Un seminarista comparte su experiencia vocacional y el trabajo de acompañamiento a los jóvenes en sus realidades cotidianas.
Tengo 24 años, nací en la ciudad de La Plata y desde 2015 estoy formándome en el Seminario diocesano de Avellaneda-Lanús. Este año es el quinto de siete, en 2022 sería ordenado sacerdote. En el segundo año comencé el estudio de la carrera de Teología en la Universidad Católica Argentina, además los fines de semana voy a la parroquia Sagrado Corazón de Jesús en el barrio de Dock Sud a aprender “en la cancha”, acompañar y aportar mi granito de arena en la vida de la comunidad; junto a esto también participo activamente de la Pastoral Educativa de la misma diócesis.
Casi desde la cuna me crié en el ámbito del Movimiento de los Focolares. También desde 2017 el Señor me regaló la Comunidad de Convivencias con Dios para crecer sobre todo en mi vínculo íntimo de amor con él. Como niño, adolescente y joven crecí compartiendo el ideal de la Unidad en diferentes grupos y al terminar el colegio, en 2012, decidí hacer la Escuela de Jóvenes en la Mariápolis Lía. Fue un año que cambió mi vida, no solo porque ahí tuve mi experiencia fundante con Dios Amor, sino también porque en una misa de domingo fue cuando sentí por primera vez su llamado a ser sacerdote. Algo que nunca en mi vida me había planteado. Ante todo experimenté a un Dios que camina a la par conmigo y me va marcando el camino donde encontraría y encuentro la plenitud. Es su amor que me atrapó y me atrapa todos los días, y es por este amor que quiero darlo todo por mis hermanos, con aquellos prójimos que pone en mi camino, tanto conocidos como desconocidos, para que puedan conocer este mismo amor que plenifica y dignifica a todo hombre. El hacerse compañero de ruta, llorar y reír con ellos, compartiendo lo que soy. Desde el minuto cero que sentí su llamado las dudas, inseguridades y miedos empezaron a surgir a borbotones: “¿Yo, que soy un desastre en patas? ¿Cómo?”. Se me abría un nuevo mundo lleno de incertidumbres pero decidí decirle que sí, un sí que se convierte cotidiano.
Gracias a Dios la actividad juvenil en la diócesis está bien activa con la Misión Juvenil Diocesana, retiros, la Asamblea juvenil diocesana de 2018 y momentos para compartir que son sostenidos, impulsados y organizados por las diferentes pastorales: la Juvenil, Vocacional y Educativa. A nivel diocesano como seminaristas estamos presentes en la mayoría de las movidas y en cada una de ellas uno tiene más o menos protagonismo. En los dos espacios mi rol es justamente el de acompañar su caminar, para que podamos crecer en la vida con Dios, con el mundo y también consigo mismo.
Porque la misión que nos da Dios de anunciarlo para que todos conozcan su amor no se logra sin un verdadero “estar” en la vida de los otros, en compartir cada momento, en rezar por ellos, en intentar hacerse uno con ellos. Si uno solo va un rato, les da una charla y se va puede llegar a generar un deseo, una búsqueda, pero si queda ahí sin un acompañamiento serio posterior corre el grave peligro de que se vuelva infértil la tarea. No se trata de que nosotros enseñamos a los jóvenes cómo hay que vivir o en qué hay que creer, como si fuéramos grandes maestros, sino hacerse uno con ellos, hacerse compañero de ruta para que juntos como un “nosotros” podamos descubrir el Camino verdadero.
Mi experiencia es tener la posibilidad de conocer a muchos jóvenes y mostrarme cercano para estrechar vínculos fraternos que permitan luego que uno pueda empezar a ir en profundidad hacia la realidad más concreta de cada uno y escuchar, atento a lo que el Espíritu va soplando para ayudar a esa a persona a descubrir los caminos del Amor que da Vida. “¡Posta!”. Me resulta un camino complicado, a veces como un laberinto con pifiadas y “chocando con la pared” pero se aprende y recomienza unido a Dios. Creo que es una tarea súper necesaria con la realidad para que esa persona no se pierda en la masa de la sociedad y pueda encontrar la plenitud en Dios a la que fue llamada.
En esto quería detenerme. No hay una realidad de la juventud. Esa idea es falsa. Como cantidad de jóvenes hay, así existe diversidad de pensar, creer, sentir y actuar. Por eso nada está definido, siempre es un aprender y crecer para no caer en la tentación de querer que sean como nosotros queremos que sean sino que puedan ser verdaderamente auténticos, como Dios los creó. En mi breve y humilde experiencia con los jóvenes observo una realidad que me resulta dramática: muchísimos de ellos viven por vivir, como “muertos en vida”(1). Sin un sentido claro, donde las cosas les van y les vienen como “surfeando” en la realidad de su vida; esta realidad preocupante es campo de misión para la Iglesia mostrándoles, como dice el Papa, que “¡Él vive y te quiere vivo! (2).
Y al contrario, otra gran parte no se queda “balconeando”3 la vida, sino que encuentra eso que vale la pena y lo da todo, dedica casi todo su tiempo a ese “tesoro” con una entrega apasionante, alegre y creativa. Esto no sucede solo en ámbitos cristianos, cuando el joven experimenta a este Dios vivo, sino también en aquellos jóvenes comprometidos con alguna causa social y política. Creo que por acá pasa la esencia de “la juventud”. Por lo tanto el camino en el acompañamiento pasa por ayudar a despertar a la vida a los que están como “muertos en vida” e ir descubriendo que ese algo o Algo por el cual dar la vida, verdaderamente valga la pena y los lleve a un camino de plenitud. Hay un grito que pertenece a los jóvenes: “¡Queremos ser verdaderamente protagonistas! Comprendidos, escuchados, queremos conocer cada vez más a Dios. ¡No queremos que nos usen para limpiar la parroquia o hacer fuerza, queremos estar al frente de la vida de la Iglesia!”
Tenemos que largarnos a la aventura de soltar el volante nosotros para dárselo a Dios, perder el control para que sea el Espíritu que nos renueve en su amor y nos lleve a dar la vida por su gente, por los jóvenes, comprometiéndonos con su vida y para hacerles un lugar protagónico que les corresponde a ellos en la realidad de la Iglesia, en la vida de Dios, en el Reino. Especialmente a los jóvenes, que no van a ser las futuras generaciones sino que son, como diría el papa Francisco, el “ahora de Dios”.
1. Francisco. Exhortación apostólica post-sinodal Christus vivit, n° 142.
2. Idem, referencia 1. Números 1 y 2. 3. Idem, referencia 1. Numero 143.
Artículo publicado en la edición Nº 612 de la revista Ciudad Nueva.