Tú eres Navidad

Tú eres Navidad

Solo leyendo la cueva de Belén junto con el Gólgota podemos entender la revolución de la Navidad, sin convertirla en una fiesta romántica y comercial.

Si el sueño del hombre es hacerse infinito y omnipotente como Dios, el sueño de Dios ha sido hacerse finito e impotente como el hombre: «El verbo se hizo carne y vino a habitar entre nosotros» (Juan 1).

La Navidad es inmensa porque en la luz infinita de la noche de Belén está la misma luz que aclara la noche que acoge a un niño que nace. Aclara la tierra y aclara el cielo. Porque si el Logos de Dios se ha hecho verdadero hombre, como nosotros, como todos, entonces es que la carne ha entrado en la danza trinitaria y el nacimiento, la vida y la muerte de cada hombre no puede dejar a Dios inmune.

Y con la carne han entrado la fragilidad y la sociabilidad, nuestras obras y nuestros bienes, y por tanto también la economía. Han entrado las limitaciones y las heridas. En el corazón de Dios ha entrado el dolor. Jesús, verdadero hombre, nació llorando como todos los niños, y María, verdadera mujer y verdadera madre, gritó de verdad con los dolores del parto. La Navidad es a la vez alegría y llanto. En la cuna está ya el anuncio del sepulcro. María, que está delante de su niño, preanuncia el stabat bajo la cruz del hijo.

Sólo leyendo la cueva de Belén junto con el Gólgota podemos entender la revolución de la Navidad, sin convertirla en una fiesta romántica hecha de regalos y buenos sentimientos. El niño que nace es verdadero hombre, y por tanto el nacimiento de cada hijo es Navidad, en los hospitales, en las casas o en los campos de refugiados. Podemos seguir acudiendo a los templos y a los santuarios a buscar la divinidad, pero después de la Navidad el acto espiritual más alto que acontece sobre la tierra es la venida a la luz de un niño del vientre de una mujer. Al desearnos unos a otros Feliz Navidad nos decimos muchas cosas, todas importantes: cantamos la dignidad infinita de la vida y le decimos a cada persona: Tú eres Navidad.

«Te suplico: mi Dios, mi soñador, sigue soñándome» (J.L. Borges).

¡Feliz Navidad!

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