la objetivación y la mercantilización de todo.

El “canto nuevo” que propone EdC al mundo debe hacer escuchar estas cuatro notas fundamentales: 1) Apreciar al otro por quien que es, dejando de lado las categorías de útil-inútil. 2) Si bien los objetivos propuestos deben tener plazos, debemos ser conscientes de que “solo el amor quedará para siempre”. 3) La propuesta es vivir para “que todos sean uno”, por lo tanto la comunión de los bienes se concretiza mirando a la Humanidad toda. 4) Ejercitar el pensamiento integrado, la escucha abierta, el “pacto” de confianza recíproca. Deseamos que cada lugar donde se viva la Economía de Comunión sea un espacio en el que se dé un diálogo nuevo, creativo, de amor concreto por los más necesitados, de tal manera que aquellos que muestren interés en conocernos lo primero que digan de nosotros sea: “Miren cómo se aman”.

Artículo publicado en la edición Nº 632 de la revista Ciudad Nueva

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