Una trabajadora social reflexiona acerca de los antecedentes de los hechos de violencia y discriminación en EE.UU.
Actualmente estamos atravesando dos pandemias, ambas con efectos devastadores: la pandemia del covid-19 y la pandemia de la injusticia del racismo. La pandemia del covid-19 pone de manifiesto las desigualdades que ya existían en nuestra sociedad. Aunque nos afecta a todos, esas consecuencias se sienten de manera diferente según sean nuestra identidad social y los grupos sociales a los que pertenecemos.
De la misma manera, los terribles hechos ocurridos en las últimas semanas ayudaron a abrir nuestros ojos a una realidad que tiene más de 400 años en este país. Hemos sido testigos de actos de racismo y discriminación que han tenido lugar en distintos contextos (por ejemplo, social, económico, político e histórico). Los recientes asesinatos de hombres y mujeres afroamericanos desarmados por parte de oficiales de la policía y justicieros han vuelto a abrir viejas heridas. Estamos de luto por la muerte de nuestros semejantes. Estamos de luto en solidaridad con sus familias y sus amigos. Estamos de luto, porque hemos perdido la posibilidad de descubrir cómo sería la vida con ellos. Estamos de luto, llorando y anhelando un mundo más justo.
Una gran cantidad de personas y comunidades de todos los Estados Unidos y de distintas partes del mundo se unieron a las personas de color en protesta para expresar el deseo de manifestar un “no” más firme contra la injusticia reinante y el racismo sistemático que hemos presenciado en todo el país. Como Bailey, Krieger, Agénor, Graves, Linos y Bassett (2017) señalan en su artículo “Structural racism and health inequities in the USA: Evidence and interventions” (“Racismo estructural y desigualdades sanitarias en EE.UU.: evidencia e intervenciones”): “El racismo estructural se refiere a la totalidad de las formas en las cuales las sociedades promueven la discriminación racial a través de sistemas que se refuerzan mutuamente en lo concerniente a vivienda, educación, empleo, ingresos, beneficios, crédito, medios, asistencia sanitaria y justicia penal. Estos patrones y estas prácticas, a su vez, refuerzan las creencias discriminatorias, los valores y la distribución de recursos”.
Juntos, tales patrones y prácticas incrementan el riesgo de efectos adversos para la salud de las poblaciones vulnerables y las minorías, como los indígenas, afroamericanos y latinos. Por otra parte, estos patrones y prácticas discriminatorios truncan las vidas y las oportunidades de dichas poblaciones, al extremo de privarlas del más esencial de los derechos, sin el cual todos los demás derechos humanos carecen de sentido: el derecho a la vida.
La estructura del racismo
Por lo tanto, el racismo no es un acontecimiento, ni siquiera una serie de acontecimientos. Es, en realidad, una red de acontecimientos. La red del racismo, que es al mismo tiempo histórica y contemporánea, provee la estructura en la cual el racismo se afirma y persiste. Además, la red del racismo revela hasta qué punto la sociedad está estructurada de manera desigual. Demuestra cómo el racismo continúa privilegiando a los blancos y oprime a las personas de color. La red del racismo es omnipresente y al mismo tiempo sumamente invisible para la mayoría de la gente blanca en los Estados Unidos (Miller and Garran, 2017). Es precisamente esta ignorancia, real o fingida, la que garantiza que el racismo continúe tan arraigado en los Estados Unidos.
Las prácticas discriminatorias y racistas, aunque no siempre son explícitas, sostienen las intenciones racistas o sus consecuencias tanto en los sectores públicos como en los privados. Las personas de color y los grupos minoritarios sufren con frecuencia los efectos devastadores de la pobreza. Sufren la falta de alimentos, de vivienda, la falta de seguro, la imposibilidad de acceder al sistema de salud, la falta de educación y el desempleo. A menudo son injustamente arrestados y llevados a prisión. “El racismo institucional en un sector lo refuerza en otros sectores, creando un gran sistema interconectado de racismo estructural por el cual las prácticas discriminatorias injustas y las desigualdades en la salud y en la justicia penal, y en los mercados laboral e inmobiliario impulsan prácticas injustas discriminatorias y desigualdades en el sistema educativo, y a la inversa”, escribió la socióloga Elizabeth Hinton ya en 2016.
