Estamos caminando juntos –de eso se trata la sinodalidad– hacia la primera Asamblea Eclesial de América Latina y El Caribe. En su seno contiene algo nuevo que aún no vislumbramos acabadamente, pero puede ser semilla de transformación y fuerza del Espíritu en la Iglesia.
Francisco dio el puntapié inicial en su presentación en público el 24 de enero de 2021. A partir de ese día el interés y las consultas están creciendo de modo progresivo. Muchos lo expresan diciendo “yo no me quiero quedar afuera”. En otros ámbitos, en cambio, todavía cuesta arrancar. Percibimos ritmos diversos, y es normal que así sea. Mientras unos se dejan llevar por el entusiasmo y cuesta seguirles el ritmo, otros van más despacio o desconfiados, y pareciera que para moverlos se necesita hacer fuerza como si se estuviera empujando un elefante. Un obispo en estos días decía: “Nos puede suceder como en las consultas previas a la Conferencia de Aparecida, en las cuales fuimos remisos en participar de la etapa de los aportes, hasta después que se publicó el Documento Conclusivo”.
De la Asamblea Eclesial participarán los diversos miembros del pueblo de Dios. Están convocados todas las vocaciones, los carismas, ministerios, estados de vida. Mujeres y varones, jóvenes y adultos, del campo y las ciudades.
Este acontecimiento no emerge de manera espontánea y menos aún como fruto del azar. América Latina y el Caribe cuentan con una rica tradición y experiencia sinodal a lo largo de los siglos. Este es un fruto que brota de raíces que han marcado la identidad de la Iglesia en el continente desde los primeros tiempos de la evangelización: los Concilios Provinciales, los Sínodos y las Conferencias Generales del Episcopado, la última celebrada en Aparecida en mayo del 2007. Otro momento importante en este camino ha sido el Sínodo para la Amazonia celebrado en octubre de 2019, y la consiguiente Exhortación Apostólica “Querida Amazonia”.
También debemos tener presente como contexto a nivel universal el desarrollo de la Eclesiología del Concilio Vaticano II, su incidencia en América Latina y el Caribe y en el Magisterio de los Papas. Más allá de un lenguaje más nuevo, el contenido de la sinodalidad está ubicado en la Iglesia que se autocomprende y presenta ante el mundo como pueblo de Dios enviado para anunciar a Jesucristo como Salvador de la humanidad. Nos ilumina acerca de los vínculos de comunión episcopal en clave de eclesialidad. No es un invento o eslogan; san Juan Crisóstomo ya en el siglo IV dijo con claridad: “Iglesia y sínodo son sinónimos”.
Francisco, desde el inicio de su ministerio como sucesor de san Pedro, nos comparte el sueño de una opción misionera capaz de transformarlo todo, también la conversión del papado (EG 32) y las diversas instancias eclesiales (EG 27-31). Nos motiva a lograr que “toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación” (EG 27). Esto implica un cambio de mentalidad que necesariamente lleva un proceso a veces demasiado lento, incluso con avances y retrocesos. Reconocer que el tiempo es superior al espacio nos “permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos” (EG 223).
Es necesario mencionar que prácticamente la mitad de las diócesis de la Argentina estamos realizando procesos de Sínodos o Asambleas. Lo original es que podamos pensarlo y proyectarlo a nivel continental.
Esta etapa del camino de la Asamblea está dedicada a la escucha. En la Palabra, la oración, estar abiertos a lo que el Espíritu va inspirando. Francisco, al enseñarnos acerca del Sínodo de los Obispos en la Constitución Apostólica Episcopalis Communio (EC) del 15 de septiembre de 2019, nos da los criterios y fundamentos y nos refiere que esta etapa “debe convertirse cada vez más en un instrumento privilegiado para escuchar al Pueblo de Dios: ‘Pidamos ante todo al Espíritu Santo, para los padres sinodales, el don de la escucha: escucha de Dios, hasta escuchar con Él el clamor del pueblo; escucha del pueblo, hasta respirar en él la voluntad a la que Dios nos llama’” (EC 6). No se trata de realizar una encuesta de opinión o de marketing.
Es necesario escuchar a los últimos, los que viven la fe y están en las periferias geográficas o existenciales. Debemos cuidarnos de no ser los mismos de siempre o una elite ilustrada que pretende saberlo todo. En este proceso de escucha los Movimientos Eclesiales participan en una doble dimensión. Por un lado hacen su aporte desde el carisma que el Espíritu Santo les regala como un don para la Iglesia. Y simultáneamente se contactan con los que no serían consultados si no es por su cercanía y afinidad: gente que duerme en la calle, tóxico dependientes, personas en situación de encierro, enfermos…
De este modo podremos discernir juntos los nuevos desafíos a la evangelización que debemos enfrentar como pueblo de Dios. En este camino nadie sobra ni debe quedar afuera por exclusión alguna. Como expresa el lema, “todos somos discípulos misioneros en salida”.
Nota: Los elementos operativos y materiales de la Asamblea Eclesial están disponibles en www.asambleaeclesial.lat
* Arzobispo de San Juan y Secretario General del Consejo Episcopal Latinoamericano.
Artículo publicado en la edición Nº 631 de la revista Ciudad Nueva.