Una mirada profunda sobre los jóvenes en el mundo actual y las tensiones que atraviesan a las nuevas generaciones.
Hablar de jóvenes como si se tratara de un concepto general, más que imposible es ridículo. ¿Es entonces inadmisible un discurso sobre la juventud? Si se pretende encajar a los jóvenes en el marco de una definición enciclopédica entonces sí, es imposible hablar de jóvenes. Pero si se tienen presentes algunas características transversales a los diversos contextos socioculturales en los cuales ellos viven, entonces es posible individuar polaridades dentro de las cuales inscribir el fenómeno juvenil.
Este también es el desafío que en este mes de octubre se presenta a la Iglesia Católica que celebra un sínodo, es decir una reunión de varios obispos provenientes de todo el mundo, para reflexionar sobre el tema Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional.
¿Por dónde empezar? Ya lo habían notado algunos filósofos del pasado como Heidegger y Anders: desde hace mucho tiempo la mentalidad que se impuso en Occidente y que se está continuamente exportando en todo el resto del mundo se caracteriza por el dominio de la técnica y, hoy en día, de la tecnología. A pesar de todos los muchos e innegables beneficios que el desarrollo tecnológico trajo consigo, el costo que se paga es la pérdida del sentido del tiempo.
La técnica nos hace interpretar las cosas como medios utilizables para obtener resultados y nos acostumbra a la cuestión utilitarista: “¿Para qué sirve?”. Dirigir esta pregunta a valores, ideales, a una elección de vida como el matrimonio o la vida religiosa, significa convertir estas metas que dan sentido a la vida, en medios que adquieren el carácter de provisorio típico de los objetos. El tiempo futuro como tiempo profético que tiene sentido se sustituye, de este modo, con los resultados de los procedimientos, por eso es cada vez más difícil tomar decisiones “para siempre” y, por consiguiente, la existencia pierde a menudo su sentido. Con todo, la fuerza de los valores y de los ideales sigue siendo grande y atrayente. Es ésta la primera tensión en la cual se desenvuelve la vida de los jóvenes: por un lado, está el polo negativo de la falta de sentido y por otro, el polo positivo de la tremenda y fascinante tensión hacia algo más, hacia un ideal de vida.
Si el sentido del tiempo se vuelve inconsistente, ya que no tiene una meta hacia la cual ir, entonces hablar de historia será superfluo: el tiempo se volverá simplemente tiempo medible. La técnica, mirando al pasado como a un registro de procedimientos, elimina de él el aspecto narrativo. Esta inconsistencia del tiempo se vuelca sobre las instituciones (civiles, religiosas, morales, etc.) que son los custodios y el depósito de la memoria y que no tienen más una autoridad intrínseca, sino vienen evaluadas por su funcionalidad. La elección de un colegio secundario o de una carrera universitaria, muy probablemente, será dictada más por la operatividad de la institución educativa que por los valores que ésta se propone vehicular. La verticalidad de la autoridad institucional que conserva la tradición, porque es lugar de la custodia de la memoria, entra en tensión con la horizontalidad de la funcionalidad. Tal polaridad es evidente cuando se habla, por ejemplo, de cuestiones morales. La norma institucional no viene aceptada sin más causando a menudo contrastes intergeneracionales. En eso se puede ver una posibilidad y un riesgo. Al ser tan “horizontales” los jóvenes tienen menos prejuicios, están más abiertos a las novedades que no aceptan dogmáticamente, son más cooperativos y toman decisiones en conjunto, con un trabajo de equipo y estando atentos a quienes, en un mismo espacio institucional, pueden tener visiones e ideas diferentes. Son más propensos a impulsar procesos que a ocupar espacios de poder (EG, 222-225), por eso no interpretan su autoridad presente, por ejemplo, como jefe de una oficina, como leader de un movimiento juvenil, como algo perpetuo que hay que conservar ab aeternum (desde la eternidad). El riesgo es que el templo, imagen de cualquier institución (Iglesia, universidad, escuela, parlamento, etc.), se convierta definitivamente en shopping, el sacerdote (el docente, el maestro, el diputado, etc.) en vendedor, los dogmas, las normas, los ritos en productos que se adquieren y se usan hasta que dejan de ser provechosos para uno.
La tercera tensión atañe al sentido del tiempo presente en el cual se vincula no solamente el ahora, sino también el aquí. El nuevo espacio y el nuevo tiempo de la tecnología son virtuales. Lejos de ser una irrealidad, lo virtual se caracteriza por la falta del cuerpo: es una realidad desencarnada. En las redes sociales la foto posteada recuerda siempre la ausencia del otro en carne y huesos. Los jóvenes se criaron y se desenvuelven en un mundo de ausencias. Es por eso, quizás, que tanto añoran la presencia. La contraposición entre virtualidad sin cuerpos y presencia en carne y hueso constituye la tercera tensión en la cual viven los jóvenes. La creciente carencia de relaciones cara a cara, cuerpo a cuerpo, afecta de forma aguda a la juventud. Presencia es reconocer al otro en cuanto otro, en su alteridad, estando con él codo a codo. Estar presente ante un joven significa primeramente reconocerlo en su unicidad y en su ser irrepetible, en su ser otro distinto.
Reconocer la unicidad del otro y trabajar para defenderla es tal vez un acto subversivo para con la técnica que todo lo quiere igual, funcional, estándar. Elogiar las diferencias, descubrir la unicidad del que nos está al lado es cumplir una misión de salvación y de liberación. Sí, porque la pretensión técnica de medirlo todo, de controlar todo, de atribuir un valor numérico y comercial a cada cosa y a cada persona retrocede cuando descubrimos que el otro es siempre un misterio para descubrir, una criatura única y maravillosa, diversísima de cualquier otra y que no se puede nuca dominar, controlar y sujetar, sino solamente reconocer y amar ·
Las tensiones que viven los jóvenes
1) Entre la falta de sentido y la sed de trascendencia, poder acompañarlos en el descubrimiento y elección de metas, utopías e ideales.
2) Entre institucionalidad y horizontalidad. Poder acompañarlos para no caer en el relativismo, ayudándolos en la tarea de resignificación y actualización de antiguos y nuevos valores, y descubrir su maravilla.
3) Entre la virtualidad desencarnada de la tecnología y la exigencia de la presencia en carne y hueso del otro. Acompañar a los jóvenes, adolescentes y niños en el camino del descubrimiento de la propia identidad (unicidad y diferencia), estando presentes, respondiendo al llamado del otro sin avasallar.
Nota: Artículo publicado en la edición Nº 602 de la revista Ciudad Nueva.