Una experiencia de ayuda a una comunidad donde la Providencia se hizo presente a cada paso.
Como conclusión del encuentro Mariápolis del norte del Perú se lanzó la iniciativa de ayudar a los pobladores que padecen una ola de frío en la meseta andina de Frías (3.200 msnm). En el mes de agosto se hizo un primer viaje de reconocimiento. Encontraron una meseta a “pampa abierta” con vientos fríos, mucha desolación y necesidades. Los atrajo en particular un pequeño caserío, más pobre que los otros, llamado San Pedro y Arenales y lo eligieron para ayudar. En conversación con el teniente gobernador de la zona se acordó “realizar un fin de semana para compartir con todos (48 hogares), desde los más pequeños hasta los ancianos; trabajar juntos para restaurar la capilla y acondicionarla para celebrar la misa; llevar abrigo y ropa para el friaje, alimentos de primera necesidad y medicinas. Además visitar a los enfermos y ancianos postrados en sus casas”.
El tiempo de preparación para la misión, fijada para el 28 y 29 de septiembre, fue muy intenso e involucró a las comunidades de Piura, Chulucanas, Talara, Sechura y Olmos, en el norte del Perú. En un fin de semana hicieron pizzas para vender y recolectar fondos. La Providencia no se hizo esperar: llegaron insumos donados para las pizzas, víveres secos, sacos de ropa y abrigo, pintura para restaurar la destruída capilla; un crucifijo (50 cm) y una estatua de la Virgen (70 cm) donados por monseñor José Antonio Eguren, a través del Seminario de Piura; una casulla, donada por las monjas carmelitas de Piura, y el sacerdote que la usará se ofreció a acompañarlos “para celebrar la misa, confesar, bendecir las casas y bautizar a los niños”. Una parroquia donó una gran cantidad de medicinas para la atención de los enfermos. Consiguieron alimentos para la “olla común” para 80 personas e indumentaria para proteger del frío a los habitantes de los poblados. La sorpresa llegó con la disponibilidad de un camión con capacidad para 20 personas y carga, con chofer y todo. Además, se agregaron dos carros pues los anotados para la “misión” habían llegado ya a 27 personas, entre jóvenes, adultos, el sacerdote y 5 hermanas, de las cuales 2 son enfermeras. Las hermanas de Chulucanas ofrecieron su asilo “Luz, Vida y Amor” para que los viajeros pasaran la noche y, desde allí, partir hacia la meseta a las 5 de la mañana del sábado.
“No es un viaje de paseo o turismo, ni tampoco una repartición de alimentos y de ropa –aclara José Luis antes de partir–. Es una experiencia para compartir con la gente del lugar, regalando nuestro tiempo y vida, trabajando con los pobladores para arreglar su capilla, llevando los sacramentos, catequesis, atendiendo a enfermos, visitando y limpiando las casas de los ancianos, jugando y cantando con los pequeños, dando abrigo al que lo necesita”. Se habían preparado, además, con la oración y el sacramento de la confesión “para estar en gracia de Dios y poder llevar la presencia de Jesús a la meseta andina”.
La experiencia
“La vivencia compartida con la gente de San Pedro fue inolvidable –escribe Maricela–. Fue gratificante cumplir la meta de convivir con ellos, llevar ayuda, compartir sus experiencias, pasar una jornada entera juntos acoplándonos a sus costumbres. Esto fue posible porque teníamos la presencia de Dios en nuestros corazones y en medio de nosotros, que nos impulsó a hacer el bien. El sábado nos reunimos en un colegio para escuchar la santa misa y fue enorme la alegría de los pobladores cuando se les hizo entrega de la imagen de la Vírgen María y del Crucifijo para su modesta capilla; la misma que hemos restaurado, arreglando el techo, pintando la fachada, poniendo una puerta y arreglando el interior, para que compartan la Palabra de Dios en un ambiente más digno y armonioso. El sacerdote, de hecho, logra llegar solo una vez al año para celebrar la misa. Además visitamos a los enfermos. Nos conmovió mucho verlos abandonados a su suerte, pero estos dos días fueron atendidos por José Luis Raygada, médico, con la ayuda de la hermana Elda, enfermera. Lo más bello era ver que finalmente tenían la posibilidad de recibir la Eucaristía. Esto caló dentro de mi corazón y me dejó el compromiso de volver con ayuda médica para que sea evacuada una de las familias que necesita reponer su salud. Además la Providencia fue tan abundante que pudimos donar ropa y comida a los pueblitos cercanos de Coplus Alto y México. Nuestra presencia como Movimiento de los Focolares, junto a las hermanas de la comunidad Pequeñas Apostales de la Redención y del padre Luis Jaramillo, abrió a la esperanza y reavivó la fe en los pobladores en un lugar donde el Estado no llega y están sumergidos en la pobreza”.
“Este fin de semana –escribe Fátima– he vivido las mejores experiencias de mi vida. Descubrí que la esencia de la vida es servir a los demás. Regreso con una nueva vida y con ganas de seguir ayudando. ¡Hasta el próximo viaje!”; “Doy gracias a Dios –anota Abraham– por permitirme integrar este grupo para realizar lo que Él nos enseñó, compartiendo con nuestros hermanos de San Pedro”; “Pensaba que no podría participar por la falta de disponibilidad económica –escribe Melania–, pero mi madre me dijo que había un ‘extra’ y no solo pude ir yo sino también mi amiga Ana Paola. Fue hermoso ver cómo la providencia de Dios se hizo presente en cada cosa y la generosidad se multiplicó con pequeños actos de amor”; “Agradezco a Dios por tener una familia con espíritu misionero y ver que mi familia es feliz”, escribe Yolanda. “Para nosotros –concluye Maricela– fue una gran experiencia. Personalmente, tener la posibilidad de despertar una sonrisa y sentir que de alguna manera llevamos algo de esperanza a esas personas, me ha dejado una gran alegría en el corazón. Con la ayuda de Dios, que nunca nos abandonó, regresaremos. Agredecemos a quienes nos permitieron hacer realidad este viaje a estos lugares olvidados y, en modo especial, al Espíritu Santo y a nuestra Madre Santísima por ayudarnos a realizar nuestro deseo de ayudar a los más necesitados”.
Artículo publicado en la edición Nº 614 de la revista Ciudad Nueva.