Entrevista – Padre Eduardo Agosta Scarel, sacerdote y fraile carmelita, doctor de la Universidad de Buenos Aires en Ciencias de la Atmósfera y los Océanos, especialista en climatología, ayuda a entender el profundo sentido y la urgente necesidad de poner en práctica los enunciados de la encíclica Laudato Si’.
–¿Cuál es el significado profundo de la encíclica Laudato Si’ y cómo hay que leerla a efectos de poder cuidar la casa común?
–La encíclica es multidimensional, puede someterse a muchas lecturas. Por un lado la de aquel que busca solamente conocimiento sobre el tema, sobre la cuestión ecológica y en todo lo relacionado con el “ser humanos”, con las relaciones sociedad-economía-naturaleza, etc. Permite también una lectura ecuménica porque el problema de la creación y la crisis ecológica es transrreligioso, y todas las religiones monoteístas, que reconocen un Dios creador, tienen un sentir común respecto del cuidado de la creación como obra de Dios. Y después también puede tener una lectura inspiradora para aquellos que se dedican a las cuestiones ecológicas, movimientos y organizaciones de la sociedad. Creyentes o no creyentes encuentran en la encíclica mucha inspiración para poder hacer lo que están haciendo. Encuentran una espiritualidad y un soporte humanista que invita a la reflexión. Y para los católicos es una carta pastoral. Es una oferta reflexiva de la mirada católica cristiana, de la mirada de fe que está puesta allí en diálogo con las demás y por eso es tan bien recibida. La encíclica empieza con “Laudato Si’” (“Alabado seas, mi Señor”) y la última palabra es “Amén” (“Que así sea”). Esa es la clave de lectura. Es una fuente de inspiración para la labor que hacemos y también ofrece herramientas teológicas para que descubramos que hoy por hoy, el cuidado de la creación, el ejercicio ecológico, es una forma de expresar mi fe en la Resurrección. Es la manera actual de decir “soy cristiano”, de expresar la vivencia de la fe. Es tan poderoso el concepto del cuidado de la creación o el concepto de la ecología integral que este último se convierte en un nuevo paradigma de justicia social y ambiental. Cuando uno entra en esta dinámica, sobre todo haciendo una lectura de los signos de los tiempos que estamos viviendo frente a esta problemática de la crisis ecológica planetaria, te das cuenta de que la encíclica marca que desde acá hay que empezar a evangelizar. El anuncio del Evangelio pasa hoy por la sensibilidad por el cuidado de la creación, la ecología integral.
–¿Cómo asociar los enunciados de Laudato Si’ con la realidad de la Amazonía?
–La Amazonía tiene tres amenazas inminentes: la deforestación, los incendios naturales y provocados, y el cambio climático. Estos tres procesos actúan simultáneamente y han hecho que en los últimos 30 años casi más de un 20 % del área del bosque amazónico ya haya desaparecido. A eso sumale los pueblos que viven al interior de la Amazonía, que es su hogar; viven de la recolección, de la caza, de lo que provee el bosque. Cuidar la biodiversidad que hay allí, el bioma, que funcione el ecosistema, no solo favorece lo del cambio climático sino que también estás ayudando a que esas poblaciones puedan continuar con sus culturas, con su forma de relacionarse con la tierra.
–Entre los problemas que aborda la encíclica está el relacional, entre los habitantes y con “la hermana madre tierra”…
–Esa es la novedad de Laudato Si’. El papa Francisco nos sitúa desde el comienzo de la encíclica en cómo tiene que ser nuestra relación con la naturaleza. Previamente, incluso los papas anteriores se referían al dominio del ser humano sobre ella, o a lo sumo, se hacía referencia a que la naturaleza estaba allí, a nuestra disposición, para que con inteligencia y amor el ser humano haga uso sabio, con respeto, de los bienes que le provee. Esto lo vemos claro en la Caritas in veritate, que es la encíclica donde más se había hecho referencia al problema ecológico hasta antes de la Laudato Si’. En ella había una mirada demasiado inocente, en la que se hablaba todavía de la creación como en estado prístino y armonioso. Es decir, el lenguaje no era lo suficientemente claro como para decir que la naturaleza ya no está como Dios la creó y que la casa común ya está destruida, se está “prendiendo fuego”. Que urge que actuemos ya, inmediatamente. Y esa palabra, la urgencia, recién aparece en Laudato Si’. La tierra, la hermana madre tierra, está gimiendo dolores de parto, “clama a gritos” por el daño infligido por sus propios hijos. Además, Francisco nos señala como novedad que las criaturas van a la par nuestra, camino a la transformación en Cristo Resucitado. Ese es el pivote teológico de la encíclica. El fin de las criaturas no somos nosotros, sino que todas están junto con nosotros y a través de nosotros en camino de transformación. Por lo tanto, a través del amor y la inteligencia podemos facilitar esa transformación de la naturaleza en una realidad distinta. Por eso el Papa emplea al Santo de Asís, porque él, con su poema “El cántico de las criaturas” ya nos sitúa en esa clave: somos una gran familia, conformamos una fraternidad cósmica. Las criaturas son mis hermanas, tenemos un Padre común que es el Creador. Y la tierra, en particular, es mi madre y hermana. En el sentido que soy hijo porque mi ser biológico es fruto de la entrañas de la tierra, por eso somos familia con las otras criaturas. Somos intimidad, porque como la hermana y madre tierra, yo también soy tierra, tú también eres tierra, dice el papa Francisco y la tierra es sujeto de sufrimiento. Nos sitúa en toda una clave de relación de intimidad afectiva, de reciprocidad y eso te cambia el paradigma. Entonces no podemos pensar la naturaleza como una realidad externa al ser humano. Yo soy con la naturaleza, yo soy con la geografía, ella me configura ensencialmente, no puedo pensarme de otra manera.
