Fe y esperanza para vivir la vida.
Januká es una festividad polémica. De acuerdo con el libro de los Macabim, es la saga de la reconquista del Templo de Jerusalem, quien fuera profanado por Antíoco Epifanes, durante el imperio griego en su perversa política de anular la tradición judía, hacerse de su territorio y de su pueblo, prohibiendo la práctica de todas las tradiciones, allá por el siglo II a.e.c. Un contexto histórico político lejano y a su vez tan conocido- lamentablemente- de poderosos que conquistan y someten a cualquier precio, renegando la cultura y la sensibilidad de los más vulnerables y por dentro, grupos que alineándose con el poder de turno, por su propio beneficio, traicionan los fundamentos de su gente y su tradición.
Y cuando menciono el libro de los Macabim, quizás para muchos sea desconocido, y vaya que sí, porque este libro, que cuenta esta historia, en la que un ejército improvisado, de disidentes al régimen, liderado por Iehuda Hamacabi que consiguió imponerse sobre el imperio seléucida recuperando el Santuario y la dignidad que les había sido arrebatada, no ha sido incluido en el canon de lo que nosotros llamamos el Tanaj- la Biblia Hebrea.
Y digo que es polémica, porque cuando leemos en el Talmud, acerca de la saga de Januká, no es la victoria de los macabeos lo que se pone de relieve.
El Talmud explica: “Nuestros rabinos enseñaron que el 25 de Kislev comienzan los ocho días de Januká. En esos días, las alabanzas estaban prohibidas. ¿Por qué? Porque cuando los griegos entraron al Templo Sagrado, impurificaron toda la reserva de aceite puro para ser utilizado en la menorá”. Y así continúa relatando que cuando la familia jasmonea triunfó sobre los griegos, sólo encontraron una vasija con aceite que seguía sellada con la firma del Sumo Sacerdote, que estaba absolutamente libre de impurezas, y por consiguiente podía ser utilizada para encender la menorá y que esta vasija de aceite alcanzaba sólo para una noche. Así concluye el Talmud, “Esa noche hubo un milagro. Ellos encendieron un pequeño frasco de aceite, y milagrosamente las velas ardieron por ocho días”. Por lo tanto, lo que hizo de este acontecimiento histórico una festividad, fue el milagro y no solamente la bravura.
Hasta acá las explicaciones.
Pero en Januká pasa algo más, inexplicable desde la controversia histórica-espiritual. Januká se inscribe en el orden de los buenos deseos, de la esperanza, el buen augurio. Quizás porque estemos, como judíos que vivimos en el mundo, rodeados de otras celebraciones, influidos por el espíritu de la navidad o del fin de año lectivo-laboral…
Cierto es que no sólo los judíos y cristianos celebramos fiestas de luz en esta época. Y para eso los invito a remontarnos a algunas tradiciones que se dieron en diferentes épocas históricas para este momento del calendario- en el hemisferio norte, cuando el solsticio de invierno hace que el día sea corto y oscuro.
En Finlandia, Noruega y Suecia los lapones celebran el solsticio con el culto a la diosa Beiwe, protectora del Sol. En Japón tienen la leyenda de Amaterasu, la diosa del sol. En la Roma antigua tenía lugar una festividad en honor del dios Saturno (dios de la agricultura), conocida como las Saturnales. En Pakistán, el pueblo de kalash celebra el solsticio de invierno con la vuelta de Dezao, el ser supremo. En la antigua Persia, según la tradición, en el solsticio de invierno las fuerzas de Ahriman (personificación del mal) están en su máximo apogeo. Pero al día siguiente, su hermano, conocido Ahura Mazda (dios del sol y Príncipe del bien) empieza a gobernar. Los días son cada vez más largos que las noches, y eso simboliza la victoria del Sol sobre la oscuridad.
Algo de la oscuridad, que amenaza, es tomado por diferentes culturas, en las que con un motivo u otro, deciden hacerle frente encendiendo luz.
Como Januká, que reedita nuestro mensaje de querer estar bien, de tener fe que la justicia y la bondad prevalecerán.
Januká condensa diferentes motivos: la victoria de unos pocos sobre los muchos, el triunfo de lo santo sobre lo profano, la necesidad de luchar contra la traición y el milagro de la vasija de aceite.
Y para mí lo que nos conmueve de Januká es la imperiosa necesidad de celebrar esperanza.
Como el solsticio de invierno en la antigüedad que amenazaba la quietud de los pueblos, en esta etapa del mundo y la humanidad, sentimos que todo se ha vuelto sombrío: imágenes de desesperación y desesperanza, desconfianza, falta de visión, cansancio y apatía.
El candelabro pasó a ser nuestro mensaje: que queremos una realidad más luminosa, que seguimos confiando en que vale la pena luchar -aunque a veces nos sintamos en minoría- contra quienes pretenden quebrarnos la voluntad de creer que podemos estar mejor y que lo merecemos. Un candelabro que vamos encendiendo, una a una, las luminarias hasta que la casa resplandece de luz. Y no sólo las casas, sino que al ponerlas en nuestras ventanas, intentamos decirles a todos los que nos están viendo: acá nosotros hicimos una opción: la luz -no dejarnos amedrentar por los discursos del desánimo- queremos vivir a la luz del festejo, la reunión familiar, la alegría de los niños alrededor. Queremos creer en los milagros, y luchar por la libertad de todos.
¿Acaso los macabeos creían que iban a poder contra el ejército del imperio? No lo sabemos. Lo que sí registra la crónica es, por un lado, su gran fe. Y por otro, su férrea convicción. Fe y convicción nos hacen salir de la oscuridad más profunda. Y más aún viendo que cuando levantamos la vista no estamos solos. Son muchas las janukiot que iluminan desde las ventanas, dándonos a entender, que mi luz con la de mi prójimo hacen un resplandor mucho mayor.
Que el mensaje de esta fiesta nos dé fuerza y coraje, fe y esperanza para vivir la vida.