Revisar nuestra genealogía puede ayudarnos a comprender quiénes somos, de dónde venimos y que tenemos una historia inconsciente que repercute en nuestro presente.
Desde el punto de vista físico, por el acto de nacer, el ser humano queda afiliado en el libro virtual como miembro de una familia. Somos de un padre y una madre, venimos de alguien que ha otorgado un espermatozoide y un óvulo. Un grupo de dos personas que contribuyeron a formar a otra persona. Venimos de una primera comunidad que conforma nuestra primera identidad biológica. Necesitamos de una comunidad sostenedora para desarrollarnos, para sentir que pertenecemos y que por tanto existimos.
Con esta inscripción se otorga el derecho básico “soy uno de ustedes”, “perteneciendo soy”, “puedo confiar en los demás, pedirles si estoy necesitado”, “los demás tienen la responsabilidad de cuidarme”. Es el cimiento de la “confianza básica”, núcleo organizador de todo vínculo sano y perdurable en el tiempo.
En esta comunidad familiar todos los hijos tenemos un lugar inclusivo. Llevamos dentro de nosotros una historia personal y genealógica. Somos una comunidad en nuestro interior donde dialogan personas significativas de nuestra historia personal y ancestral con su cultura, sus pensamientos y emociones. Es lo que Jung denominó inconsciente colectivo. Somos parte de una comunidad social. Somos todos uno. Y en ese campo genealógico, atravesado por el espíritu de la colmena, una afección no procesada afecta a los descendientes. Son gestalt inconclusas, conductas, sentimientos, enfermedades que remiten al trauma original de la genealogía, cualquiera sea su tiempo y su lugar. Busca así, una y otra vez, ser concluido, reparado.
Cuando excluimos a un miembro de la comunidad en el inconsciente surge algo inconcluso que busca ser incluido, creando un desequilibrio. Hay vivos y muertos que habitan de modo inconsciente en la vida de la familia. El espíritu de la consanguinidad, el sentimiento de comunidad aparecen como si dijeran “nadie de mi familia puede ser ocultado, discriminado ni transformado en un secreto. Ni por etnia, ni por posiciones sociales, ni por conductas abusivas, ni por enfermedades, malformaciones o diferencias sexuales. Si eso ocurriera otro ocupará su lugar, otro lo hará visible”.
Quien ocupa el lugar del excluido y el excluido serán almas en pena, con fantasmas internos que acosan a la familia para hacerse oír y reclamar su derecho a la pertenencia común. El licenciado Tobías Holc, referente especialista en psicogenealogía y creador de la técnica psicoescénica, aborda terapéuticamente la resolución de patologías de exclusión, en lo que se denomina terapia de inclusión.
Los perversos, los psicópatas, “la gente mala” que son de nuestra familia, no son un otro. Para el espíritu de la consanguinidad “todos somos uno”. Los malos –nos agrade o no– tienen una función pedagógica en el sistema genofamiliar y, por extensión, en la comunidad de destino común que los alberga. Toda persona atravesada por un familiar perverso debe tramitar en sí mismo la perversión como algo propio. Un “malo” es un educador por la negativa: “Esto no se hace”. Los “malos” actúan en el organismo de la consanguinidad como las vacunas: generan anticuerpos necesarios para mejorar la calidad de vida.
Las injusticias silenciadas o enmascaradas rebotan en el árbol genealógico como repeticiones en los descendientes. Repetir es retener. Por ejemplo: “ver” y proyectar en un hijo a un familiar anterior fallecido. Para cortar las repeticiones, algún miembro del clan familiar debe reparar los daños ocasionados y restaurar el orden ético infligido.
La conservación de nuestra especie está en la base de los cuidados a la genofamilia, nos vinculamos con lealtad a sus principios, mitos y a la reparación de sus dolores.
La consanguinidad nos unifica y la lealtad es el sentimiento de unión. Un sentimiento primario que privilegia la pertenencia al grupo.
Con la nueva información filogenética logramos aumentar nuestro capital étnico al saber que todos somos mestizos. No hay etnias puras y el mestizaje es parte de la condición humana. Lo más fuerte y más sano es la biodiversidad genética. Esta conciencia nos conduce a ser más tolerantes con lo diferente, ya que de alguna manera nos unen nuestros orígenes. Y así formamos parte de una familia más grande. Al verte me veo. Ancestros comunes nos unen y además la biodiversidad nos enriquece. No somos mejores ni peores que nadie.
Abrazar nuestras raíces maternas y paternas, sus etnias, patrias, posiciones sociales y sus culturas nos permite responder al “quién soy” y “de dónde venimos”. Conscientes de nuestra identidad que nos fortalece y nos apuntala.
Un ejemplo de nuestro accionar y de nuestras emociones cuando no hay inclusión familiar es el caso de Alejandro, nieto de un abuelo italiano y una abuela criolla (indoamericana, morena). Su abuelo descalificaba a su mujer por su origen. Él hizo pareja con una mujer de raíces nativas y muy morena. Y aunque no llegó a conocer a sus abuelos, él se reconoce intolerante con los discriminadores, sintiendo la tristeza de su abuela como propia y muchas veces no puede dominar su ira justiciera.
Sanar, concluir lo no tramitado en nuestra familia, es lo que nos permite estar abiertos a la comunidad más grande que nos enriquece. Entramos en diálogo, nos sostiene, pertenecemos y nos permite ser humanos ·
Fuente: Holc, T. Mis ancestros, mi familia y yo. Buenos Aires: FUNDAPSI
Artículo publicado en la edición Nº 618 de la revista Ciudad Nueva.
Diagramando mi árbol genealógico
1) Dibujá tu árbol genealógico hasta donde recuerdes o puedas averiguar. Podrás hacerlo a tu manera, incluso en forma de esquema. Si es posible, hacelo hasta tus bisabuelos, tatarabuelos. Se incluyen todos los miembros de la familia. A los fallecidos se les indica con una cruz, a las mujeres en redondo y a los hombres triángulos o cuadrados. También se incluyen los bebés no nacidos. Dejamos un círculo o triángulo para aquellos de quienes no conocemos su nombre, pero le damos un lugar, le ponemos el parentesco.
2) Describí en todos los miembros para conocer tus raíces:
a. Nombres y apellidos. En caso de adopción, si es posible nombre y apellido de padres biológicos (incluirlos en el árbol).
b. Patria de origen, zona, pueblo, características del lugar.
c. Etnias.
d. Culturas.
3) Investigá sobre el origen de tu nombre. ¿Qué motivó a tu familia a elegirlo? ¿Cuál es su significado simbólico?
4) Luego de realizarlo, meditá las siguientes preguntas:
a. ¿De qué me doy cuenta? ¿Hay algo que me llama la atención?
b. ¿Había información que desconocía?
c. ¿Existe alguna historia significativa de la familia por diferentes condiciones: el origen cultural, etnia, creencias, posición social, etcétera? ¿Historias de vergüenza, ocultamiento o secretos, miedos, etcétera?
d. ¿Puedo vincular algún aspecto de mi conducta actual con mi historia genealógica? ¿Y el significado de mi nombre?
e. Otras observaciones…