No todos los caminos conducen al desarrollo y tampoco hay uno solo.
En tiempos en los que se habla y se discute sobre reformas es bueno repensar ciertos aspectos claves acerca de cómo se diseñan e implementan estas medidas. Muchas veces se piensa y se mira hacia afuera, se toma como modelo lo que otros países “más avanzados” han implementado, pero esto puede convertirse en una suerte de trampa para el desarrollo genuino.
Como destaca buena parte de las investigaciones económicas recientes, la historia nos enseña que las reformas que peor desempeño han mostrado fueron aquellas que se aplicaron abruptamente, en la forma conocida como “shock” y que resultan de una copia o imitación de otros países. El problema de este tipo de intervenciones es que no consideran las instituciones, normas, leyes y la estructura productiva ya existentes y, que su modificación y adecuación lleva tiempo. Es un proceso intangible pero decisivo en el éxito de las mismas. Por el contrario, los países que han logrado mejor resultados son aquellos que han aplicado las reformas de manera gradualista, parcial, con un amplio grado de experimentación propia basado en el anclaje territorial. El caso de las reformas y liberalización en China son un ejemplo de ello, como también lo son los casos de desarrollo en los Tigres Asiáticos después de la segunda guerra mundial.
Reformas bruscas e importadas son capítulos conocidos para nuestro país y para América Latina. En la década de los 90’s profundas reestructuraciones se abrieron paso, se impusieron de manera drástica y según recomendaciones de carácter “universal”, avaladas desde diversos ámbitos académicos y políticos, en un momento donde parecía que existía un solo camino –“the one best way”– para el desarrollo de los países. Ese camino se componía de recomendaciones puntuales, iguales para una gran mayoría de los países en desarrollo, se presentaba como un conjunto de verdades incuestionables e invariantes, ignorando las especificidades y particulares de cada región.
Paradójicamente, una revisión más profunda de los casos de crecimiento y de desarrollo señala como punto clave la gran variedad de estrategias y de intervenciones implementadas en los distintos países. Se resalta que no existe un único sendero, una receta infalible, sino que más bien los mecanismos y políticas que resultaron favorables para el conjunto de la población, son ampliamente divergentes, distintos y no replicables directamente. No todos los caminos conducen al desarrollo, pero tampoco existe uno solo. Para entender el por qué, es necesario dar cuenta de que los principios económicos, incluso los más básicos, no se integran y no aplican en paquetes de políticas únicos e iguales. Según numerosos autores, las reformas exitosas son aquellas que logran abarcar y reunir estos principios económicos según las capacidades, debilidades y oportunidades locales. Dado que estas circunstancias locales varían, también varían las reformas que son potencialmente exitosas. Por tanto, las estrategias de crecimiento requieren un conocimiento y contenido local considerable.
Lo mejor que podemos tomar entonces como aprendizaje desde otros países es entender cómo se pensaron y diseñaron las reformas aplicadas y no las reformas en sí misma. Desde una mirada amplia las políticas que han logrado ser exitosas fueron aquellas que no se replicaron mecánicamente, sino que se gestaron desde la particularidad regional y local. Fueron el resultado de un diseño propio obedeciendo a un punto de partida específico, con un objetivo claro en bases a interés internos, que tuvieron en cuenta a los distintos grupos y actores sociales, se basaron en los recursos disponibles, y en el entorno internacional.
El caso argentino
Argentina no escapa a esta tentación y tendencia siempre presente a importar e imitar políticas desde otras regiones por el hecho de haber funcionado bien en su lugar de origen.
