Un Papa incómodo que elige la incomodidad

Un Papa incómodo que elige la incomodidad

El pontificado de Jorge Mario Bergoglio cumple sus primeros cuatros años. Hay un “antes” y un después” de la llegada a la sede de Pedro del primer latinoamericano.

Hace cuatro años desde el balcón de San Pedro resonó ese casi tímido “Buonasera” (buenas noches) con el que Jorge Mario Bergoglio se presentó a la catolicidad con el nombre de Francisco.

Desde entonces, un verdadero tsunami espiritual ha ocurrido en la Iglesia católica generando un “antes” y un “después” de la llegada a la sede de Pedro del primer Papa latinoamericano. Por un lado, Francisco se ha dedicado a impulsar cambios profundos en el plano pastoral, abriendo los brazos de la Iglesia hacia los pobres, los migrantes, los refugiados, hacia aquellos que no tienen voz, aquellos que, por una razón u otra, se sienten alejados de ella. Un abrazo que se ha extendido a las demás religiones y a las Iglesias hermanas dando nuevo impulso al camino ecuménico.

Es una Iglesia que recuerda ese padre amoroso que recibe al “hijo pródigo”, sin preguntarle qué hizo y por qué, sino celebrando su regreso al hogar familiar. Francisco más que modificar la doctrina, está cambiando el espíritu con el cual hay que aplicarla, destacando el servicio a la humanidad. Ha invitado a los cristianos a la creatividad, a “armar lío”, a salir de la comodidad de las sacristías para salpicarse del barro de las “periferias” del mundo. Ha invitado a generar procesos de cambio, más que ocupar espacios de poder.

Por otro lado, el Papa ha impulsado profundos cambios dentro de la Curia vaticana. Ha echado a purpurados y obispos que han manchado su servicio sacerdotal, ha declarado tolerancia cero contra los abominables casos de abuso de menores, ha puesto en tela de juicio el estilo de vida de unos cuantos que vivían “como un faraón”; ha reformado las finanzas para que sean más transparentes y da en primera persona el ejemplo de un estilo sobrio y austero, renunciando a muchas comodidades. Pero por sobre todas las cosas, ha invitado reiteradamente a encarnar el espíritu de comunión que debe testimoniar la Iglesia, rechazando lugares de poder y de privilegio. Quizás por eso el Papa se ha vuelto incómodo. El Evangelio suele suscitar resistencias, a veces, precisamente entre aquellos que se reconocen como discípulos de Jesús, mientras que la gente simple, el pueblo, ha captado al vuelo la voz del “pastor con olor a oveja”.

Un Papa incómodo, pues, que elige la incomodidad. Convencido de que la última palabra la tendrá el amor paciente, constructivo y persistente. Y que el mundo necesita de una inyección de amor. Esa es la síntesis y la belleza del mensaje del Evangelio proclamado durante estos cuatro años.

Y que sean muchos más.

 

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