Del 20 al 22 de septiembre, la colectividad judía festejará un nuevo año, y recibirá el año 5778. Por eso celebrarán la fiesta, conocida como Rosh Hashaná, que significa “cabeza del año”.
Es una fecha que invita a hacer una mirada para descubrir y determinar qué se quiere repetir y en qué aspectos se debe cambiar, para mejorar y renovarse. Como sucede en las religiones monoteístas, es costumbre en las festividades judías que haya ciertos platos cargados de simbolismo. La comida cobra un enorme significado, pero no por la cantidad, sino por el sentido de la fiesta en sí misma.
Por un lado, el tradicional Seder de Rosh Hashaná, que es una ceremonia previa a la cena, es bien antigua, pero poco conocida, consta de cantos y rezos. Por otro lado, la cena en la que se comparten platos tradicionales. Los pertenecientes a la cena familiar varían de acuerdo a la procedencia, según se trate de judíos de origen ashkenazi o sefaradí. Algunos de estos platos se conservan desde hace siglos y su tradición pasa a través de generaciones al tiempo que otros, más modernos, van encontrando su lugar y se imponen como nuevas maneras de celebrar la fe. El nexo común son los ingredientes. En la cocina judía están muy presentes las verduras, y las carnes (de vaca, pollo o pescado), los huevos cocidos y las mezclas de frutos secos. Para estas fechas, además, se agregan algunos específicos, como el puerro, la remolacha, las espinacas, las zanahorias y la calabaza.
Estos alimentos representan los deseos para el año que se inicia. Por ejemplo, con los platos dulces se augura que su cualidad se transmita hacia el nuevo ciclo. Otra tradición es comer cabeza de pescado para que en el año que comienza “estemos a la cabeza”, al frente, distinguidos por las buenas acciones. Como en todo iom tov (día festivo), se disfruta la cena a la luz de las velas y con la alegría del vino, acompañados por una jalá (pan trenzado) especial de Rosh Hashaná, que invita a pensar en continuidades y nuevos inicios.