Editorial de la revista Ciudad Nueva del mes de noviembre.
En el último tiempo hemos escuchado hablar de la pobreza con mayor énfasis. Los números son escalofriantes y ayudan a dimensionar la magnitud de una problemática que desde hace décadas aqueja a millones de personas en nuestro país y en América latina, la región más desigual del mundo.
Y si bien las estadísticas son importantes precisamente para concienciar sobre esta realidad a los gobiernos, empresarios, organizaciones y la sociedad en general, la propuesta en estas páginas es poder mirar de frente a esa humanidad sufriente, reconociendo el valor y dignidad de cada ser humano que habita en la vulnerabilidad.
En las grandes ciudades, pero también en distintos rincones de todo el territorio argentino y más allá, encontramos esos rostros que claman no ser descartados sino incluidos en el desarrollo y crecimiento de nuestras sociedades. Y junto a ellos, también vemos a silenciosos “mártires” cotidianos, que anónimamente entregan su vida para que quienes se encuentran en las periferias existenciales de esta humanidad experimenten que la vida puede ser un poco más vivible.
En este sentido, es bueno escuchar y leer el mensaje que el papa Francisco dirigió a los participantes del IV Encuentro Mundial de Movimientos Populares el pasado 16 de octubre, del cual tomamos algunos fragmentos, ya que orienta la acción frente a este presente doliente.
A los líderes religiosos los exhorta a caminar “junto a los pueblos, a los trabajadores, a los humildes y luchemos junto a ellos para que el desarrollo humano integral sea una realidad. Tendamos puentes de amor para que la voz de la periferia con sus llantos, pero también con su canto y también con su alegría, no provoque miedo sino empatía en el resto de la sociedad”. Con estas palabras, es imposible no pensar en la invaluable entrega de los curas villeros, que “abrazan a sus ovejas” en las circunstancias más indignantes.
El Papa también nos invita a soñar “porque en este momento no alcanzan el cerebro y las manos, necesitamos también el corazón y la imaginación: necesitamos soñar para no volver atrás. Necesitamos utilizar esa facultad tan excelsa del ser humano que es la imaginación, ese lugar donde la inteligencia, la intuición, la experiencia, la memoria histórica se encuentra n para crear, componer, aventurar y arriesgar. Soñemos juntos, porque fueron precisamente los sueños de libertad e igualdad, de justicia y dignidad, los sueños de fraternidad los que mejoraron el mundo. Y estoy convencido de que en esos sueños se va colando el sueño de Dios para todos nosotros, que somos sus hijos”.
Trayendo a colación la parábola del buen samaritano, sin dudas relato paradigmático para comprender el significado de ir al encuentro de los descartados, Francisco no duda en catalogar a los movimientos populares como “samaritanos colectivos”, identificación a la que como sociedad deberíamos sentirnos llamados.
En esta edición podremos descubrir muchos buenos samaritanos “sin nombre” que curan las heridas y acompañan a quien sufre en diferentes situaciones de la vida. “Estoy convencido de que el mundo se ve más claro desde las periferias –agrega el papa Bergoglio–. Hay que escuchar a las periferias, abrirle las puertas y permitirles participar. El sufrimiento del mundo se entiende mejor junto a los que sufren”. Son los gritos de la humanidad, son los gritos de las nuevas generaciones, son los gritos del planeta que debemos escuchar con atención… para pensar, sentir, actuar, imaginar y soñar futuros posibles en los que todos tienen un lugar.
Artículo publicado en la edición Nº 636 de la revista Ciudad Nueva.