Si te hace ruido el tiempo que la sinfonía de sonidos y campanillas que suenan en tu oficina, en el subte, en un bar (¡qué bellos recuerdos!), o en tu casa, preguntate quién o qué es el responsable.
No es una persona, sino un dispositivo que en algún momento fue un medio de comunicación. Hoy, los telefonitos son otra cosa, ciertamente compleja de definir.
¿Quién no califica como adictos a una inmensa cantidad de personas de su entorno mas íntimo? Claro, eso le sucede al resto, pero a mi no (vade retro Satanás!).
Un buzo tecnológico como Santiago Bilinkis encuestó a 1500 personas, el 97% opina que los demás son “celuadictos”. Tres de cada cuatro personas se consideran adictas a los dispositivos digitales. Hasta una porción interesante privilegió el uso del celular, por encima de las relaciones cara a cara con las demás personas. Vaya, vaya, ¿qué nos estará pasando?
Nada es casual, sino que infinidad de personas trabajan para incrementar nuestra dependencia de los teléfonos y demás dispositivos digitales.
En 1995 Nicolás Negroponte publicaba un libro señero en la convergencia de varias tecnologías (computación, telefonía y redes): Ser digital. Pasaron 25 años, y en ese ínterin muchas cosas fueron tomando forma. Dejó de haber diskettes y CD Rom, los teléfonos fueron mutando. Casi sin darnos cuenta fuimos accediendo a dispositivos cada vez más nuevos. De utilizar computadoras de escritorio, pasamos a las portátiles en el mejor de los casos. Hay un amplio universo con acceso solo a los teléfonos para consultar internet, con la dependencia que eso supone. Pero casi sin querer, y quizá culpa de la gratuidad de infinidad de servicios y contratos ilegibles y longitudinarios que jamás leemos (salvo algunos abogados), aceptamos consuetudinariamente, pulsando ok sobre la opción “Aceptar”.
En las aplicaciones conocidas como “redes sociales”, identifiquemos comprador, vendedor y producto. El comprador es quien paga, por ende los anunciantes. El vendedor es quien percibe los beneficicios (Google, Facebook, YouTube, etc.). ¿Y el producto?
El producto somos nosotros: los usuarios, quienes brindamos nuestro tiempo, nuestra atención, y nuestra valiosa información que entregamos automática, inconsciente y “gratuitamente”.
Pruebas al canto, Reed Hastings, el fundador y presidente de Netflix afirmó: “En realidad, cuando miras algo en Netflix y te enganchás, te quedas despierto hasta tarde. En última instancia, competimos con el sueño. Y eso representa un volumen de tiempo disponible muy grande”.
Este “filántropo” no tiene problema en decirnos que consumirá nuestro descanso y todos pelean por aumentar nuestra cuota de uso, dedicándole más tiempo que a otras actividades. ¿Ahora entendés porque hay notificaciones “urbi et orbi”? No es por generosidad, sino por la necesidad de generar consumo en nos. Entonces de “gratuidad”, amén de dejar la huella de nuestras preferencias, le entregamos cada vez más de nuestro tiempo a esas “redes y plataformas”.
Las aplicaciones que tenemos instaladas en nuestro “teléfono inteligente” son el medio ideal. Nokia nos informa que en las dieciséis horas diarias (asumiendo que dormimos ocho), acudimos a algún dispositivo ciento cincuenta veces al día, si 150. O sea, el lapso de tiempos que media entre cada foto, mensaje, lectura, llamado o mensaje de texto, hace que interactuemos con alguno de estos dispositivos (en promedio) al menos una vez cada seis minutos y doce segundos. Entonces más que inteligente, ¡este telefonillo es un tirano!
Afortunadamente Santiago Bilinkis escribió una “Guía para sobrevivir al presente”, donde amplia estos conceptos y nos da pistas para que elijamos nosotros cómo administrar estos dispositivos y nuestro tiempo.