–¿Cómo hacer para que los enunciados de la encíclica sean puestos en práctica por el ciudadano de a pie, de quien también depende ese cuidado de la casa común?
–Aquí hay otra novedad. Es la primera encíclica que no empieza por la Biblia y la tradición. Empieza por el estado de la tierra, el diagnóstico de cómo está la tierra. Y esa posibilidad se la da la ciencia, como herramienta para “ver” la realidad. El primer capítulo es toda información científica. El siguiente capítulo es la reflexión bíblico-teológica y en parte tradicional, el aporte de nuestra fe, es una relectura del Génesis y del Evangelio en clave ecológica para darnos cuenta de que ya la instrucción ecológica de cuidar y cultivar la tenemos en el Génesis (2, 15). ¿Cuál es la relación del ser humano con la naturaleza? Dios te puso en un jardín para que lo cuides y lo cultives. Ese jardín es la tierra. Y si yo quiero cuidar y cultivar (significa generar cosas nuevas, entre ellas la cultura) es una forma de amar. Yo no puedo cuidar si no amo, si no conozco, si no respeto. Esto para quienes somos creyentes. Pero uno puede saltear e ir al capítulo 3 para ver las raíces humanas que tienen que ver con la dimensión del vacío del hombre, de la economía, de la avaricia, que tiene que ver con experiencias muy humanas, que lo hemos sistematizado en una economía cuya aliada es la tecnocracia, el dominio de la tecnología en todos los niveles humanos y naturales, una economía de maximización de ganancias, a costa de lo que sea, personas y naturaleza. Luego va evolucionando hasta quizás lo más positivo que es el último capítulo, que es la espiritualidad de la ecología y la educación, uno tiene que entrar en esa clave. La espiritualidad de la ecología es una espiritualidad cristiana, donde uno tiene que ir descubriendo que menos es más, como dice el Papa en la encíclica. La espiritualidad cristiana nos enseña que en este mundo de lo múltiple, de lo fragmentado y de la acumulación, el camino de liberación y de armonía está en la simplicidad, en la austeridad, en el sentido de que uno tiene la capacidad de postergarse para el bien de otros. En este caso el bien de la tierra, de las generaciones futuras. Son lecturas que pueden ayudar a sentirnos tocados y movilizados, a hacer cambios en nuestra propia vida.
–Antes mencionaste que la “la tierra está gimiendo con dolores de parto”. Apelando a una mirada esperanzadora, ¿podemos imaginar que algo nuevo está naciendo?
–En la encíclica, Francisco dice que la tierra clama por el sufrimiento infligido por los seres humanos, parafraseando a Romanos 8, 22. Por otro lado, san Pablo utiliza la imagen del hombre viejo y el hombre nuevo, donde el primero es quien tiene que morir, y quien tiene que nacer es el hombre transformado según el espíritu. Y el presente es la tensión entre el hombre viejo y el hombre nuevo. Solo que cuando predomina el hombre viejo, la mayoría de las veces las consecuencias son las que vemos. Esa espera escatológica de la creación es que por fin nazca el hombre transformado, la humanidad recreada en Cristo. Ahora bien, desde un punto de vista científico no soy tan positivo. La humanidad está vieja, todavía vive encerrada en sus propias ilusiones, en el pensamiento mágico de que vendrá algo que nos ayudará a resolver los problemas. De todas maneras no es que me desanimen los resultados. Si no tuviera fe, no estaría haciendo lo que hago. Hay una esperanza y es lo último que se pierde. “Caminemos cantando. Que nuestras luchas y nuestra preocupación por este planeta no nos quiten el gozo de la esperanza”, escribe Francisco sobre el final. Eso no hay que perderlo y es lo mejor que nos puede ofrecer la encíclica, el sentido de que hay luz al final de la curva.
Artículo publicado en la edición Nº 615 de la revista Ciudad Nueva.