Si a uno le preocupa el tiempo que le dedica a su celular, es una actitud razonable. Es una realidad que en cualquier ámbito, gran parte de las personas estemos más conectadas con nuestras pantallas que con los demás.
- Tres de cada cuatro personas consideran la relación con sus dispositivos digitales como adictiva.
- Siete de cada diez de ellas querrían poder controlar mejor sus propios impulsos.
- Dos quintas partes de los menores de 25 años preferiría abstenerse de estar un mes sin sexo antes que sin su teléfono.
No es algo casual, muchas mentes brillantes del mundo trabajan para acentuar la dependencia humana de los dispositivos digitales. Como si esto fuera poco, están impulsados por una característica esencial de cómo funciona internet, que es la entrega de servicios “gratuitos”, a cambio de la atención y la (valiosísima) información personal de los usuarios.
Al utilizar Gmail, Instagram o YouTube, quién compra, quién vende y cuál es el producto? El comprador es el que paga, en este caso los anunciantes. El vendedor quien cobra, es decir Facebook, Google o el desarrollador de la aplicación
¿Y el producto? El bien que se ofrece es algo escaso: el tiempo y la atención de los usuarios!
Para poder “vender”, los sitios necesitan retener a los usuarios, sin que se enteren siquiera que se busca hacer uso del tiempo que uno pasa dentro de cada aplicación. De allí, que las organizaciones contraten a grandes expertos en disciplinas como neurociencias, psicología o economía del comportamiento. Esto es para lograr atractivos diseños que retengan a los usuarios, y maximizar la dependencia.
En una reveladora e inquietante afirmación, el fundador de Netflix, Reed Hastings, declaró que más que Amazon o HBO, el principal competidor de Netflix es la almohada.
Cuando uno ve una serie, y se vuelve adicto, permanece despierto hasta tarde. En última instancia, se compite contra el sueño. Eso representa un volumen de tiempo disponible muy grande”. Como para que no haya dudas, Netflix lo confirmó en un tweet enviado desde su cuenta: “El sueño es mi mayor enemigo”.
No es privativo del gigante de entretenimientos, con películas y series on line, sino que todas las aplicaciones digitales se disputan el escaso recurso del tiempo.
Cada minuto que un usuario está atento a otra cosa, es tiempo que estas empresas no pueden vender a los anunciantes. Por eso incorporan todo tipo de notificaciones para recuperar la atención, para enganchar o pescar nuevamente al usuario.
Según un estudio realizado por Nokia, en las dieciséis horas diarias de vigilia encendemos algún dispositivo varias veces (¿cuántas calcula usted?): una vez cada seis minutos.
El teléfono que gran parte de la humanidad lleva en su bolsillo, contiene una cámara de fotos, un GPS, un televisor, una grabadora de video, un navegador de internet, una calculadora, un equipo de música e infinidad de otras cosas. Es una computadora, a la que llamamos teléfono.
El matemático inglés Alan Turing demostró que las computadoras son máquinas de propósito general, son dispositivos que pueden hacer casi cualquier cosa dependiendo del software que se les cargue. Hasta el hallazgo de Turing, cada problema demandaba inventar un equipamiento especial para ese único fin, tarea que a veces requería casi una vida entera.
En el siglo XXI, a una máquina de propósito general basta agregarle una nueva aplicación o actualizar su software para que pueda realizar una tarea que era imposible hasta un minuto antes. Esto llevó al pionero de internet, Marc Andreessen, a afirmar que “el software se está comiendo el mundo”.
Toda herramienta poderosa conlleva, un riesgo asociado. Quizá a causa de su escaso tamaño, y elegante diseño, parece a primera vista un dispositivo inofensivo. Esto despierta una falsa sensación de seguridad.
Una pregunta queda flotando: ¿el usuario maneja el teléfono, o viceversa?
Continuará…
Fuente: Santiago Bilinkis – Guía para sobrevivir al presente – Buenos Aires (2019)