El impacto ambiental del metano liberado a la atmósfera es mayor que el del CO2. Presiones de Trump sobre Merkel para detener la construcción del gaseoducto North Stream 2.
El periodista Nick Snow, de la revista petrolífera Oil & Gas Journal, informó en mayo de la proposición de ley de la parlamentaria republicana de Colorado Diane de Gette, que obligaría a las empresas que extraen gas natural a recuperar durante los tres próximos años al menos el 85% del metano extraído, elevándose en los años siguientes al 99%, según una ley del presidente Barack Obama abolida por el actual mandatario, Donald Trump. Lo relevante de esta noticia es que indirectamente se admite que, al extraer gas natural del subsuelo mediante perforación horizontal, fracturación con explosivos o introducción de agua a presión, se deja fluir a la atmósfera por las fracturas de las rocas más del 15% del metano que se extrae.
Con el método del fracking, en los últimos años, los Estados Unidos han aumentado la producción de gas hasta convertirse en exportadores. En los meses pasados se ha producido incluso un exceso de producción que en Texas ha llevado el precio marginal del gas a un valor negativo.
Sin embargo, la cantidad de metano liberado a la atmósfera por este método extractivos es enorme como lo es el impacto ambiental consiguiente, pues el metano provoca un efecto invernadero 83 veces superior al del CO2. Los productores naturalmente lo niegan y sostienen que el metano que hay en la atmósfera procede de las granjas de vacas y cerdos, que efectivamente lo producen en abundancia. Pero han sido desmentidos por los datos tomados por un satélite que mide, junto a la concentración de metano, también la de etano, un hidrocarburo que no es producido por la digestión animal.
La exportación de gas licuado es una de las primeras preocupaciones de Trump, que desearía vender más a China, prometiendo menores aranceles sobre las mercancías, y también a Europa, que desde siempre se aprovisiona por el sur de África y Oriente Medio y por el Norte de Rusia. Trump ha pedido a la canciller Merkel que pare la construcción del North Stream 2, el segundo gaseoducto de Siberia a Alemania, y ha amenazado con sancionar a las empresas encargadas de proyectarlo y construirlo. Para Europa podría tener sentido diversificar las importaciones de gas, pero desde el punto de vista medioambiental supondría traicionar los compromisos de París y premiar a los países que se han librado de ellos, porque el gas norteamericano producido mediante fracking tiene un impacto ambiental muy superior al ruso, obtenido mediante perforaciones tradicionales.
Esta vez, Europa podría “votar con la cartera a favor del medio ambiente”, obligando a un país que se ha negado a asumir los compromisos de París a someterse a ellos al menos cuando vende gas a países que sí los respetan. Se podría imponer a los países europeos que lo compren una “carbon tax” calculada en base al impacto ambiental añadido debido a las emisiones de metano provocadas durante la extracción.
El importe de este impuesto se puede calcular fácilmente en base al costo del CO2 en el Sistema Europeo de Negociación de Emisiones, que en 2019 es de 23 euros/tonelada, al porcentaje de metano emitido, un 15%, y al mayor impacto ambiental del metano, 83 veces superior al CO2. Por consiguiente, el impuesto debería ser igual a 23 x 0,15 x 83 = 286 Euro/Ton, un impuesto muy alto, prácticamente equivalente al precio de mercado del GNL. Teniendo en cuenta el impacto ambiental, el valor del gas norteamericano sería igual a cero.
Trump muy probablemente no estará de acuerdo en contribuir a los fondos ambientales con la totalidad del precio de su gas, al menos mientras no reduzca las pérdidas de extracción y por tanto no lo aceptará. Pero probablemente tendría que reducir la extracción al no encontrar clientes, lo que ya sería un buen resultado.