¿Que 50 años no es nada?

¿Que 50 años no es nada?

El 26 de marzo de 1967, Paulo VI daba a conocer una de sus encíclicas más emblemáticas: la Populorum Progressio. Un texto que mantiene inalterada su actualidad y sigue invitando a construir un humanismo para todo el hombre y para todos los hombres.

El desarrollo humano integral y el desarrollo solidario de la humanidad son los dos grandes temas que aborda la encíclica Populorum Progressio (el progreso de los pueblos), que Paulo VI entregó el 26 de marzo de 1967, hace cincuenta años. El primero no puede darse sin el segundo, enfatiza en el texto el Papa.

Este documento pontificio inaugura –así como la Rerum Novarum  (las cosas nuevas) lo hizo respecto del trabajo– una serie de encíclicas sobre el desarrollo, junto a Sollicitudo Rei Socialis (la preocupación por lo social, 1987), de Juan Pablo II y Caritas in Veritate (la caridad en la verdad, 2009), de Benedicto XVI. De alguna manera también Laudato Si’ (alabado seas, 2015), aunque esta última podría inscribirse como la primera sobre la cuestión ambiental.

En su interior, Populorum Progressio también anunció la creación de la Comisión Pontificia Justicia y Paz. Hoy, cincuenta años después, el papa Francisco pone en marcha un nuevo Dicasterio para el Servicio al Desarrollo Humano Integral, que reúne los antiguos pontificios consejos Justicia y Paz, Cor Unum, de la Pastoral para los Migrantes y los Itinerantes y de los Operadores Sanitarios (Pastoral  de la Salud). De esta manera Francisco espera potenciar la acción de la Iglesia en su compromiso con el resguardo de la dignidad de las personas, que debe tener como marco una sociedad construida sobre fundamentos de justicia social. Economía y técnica no tienen sentido si no es por el hombre, a quien deben servir.

Para Paulo VI, no es lo mismo crecimiento que desarrollo. Tampoco resulta suficiente –aunque valora– una distribución equitativa de la riqueza para alcanzar el desarrollo humano integral: el hombre no es verdaderamente hombre, más que en la medida en que, dueño de sus acciones y juez de la importancia de éstas, se hace él mismo autor de su progreso, según la naturaleza que le ha sido dada por su Creador, y de la cual asume libremente las posibilidades y las exigencias.

Por lo mismo, aplaude los beneficios de la industrialización, invita a aumentar la riqueza para distribuirla con equidad; al tiempo deja en claro que no son las utilidades el motor del progreso, asumir de esta manera el mundo de los negocios es profesar un liberalismo que conduce a una forma de dictadura.

Lo que promueve Paulo VI es pasar de condiciones menos humanas a condiciones más humanas, construyendo un humanismo que se traduce en desarrollo integral de todo hombre y de todos los hombres. Estas son dos frases ampliamente conocidas y profusamente citadas. Tanto, que su contenido se difumina. Ahora, es urgente recuperarlas y traducirlas a su expresión práctica señalada en la misma encíclica de Paulo VI. En resumen: la tierra ha sido dada para todos, y todos tienen el derecho a encontrar en ella lo que necesitan. Sólo así es posible ser fiel a Dios, en dimensión espiritual; y sólo así es posible construir la paz –en dimensión humana– porque el desarrollo es el nuevo nombre de la paz.

No se trata de una tarea fácil. Cincuenta años atrás, asumiendo a manera de hipótesis que existe un lamentable vacío de ideas –y también vale para hoy– se exige más todavía pensadores de reflexión profunda que busquen un humanismo nuevo, el cual permita al hombre hallarse a sí mismo, asumiendo los valores superiores del amor, de la amistad, de la oración y de la contemplación, decía Paulo VI citando a Jacques Maritain.

Para esta tarea llama a católicos, a cristianos y creyentes, a hombres de buena voluntad, a hombres de Estado, a sabios. A todos les pide ponerse a la obra, porque han oído la llamada de los pueblos que sufren, a ser apóstoles del desarrollo auténtico y verdadero, que no consiste en la riqueza egoísta y deseada por sí misma, sino en la economía al servicio del hombre, el pan de cada día distribuido a todos, como fuente de fraternidad y signo de la Providencia.

 

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