Ecología y políticas públicas – La conocida regla de las tres R (Reducir, Reutilizar, Reciclar) y una variación que invita a un nuevo protagonismo.
La queja es generalizada: “No hay políticas públicas sobre medio ambiente”.
Nuestra Constitución Nacional expresa en su Artículo 41: Todos los habitantes gozan del derecho a un ambiente sano, equilibrado, apto para el desarrollo humano y para que las actividades productivas satisfagan las necesidades presentes sin comprometer las de las generaciones futuras”. Pero como si esto fuera poco, se agrega: “y tienen el deber de preservarlo”. ¿Sabíamos que tenemos el deber constitucional de preservar el ambiente?
Le Ley General del Ambiente (25.675) es del año 2002 y establece los presupuestos mínimos para el logro de una gestión sustentable y adecuada del ambiente, la preservación y protección de la diversidad biológica y la implementación del desarrollo sustentable.
La Ley 22.421, Conservación de la fauna, del año 1981 expresa: “Todos los habitantes de la Nación tienen el deber de proteger la fauna silvestre”. Y me atrevo a asegurar que aquí también son pocos los que conocían esta otra obligación.
Existen leyes que legislan sobre suelos, pilas, energías alternativas (1998), áreas protegidas (1980), bosques nativos, fauna, agua, residuos industriales (2002), residuos radiactivos, actividades de quema (2009), glaciares, recursos del aire (1973), minería, pesca, etc. Muchas tienen más de una década. La conclusión fácil, lógica, la que nos tranquiliza es: “El Estado/Gobierno no las hace cumplir”.
La existencia de estas normativas puede pasar muchas veces desapercibida y afloran entre nuestras preocupaciones cuando nos afectan directamente. Como solía decir Quino, a través de Mafalda, “el deporte más popular es quejarnos”.
Lo cierto es que los gobiernos de turno aplican las leyes, controlan y sancionan a los que no las cumplen teniendo en cuenta sus prioridades, agendas, presiones y circunstancias coyunturales.
Podemos quedarnos tranquilos con esa situación, es cosa del gobierno y sabrá cómo y cuándo hacerlo, o comenzar a aplicar lo que podríamos denominar las políticas privadas.
¿De qué se trata?
Sería tener hábitos de comportamiento relacionados con nuestro entorno, nuestra Casa Común, como nos enseñó Francisco.
¿Y de qué sirve lo que hago yo frente a los desastres que vemos a diario? Madre Teresa dice que “a veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara esa gota”. Cuidar nuestro entorno es básico, elemental. Algo que vemos en las palabras del filósofo José Ortega y Gasset, cuando afirma: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo”. Más allá de distintas interpretaciones de esa famosa frase, aunque la mayoría solo conoce la primera parte, es obvio que no se puede cerrar los ojos ante lo que pasa a nuestro alrededor.
Mi propuesta sobre políticas privadas es implementar la Regla de las tres R: Reducir, Reutilizar, Reciclar. Generalmente se aplica a la basura, pero en realidad es una práctica a la cual se le pueden seguir sumando R: Reparar, Rechazar, Recuperar, Redistribuir, y podríamos hablar de la regla de las diez R, o de las veinte. Veamos: Rediseñar, Revalorizar (energéticamente), Reordenar, Recompensar, Reformular, Renovar (procesos), Regresar (residuos, reciclables), Recoger, Recomendar, Reaprender/Readquirir, Regular (por parte del Estado) y por último una que poco solemos implementar: ¡Reclamar!
Aunque existan políticas públicas, es importante instrumentar las políticas privadas. Me refiero a la aplicación de una nueva regla de tres R.
Reflexionar: ¿Qué sucede si lo hago? ¿Qué sucede si no lo hago? ¿Lo puedo hacer diferente esta vez?
Respetar: A uno mismo, al prójimo, al de más allá, al paisaje, al río, etcétera.
Responsabilizarse: tal vez la más difícil, porque es muy fácil encontrar excusas para quedar afuera. Soy parte del problema, pero también de la solución.
En Laudato Si’, el Papa habla de la naturaleza y remarca que “estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados” (139). Por eso la solución a los problemas ambientales no se solucionan por separado. Y continúa en ese mismo párrafo: “Es fundamental buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales. No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza”.
En la misma línea, Barry Commoner, a quien se considera el fundador del movimiento ambientalista en el mundo, decía hace mucho tiempo: “Cuando se persigue el origen de cualesquiera de los problemas del medio ambiente, salta a la vista una verdad ineludible: las causas radicales de esta crisis no las hallamos en la interacción del hombre con la naturaleza, sino en la interacción de los hombres entre sí. Esto es, que para resolver la crisis del medio ambiente hay que dejar resueltos el problema de la pobreza, el de la injusticia social y el de la guerra; que la vieja deuda que tenemos contraída con la naturaleza… hay que liquidarla con la vieja moneda de la justicia social. En suma, que a la paz de la naturaleza debe antecederle una paz de los humanos”. Quizás la solución no esté plenamente en nuestras manos, pero sí estoy seguro de que parte de ella sí lo está. Por eso, obedeciendo a un enojado Ortega y Gasset: “¡Argentinos, a las cosas, a las cosas!”.
Artículo publicado en la edición Nº 627 de la revista Ciudad Nueva.