Una reflexión de Jesús Morán, co-presidente del Movimiento de los Focolares, sobre una meditación del papa Francisco.
La revista española Vida Nueva ha publicado una meditación que papa Francisco ha mandado a la redacción. El texto no tiene desperdicio. Se nota cómo Francisco tiene un pensamiento global que piensa ya en las consecuencias de la pandemia desde todo punto di vista, sin reducir su acción pastoral a la oración y a la cercanía a las víctimas, que sigue siendo, no obstante, lo más relevante.
La meditación es un llamado a las conciencias de todos los hombres, y remueve por dentro. Hay un paso que me ha impactado de manera particular. Lo transcribo: «Urge discernir y encontrar el pulso del Espíritu para impulsar junto a otros las dinámicas que puedan testimoniar y canalizar la vida nueva que el Señor quiere generar en este momento concreto de la historia. Este es el tiempo favorable del Señor, que nos pide no conformarnos ni contentarnos y menos justificarnos con lógicas sustitutivas o paliativas que impiden asumir el impacto y las graves consecuencias de lo que estamos viviendo. Este es el tiempo propicio de animarnos a una nueva imaginación de lo posible con el realismo que sólo el Evangelio nos puede proporcionar. El Espíritu que no se deja encerrar ni instrumentalizar con esquemas, modalidades o estructuras fijas o caducas, nos propone sumarnos a su movimiento capaz de “hacer nuevas todas las cosas” (AP 21,5)».
Hasta aquí el parágrafo que me ha llamado particularmente la atención. Ofrezco a continuación algunos comentarios.
En primer lugar, lo decisivo –parece decir el papa– es la acción del Espíritu en nuestra mente y en nuestros corazones. Sólo el Espíritu cambia realmente las cosas y hace duraderas las transformaciones. El Espíritu que guía la historia hacia el cumplimiento de los designios de Dios. El Espíritu que, por lo demás, no es sectario: trabaja con todos e impulsa todo lo bueno, provenga de donde provenga. Por eso, el papa dice que urge trabajar “junto a otros”, y en esos otros están todos, no sólo los creyentes, porque desde luego ellos no tienen la exclusiva del Espíritu. En esto el papa parece hablar como lo que actualmente y realmente es: el único líder mundial con verdadera autoridad.
En segundo lugar, Francisco apela a la creatividad y la imaginación. Lo ha hecho constantemente en estas semanas, desde distintos púlpitos. Creatividad e imaginación son indispensables para superar y dejar definitivamente atrás esquemas obsoletos en la gestión de las cosas humanas, cuya precariedad y defectibilidad la crisis actual ha puesto de manifiesto de forma brutal en estas semanas. Se trata de la creatividad de quien piensa en el otro antes que en sí mismo, de quien camina por la vida desprovisto de toda lógica de poder o de acaparamiento egoísta, aquella que busca siempre el proprio provecho, incluso en los momentos más trágicos de la convivencia humana. La creatividad de la que habla el papa se conecta intrínsecamente con la visión que nos da el libro de la Revelación o Apocalipsis: El Señor ha venido para hacer nuevas todas las cosas.
Hoy es el tiempo propicio (kairós, en griego) para esa novedad absoluta, quiere transmitir el papa. Este concepto de tiempo, profundamente cargado de resonancias teológicas, nos dice que las cosas suceden siempre a su tiempo, que si vivimos de cara a lo auténtico, a la verdad, nuestra vida no es un simple discurrir (krónos, decían los griegos) sino una serie de eventos que jalonan la pura duración de las cosas y de la existencia.
Hoy es un tiempo favorable para la creatividad, para dar lo mejor de nosotros mismos, cada uno lo suyo, porque se necesita el concurso de todos en una acción solidaria globalizada que se convierta en el verdadero antivirus de la pandemia. El Papa lo dice con inusitada energía: «No podemos escribir la historia presente y futura de espaldas al sufrimiento de tantos». La solidaridad, el amor al prójimo es, pues, un imperativo ético en esta hora del mundo. Se lo debemos a todos los que se han dejado la vida en estos meses, especialmente a los que se han ido en la más absoluta soledad, sin poder sentir el consuelo de sus seres queridos y, quizás, tras una vida totalmente dedicada a los demás.