Es bastante común humillarse ante el poder de los poderosos, no lo es hacerlo en nombre de aquellos que desean ardientemente vivir en paz.
De por sí, es insólito que un acuerdo de paz que pone fin a un conflicto armado convoque a los líderes de las partes para un retiro espiritual. Y tampoco es común que tal encuentro sea organizado por el líder de la Iglesia anglicana y celebrado en el Vaticano. Más insólito todavía es que el Papa Francisco al recibir los líderes de las partes que han firmado la paz se ¡arrodille para besarles los pies! El gesto sorprendió a los presentes, descolocados por la insistencia de Bergoglio en superar algunas embarazosas resistencias de quienes quisieron evitarle un esfuerzo que su condición física limitaba visiblemente. Igualmente, el Papa reiteró el gesto ante cada uno de los líderes de Sudán del Sur allí presentes, entre ellos el presidente Salva Kiir Mayardit y los vice presidentes designados, Riek Machar y Rebecca Nyandeng De Mabio.
El Sudan del Sur es uno de los países más pobres del planeta, envuelto en un conflicto interno luego de haberse separado de Sudan. Garantizar la paz, significa por tanto poder dedicar todas las energías al desarrollo y a la lucha contra la pobreza. Consciente de ello, ha sido el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, en una sintonía con la Santa Sede que habla de las buenas relaciones ecuménicas, quien ha promovido la idea de dos días de oración (en lo religioso, las comunidades católicas y anglicanas son las más representativas en el país) y no solo de conversaciones políticas y diplomáticas entre los líderes, quienes están encontrando escollos para hacer respetar el acuerdo de paz alcanzado.
“Dios [nos] ha confiado la tarea de ser guías de su pueblo: nos ha confiado mucho – ha señalado el Papa – y precisamente por ello nos pedirá a nosotros mucho más. Nos pedirá rendir cuenta de nuestro servicio y de nuestra administración, de nuestro compromiso a favor de la paz y del bien realizado por los miembros de nuestras comunidades, en particular los más necesitados y marginados”. Francisco destacó que Dios nos mira, pero como líderes estamos también bajo la mirada del pueblo “una mirada que expresa el deseo ardiente de justicia, de reconciliación y de paz”. “Nunca me cansaré de repetir que la paz es posible”, añadió el Papa. “Los exhorto por tanto a buscar aquello que los une, a partir de la pertenencia al mismo pueblo, y superar todo lo que los divide… por favor, ¡que el armisticio sea respetado!” fue el enfático llamado de Bergoglio en coherencia con su gesto.
En horas en que en el mundo los conflictos, también los comerciales, impiden que nos estrechemos las manos, Bergoglio tiene la valentía de humillarse ante aquellos que tienen en sus manos la opción de la paz. Representa con ese gesto no solo a las víctimas de toda guerra en un gesto que no es de cobardía, sino que pretende dar mayor fuerza a una imploración de paz que no puede quedar en los archivos como el deber formal de todo líder religioso. Besar los pies en este caso es reconocer que el inmenso valor de quien detenta el poder, el de asegurar el bien de los bienes.
Como a menudo ocurre en los últimos tiempos, no han faltado católicos que han criticado el gesto de Francisco por teatral o en pos de la supuesta defensa de la dignidad de la figura papal. Apareció incluso algún comentario señalando que el Papa no se arrodillaría ante la Eucaristía y sí ante las personas. En un caso como en el otro, pasan desapercibidos dos valores que priman: la dignidad de la Iglesia y de sus representantes no está en el poder, sino en el servicio. Entre las tantas presencias divinas, la más importante es la presencia de Dios en todo ser humano. Cómo cambiaría la vida de los cristianos si nos recordáramos que cada persona es en realidad un tabernáculo en espera de nuestro amor.