Editorial de la revista Ciudad Nueva del mes de septiembre.
Cuando en enero publicábamos la edición N. 616 de Ciudad Nueva nadie imaginaba el recorrido que íbamos a realizar como humanidad durante este 2020. Nuestra mirada estaba depositada en los proyectos que vendrían por delante y en la alegría que nos generaba la posibilidad de celebrar a Chiara Lubich en el año del centenario de su nacimiento.
Basta repasar las primeras páginas de aquella revista para refrescar y revivir, de manera sintética pero profunda, los acontecimientos en la vida de aquella joven de Trento, Italia, nacida el 22 de enero de 1920. Su familia de origen, su sí a Dios y el posterior desarrollo de una planetaria familia espiritual unida por el mandato de Jesús al cual Chiara se aferró desde un comienzo: “Que todos sean uno”.
La pandemia que todavía nos apremia y que nos exige reinventarnos individual y colectivamente, que nos obliga a poner en el centro a quienes más están padeciendo sus consecuencias, hizo que postergáramos un número dedicado enteramente a la fundadora del Movimiento de los Focolares.
Y aquí estamos, dándonos esa oportunidad de repasar su obra, o más bien la Obra que Dios fue moldeando a través de Chiara. El aporte de su espiritualidad para la humanidad, para la Iglesia, para los jóvenes, las familias, la sociedad, las religiones, para todos los hombres y mujeres de buena voluntad. No se trata de una Obra histórica sino de una que es más actual que nunca, donde pueden encontrarse las respuestas para el complejo mundo de hoy.
No es cuestión de hacer paralelismos, porque la historia ha sido marcada por acontecimientos en cada momento. No obstante, aquellos “tiempos de guerra”, cuando germinó la semilla que Dios había depositado en el fértil corazón de Chiara, cuando todo se derrumbaba y lo único que quedaba en pie era precisamente Dios, hoy puede asimilarse a este contexto mundial en el que todas las certezas humanas se desvanecen para “invitarnos” a volver la mirada a lo más esencial del ser humano.
“Todo lo vence el amor” (tomando las palabras del poeta Virgilio) nos repite Chiara una y otra vez cuando dudamos o cuando nos invade la angustia y el dolor por las heridas que sufre la humanidad. Su revolución silenciosa sigue dando frutos, ha impregnado los diferentes ámbitos de nuestra vida y está siempre latente para seguir renovando todas las estructuras sociales.
La luz para comprender la magnitud de lo que Dios le estaba pidiendo, su vida entera, Chiara la tuvo tras hacer un simple acto de amor, como fue ofrecerse un día de mucho frío para ir a comprar leche en lugar de que fueran sus hermanitas. Y una vez consagrada a Dios, aquel 7 de diciembre de 1943, sintió que un puente se derrumbaba tras de sí. No podía mirar atrás.
A partir de allí, fue todo fecundidad. Tendió nuevos puentes para unir a toda la humanidad. Por eso el mejor homenaje que podemos hacer a Chiara hoy es tomar su bandera y amar a cada instante a quien tenemos al lado para llevar a Dios “el mundo en nuestras manos”.
Artículo publicado en la edición Nº 622 de la revista Ciudad Nueva.