Eduardo Cunha estaba apartado del cargo por orden de la Fiscalía que investiga cuentas en el exterior por 5 millones de dólares que no pudo explicar.
En Brasil pocos le creen al, ahora, ex presidente de la Cámara de Diputados Eduardo Cunha, quien este jueves presentó la renuncia al cargo, del que ya había sido apartado por un juez del Tribunal Supremo, pero no a su banca.
En una atropellada declaración leída, Cunha sostuvo que resolvió renunciar actuando bajo presiones y para evitar que el Parlamento siga acéfalo, por lo que sólo su paso al costado podría volver a dar estabilidad a la institución. En realidad, el renunciante busca negociar apoyos para no perder los fueros como legislador ante la posibilidad que el mes que viene los diputados voten para destituirlo.
Al otro día del voto que en mayo apartó a la presidenta Dilma Rousseff, Cunha fue suspendido de la presidencia de la Cámara Baja por orden de la Fiscalía que lo acusa de haberse beneficiado de los sobornos de Petrobras. A su vez, la Comisión de Ética de la Cámara lo acusa de haber mentido al Congreso al asegurar, hace más de un año, que no tenía cuentas en el exterior.
Las investigaciones demostraron que este hombre poderoso del Partido del Movimiento Democrático de Brasil (PMDB), el mismo del presidente interino, Michel Temer, posee cuentas en Suiza (a nombre suyo y al de su mujer) por valor de 5 millones de dólares, y también un régimen de vida sumergido en el lujo y en gastos suntuosos suyos y de su familia. Las excusas de Cunha fueron pueriles y hasta grotescas. Llegó a afirmar que no era el auténtico dueño del dinero (cuya proveniencia no pudo explicar) sino sólo su “usufructuario”.
Cunha es un hombre de mucho poder y de mucha impopularidad. Sus posturas evangélicas son fundamentalistas, soportadas por ser pastor y poseedor de cientos de sitios web religiosos. Luego de que comprendió que la Comisión de Ética de los diputados votaría por su destitución, Cunha habilitó el impeachment contra la presidenta Dilma Rousseff, facultad que le asigna exclusivamente la Constitución, mientras que el juicio en sí está asignado al Senado.
Para la mandataria suspendida, el por entonces presidente de la Cámara aceleró los procesos y obstaculizó barreras burocráticas y procesales para que todo fuera más rápido. Protagonista directo o mero instrumento ahora abandonado por sus propias filas, lo cierto es que es una de las figuras que mancillan la política en Brasil y cuya presencia explica la crisis en la que se encuentra sumergido el sistema democrático.