Editorial de la revista Ciudad Nueva del mes de octubre.
“La violencia engendra violencia”. Una frase tan trillada como real. Se refiere tanto a un simple episodio cotidiano como a las grandes guerras de la humanidad. Todos entendemos que esa agresividad muchas veces puede ser un atajo para lograr un cometido, aunque se convierta en un camino que jamás será agradable transitar. Cuando hay gritos, cuando hay golpes, cuando hay maltrato, nadie queda satisfecho y todos quedan dañados de alguna manera. El propio Mahatma Gandhi, abanderado de la no violencia, reflexionaba: “Me opongo a la violencia porque cuando parece causar el bien, este solo es temporal. El mal que causa es permanente”.
“Quien gana una discusión es quien en realidad pierde”. Esa máxima atribuida a la sabiduría popular puede ayudar a comprender la riqueza que engloba el hecho de estar abiertos a las diferencias. En tiempos en los que la crispación está a flor de piel y en los que tener la razón pareciera ser un objetivo preciado, muchas veces sin importar los modos en que se manifiestan las opiniones, vale ponerle un freno a la intención de tener la última palabra y estar abiertos a nuevas perspectivas. De hecho, podría afirmarse sin vueltas que quien pierde la discusión, en realidad está ganando un nuevo punto de vista, una nueva mirada que lo enriquece como persona.
Sin darnos cuenta, son reiteradas las ocasiones en las que el deseo de imponer, más que compartir nuestras ideas nos juega una mala pasada. Y no solo ocurre en un debate político, religioso, futbolero, sino que sucede en los pequeños temas de la vida cotidiana, en casa, en la calle, en un entredicho de tránsito, cuando hacemos un trámite, etcétera.
A veces somos protagonistas y otras, espectadores. Lo vemos en los medios de comunicación, en las redes sociales y hasta en el Congreso de la Nación. La violencia se ha entreverado de una u otra manera en nuestra vida de todos los días y erradicarla no parece una tarea sencilla.
En diversos artículos y testimonios de la presente edición comprobamos que el diálogo, y ponerle nombre a nuestras emociones, puede ayudarnos a controlar nuestro enojo, que tantas veces se traduce en palabras y gestos violentos para quien tenemos en frente.
Ponernos imaginariamente en el lugar del otro para intentar comprender su punto de vista y luego retornar a nuestro sitio para ofrecer nuestra perspectiva implica muchas veces el esfuerzo y la voluntad de aceptar la diversidad. Una diversidad que inevitablemente nos enriquecerá si estamos abiertos a recibirla.
“El amor engendra amor”. Una frase menos escuchada pero tan real como la del inicio. Se trata de generar una nueva cultura que implica ir contracorriente. Que invita a ser pacientes, tolerantes, de modo de crear ambientes más agradables, donde nos animemos y animemos a otros a expresar sentimientos y emociones de manera constructiva. El resultado será un entorno más vivible y disfrutable. Todos lo necesitamos.
Artículo publicado en la edición Nº 613 de la revista Ciudad Nueva.