De todas formas, el racismo institucional no es un fenómeno estático. Las dinámicas y las manifestaciones del racismo institucional están en constante cambio. Como sugieren Miller y Garran en su libro El racismo en los Estados Unidos, algunos aspectos del racismo institucional han mejorado o bien disminuido, mientras que otros apenas si han cambiado. Creo firmemente que poner el foco en el racismo estructural nos da la oportunidad de tomar algunas medidas para combatir el racismo y fomentar un mundo más justo y equitativo.
Eliminar el racismo es una tarea de enormes proporciones. De todas maneras, podemos comenzar dando pequeños pasos en la dirección correcta. Entre ellos, tres pasos vienen de inmediato a mi mente: primero, tenemos que comprometernos en la autorreflexión; segundo, tenemos que comprometernos en un diálogo esencial y significativo con los otros, y tercero, tenemos que engendrar esperanza y empezar a llevar a cabo algunas acciones.
Comprometernos en la autorreflexión
Tenemos que empezar mirándonos a nosotros mismos. Debemos reconocer los prejuicios raciales que existen en nosotros y desmantelar el racismo presente en nuestros sistemas. Esto implica una mirada profunda y honesta hacia nosotros mismos y nuestro entorno para saber dónde estamos parados en esta cuestión. Debemos mirar al racismo a la cara y llamarlo por su nombre, ya que no podemos cambiar lo que no conocemos. Tal vez un buen punto de partida en este proceso de autorreflexión sea reevaluar lo que entendemos por diversidad. Al mismo tiempo que valoramos la diversidad y nos esforzamos por ser una familia, a veces, si no estamos atentos, terminamos uniéndonos a la retórica común sobre la diversidad que, con frecuencia, sirve para representar privilegios y acentuar diferencias. A veces usamos esas diferencias para ubicar a las personas y a los grupos en los márgenes, y reforzar así relaciones jerárquicas de poder.
Cada uno de nosotros es único y posee diferentes capacidades y perspectivas para enfrentar los distintos desafíos de nuestra existencia. Es precisamente en nuestra unicidad y en nuestras distintas características donde nos complementamos los unos con los otros, y nos ayudamos a lo largo de nuestras vidas.
La fundadora del Movimiento de los Focolares, Chiara Lubich, nos recuerda que cada uno de nosotros fue creado para ser un don para los otros, y que Dios ha creado a quienes nos rodean como dones para nosotros. Una visión tan profunda y revolucionaria acerca de nuestro propósito en la vida no puede menos que incluir una profunda conciencia sobre la dignidad y el valor de cada uno.
Una vez que nos hayamos mirado a nosotros mismos, estaremos mejor preparados para comprometernos en el diálogo con los otros acerca del racismo institucional y las prácticas que pueden conducir a una justicia racial. Últimamente se han lanzado distintas iniciativas para atender esta necesidad. A través de una serie de webinars, presentaciones y mesas redondas, y a través de charlas informales con la familia y los amigos, nos hemos comprometido en conversaciones, muchas veces difíciles, acerca de nuestros propios prejuicios, y de los prejuicios de las instituciones y de los sistemas que representamos.
Reconocemos la necesidad de un entendimiento más profundo acerca de qué significan la libertad y la justicia. Requiere una escucha atenta y luchar por la apertura mental. Ambos, las protestas actuales y los distintos esfuerzos por el diálogo en los que hemos venido participando últimamente dan fe de nuestro deseo de abrazar una visión de seguridad y de justicia para todos.
Engendrar la esperanza y tomar medidas
Si bien el entendimiento de qué significan la equidad y la justicia es muy importante, reconozco que esta visión por sí misma no es suficiente. Esta nueva visión debería iluminar nuestro pensamiento, dar forma a nuestras acciones y conducirnos al cambio. Debería estar siempre acompañada por el compromiso de eliminar el racismo estructural en nuestra vida de todos los días, empezando por casa.
Aunque a veces sentimos la necesidad de retornar a la normalidad y al orden, me doy cuenta de que el sistema que tenemos actualmente no ha sabido, con frecuencia, ser justo o equitativo; el mundo en el que hemos vivido ha sido cualquier cosa menos normal. Sin embargo, juntos podemos encontrar un nuevo sentido de normalidad, comenzando por crear espacios donde sea posible empezar a sanar, y donde personas de todas las razas puedan tener una voz y ser escuchadas por igual. Recién entonces podremos engendrar la esperanza a nuestro alrededor.
Artículo original publicado en la edición de agosto/septiembre de Living City (Estados Unidos). Traducido por Lorena Clara Klappenbach para la edición Nº 624 de la revista Ciudad Nueva.