En tiempos donde en Argentina se habla y se escucha mucho sobre reformas es bueno recordar y traer a colación los puntos mencionados más arriba. En ese sentido la reforma laboral que el gobierno está intentado llevar adelante por momentos encuentra legitimidad en el hecho de que Brasil recientemente ha sancionado una serie de medidas que liberalizan y flexibilizan su mercado laboral, y ya se escucha el pedido de muchos empresarios por imitar y copiar lo realizado en el país vecino, donde una crisis institucional y económicas sin precedentes obliga a medidas drásticas y una reconfiguración político-social. De la misma manera el silencioso y poco conocido “Plan Australia” que se ideó para la política industrial y que ya se encuentra en marcha, toma como premisas las etapas seguidas por Australia en su proceso de desarrollo, replicando los incentivos y medidas económicas implementadas como así también los sectores y actividades priorizadas y beneficiadas. Pero Argentina no es Australia: cuenta con una población mucho mayor, con menores índices de desarrollo humano, con una gran heterogeneidad regional en cuanto a la dotación de recursos y con peores condiciones socio-económicas. Por tanto un modelo como el de los países oceánicos basado solamente en la agregación de valor del sector primario, a través de I+D (investigación y desarrollo), capacidades tecnológicas y patentes propias, que lograrían un mayor derrame en la población, no parece suficientemente inclusivo ni poderoso. [i]
Un plan industrial que solo se enfoque en profundizar las ventajas comparativas pre-existentes y no en generar ventajas competitivas, ampliando el potencial económico y diversificando la matriz productiva, se parece demasiado a aquellas recetas externas mencionadas previamente. Al mismo tiempo debido al nivel salarial elevado, al importante grado de sindicalización de los trabajadores argentinos y a la legislación laboral existente Argentina tampoco puede seguir el modelo de los tigres asiáticos. Ni tigres ni canguros, por el contrario Argentina tiene una población y una historia industrial que le exigen pensar en otros modelos de desarrollo más inclusivos, con un mayor grado de autonomía y que responda a intereses y necesidades propias. La misma advertencia parece, de antemano, tener cierta validez, para la necesaria y siempre tan compleja reforma impositiva que se aproxima.
El “cómo” será siempre la pregunta más difícil, y la más adecuada, pero aprender de la historia el “cómo no” seguramente constituye un primer paso. Algunas pistas que nos encaminan a abordar esta pregunta siempre inquietante han sido esbozados en el texto: resaltar la existencia de variadas experiencias de desarrollo permite dar cuenta de cómo las condiciones locales son determinantes para el éxito de las reformas. Por tanto cualquier reforma deberá ser necesariamente adaptada o ideada desde esta conciencia, lo que implica volverla un elemento propio del sistema político-económico y por tanto implica la participación de los actores económicos y sociales. En concordancia con lo planteado el autor argentino, Mario Cimoli, destacado pensador del desarrollo, lo plasma más claramente:
“Es improbable que las economías dinámicas surjan simplemente eliminando los obstáculos al mercado y tratando de hacer los mercados más eficientes. Más bien, tenemos que preguntarnos qué derechos e instituciones son necesarias en el contexto de la economía mundial contemporánea para un crecimiento rápido de la productividad, y debemos examinar cómo se pueden introducir. Esta perspectiva sugiere que el desarrollo implica una trasformación social”[ii]
[i] Para un mayor análisis referirse a Fabrizio, R. (2016). Proyecto Productivo Nacional: Modelo CANGURO. Revista Industrializar Argentina Nº 30, de donde se extraen algunas líneas orientadoras sobre este debate.
[ii] Khan, M. y Blankenburg, S. (2009). The political economy of industrial policy in Asia and Latin America en Cimoli, M; Giovanni, D; Stiglitz J (2009) Industrial Policy and Development: The Political Economy of Capabilities Accumulation
Imagen: Martín Bechara, diseñador gráfico.
Muy interesante análisis. Me parece que en el trasfondo está que el desarrollo no se produce automáticamente, sino que es una elección. Como el desarrollo implica transformación de la sociedad, un interrogante a resolver es qué tipo de sociedad queremos ser. Quizás aquí esté una de nuestras grandes dificultades, que no logramos acordar o consensuar que tipo de sociedad queremos ser y entonces, definimos el “modelo” sin la participación de alguno de sus actores importantes. Así olvidamos que, un desarrollo excluyente no es desarrollo, y no se trata de una postura ideológica o una exigencia ética. La sociedades que excluyen, terminan privándose de una deiversidad que luego necesitan para desarrollarse y quedan a mitad de camino.