Siria, ¿quedarse o partir?

Siria, ¿quedarse o partir?

Una pregunta interpela a todos los hombres creyentes y la política. ¿Qué sería un Medio Oriente sin los seguidores de Cristo?

Con el agudizarse de la crisis en Siria vuelve a ponerse la dramática alternativa “quedarse o partir”. El obispo de Alepo, Mons. Audo, en Roma por algunos días, ha explicado la posición suya y de su Iglesia, en el tiempo agudo de la prueba. Mientras tanto se han multiplicado las iniciativas, generosas, pero no siempre del todo convincentes, como sostén a los prófugos. El empeño para aquellos que huyen del país parece hacer olvidar la solidaridad hacia aquellos que siguen viviendo en este país atribulado.

La comunidad de San Egidio, junto a la Federación de Iglesias Evangélicas, ha lanzado la propuesta de corredores humanitarios: tomar prófugos que están en Líbano y llevarlos a Italia, con el sostén del ministerio de Relaciones Exteriores, que da vistos a aquellos que son elegidos. Mil personas con el costo de un millón de euros. Una propuesta apreciada también por el Papa, pero que muestra la debilidad de las posibles soluciones.

Más allá de los aspectos financieros y organizativos de la operación, ella no es en los hechos la construcción de un corredor humanitario: no se abre un camino de un país en guerra para hacer salir las personas, es simplemente la ayuda a quien se encuentra ya fuera de la guerra y busca trasladarse cerca de amigos y familias que se encuentran en Europa y no sólo.

Queda el drama de aquellos que continúan viviendo en Siria bajo las bombas y en las masacres.

Estas son las verdaderas víctimas. Son los más pobres, que no tienen recursos para pagar viajes muy costosos. Son los más atribulados. Pienso también en los discapacitados, ya presentes en estos países, que no están en grado de afrontar viajes imposibles. No se lo permiten sus sillas de ruedas o sus muletas. Y terminan en el olvido.

Pero hay todavía otra cuestión que se pone, en el plano cultural y espiritual. Si todos escapan, se pierde la presencia cristiana en áreas que los han visto protagonistas, no por decenios, sino por siglos. ¿Se puede abandonar un pueblo entero o un país integro, desenraizándolos de su historia?

¿Estamos llamados a estar con la gente en Siria o los abandonamos en vista de tiempos mejores? ¿No es una derrota espiritual y moral? ¿Debemos ayudar a la gente a salir o por el contrario debemos trabajar para que ellos se queden? La fraternidad del Evangelio llama a compartir la vida con aquellos que viven en la guerra, con los más abandonados. Realmente como una Iglesia que es hospital de campaña.

El obispo de Alepo indica los trágicos números del problema: “Hace cinco años, el primero de la guerra, los cristianos de Alepo eran 150.000, hoy 100.000 se han ido”. Este es el drama de una Siria herida por una guerra sin fin; 400.000 muertos; 7 millones de prófugos internos; 4 millones huyeron del país. Si la población alcanza a 23 millones de personas y 4 millones han huido quiere decir que quedan 19 millones de ciudadanos que viven en situaciones insostenibles e inaceptables.

Por lo tanto los más ricos son aquellos que se arriesgan a pagar para poder irse. Es evidente que no se trata de juzgar a nadie, pero es también verdad que los cristianos son llamados a una prueba de prudencia, a buscar el testimonio en la debilidad y no a la fuga de sus propias responsabilidades como Iglesia. Dice el obispo: “Me dan dolor los muros que se levantan en Europa, el egoísmo, las conveniencias mezquinas de la política, pero este dramático éxodo, que va adelante en un irreal y atroz silencio de demasiados media, es todavía más terrible. El objetivo verdadero no es acoger; es detener el éxodo y ayudar a los cristianos que se queden en sus casas.

Mons. Audo no pretende dar lecciones, pero sabe que hay una llamada a testimoniar a la cual no se puede sustraer. El éxodo hay que detenerlo y no incrementarlo, para una verdadera y efectiva solidaridad hacia la mayoría del pueblo que continua viviendo en Alepo y Damasco, que no tiene la fuerza de partir y busca razones para quedarse. Este es el desafío de las minorías, el desafío a los cristianos y de los cristianos. Dice todavía el obispo: “El mundo ayude a los cristiano a quedarse en Siria. Detengan la guerra, detengan las bombas. Se haga rápidamente, porque en Medio Oriente sin cristianos será una perdida para la humanidad. Pero también un drama para el Islam. Quedaran solos en medio de la violencia. Arriesgan solamente de matarse unos a otros”.

Papa Francisco, ya en diciembre de 2014, en una carta a los cristianos de Medio Oriente, había dicho: “La situación en la que viven es un fuerte llamado a la santidad de la vida, como han atestado los santos y los mártires de toda pertenencia eclesial. Recuerdo con afecto y veneración a los pastores y fieles a los cuales en los últimos tiempos ha sido pedido el sacrificio de la vida, a menudo solo por el hecho de ser cristianos, en medio de las enemistades y los conflictos; la comunión vivida entre ustedes en simplicidad y fraternidad es el reino de Dios. Es el ecumenismo de la sangre, que pide abandono confiado a la acción del Espíritu Santo”.

El había confirmado el sentido de una presencia, no de una fuga: “¡Que puedan siempre dar testimonio de Jesus a través de las dificultades! Vuestra misma presencia es preciosa para Medio Oriente. Son una pequeña grey, pero con una gran responsabilidad en la tierra donde nació y se difundió el cristianismo. Ustedes son como la levadura en la masa. Antes de muchas obras de la Iglesia en ámbito escolástico, sanitario, asistencial, apreciadas por todos, la riqueza mayor para la región son los cristianos, son ustedes. Gracias por vuestra perseverancia”. Es la perspectiva del quedarse y no del huir.

Es una perspectiva exigente y radical: “En la región son llamados a ser artífices de paz, de reconciliación y de desarrollo, a promover el diálogo, a construir puentes según el espíritu de las bienaventuranzas, a proclamar el Evangelio de la paz, abiertos a la colaboración con todas las autoridades nacionales e internacionales”. Por esto no se puede huir. Hay una urgencia de Evangelio que se pide incesantemente a los creyentes.

El documento concluía con una gran llamada: “Queridas hermanas y queridos hermanos cristianos de Medio Oriente, tienen una gran responsabilidad y no están solos en afrontarla. Por eso he querido escribirles palabras de consolación y de esperanza. Queridos hermanos y hermanas que con coraje dan testimonio de Jesus en vuestra tierra bendita por el Señor. Nuestra consolación y nuestra esperanza es Cristo mismo. Los aliento por lo tanto a permanecer unidos a El, como sarmientos a la vid, seguros que ni la tribulación, ni las angustias, ni las persecuciones pueden separarlos de El. Pueda esta prueba que están atravesando fortificar la fe y la fidelidad de todos ustedes”.

El obispo narra su elección de quedarse: “Me quedo hasta el final, porque quiero servir en la tierra, donde me puso Dios”. Algunas semanas antes, el 17 de abril, papa Francisco lo había confirmado en su homilía en Santa Marta: “¿Que necesita hoy la Iglesia? La respuesta es inmediata: de testigos, de mártires, o sea de santos de todos los días, aquellos de la vida ordinaria, llevada adelante con coherencia, pero también de aquellos que tienen el coraje de ser testimonios hasta el final, hasta la muerte. Todos son la sangre viva de la Iglesia. Son aquellos que llevan la Iglesia adelante, los testigos”.

Fuente: Città Nuova

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