Rescatamos fragmentos del discurso que Francisco dirigiera a los asistentes al seminario “El bien común en la era digital”. La temática es vigente, y alude al avance colectivo, no por la tecnología en sí misma, sino como factor de crecimiento y mejora laboral.
Como curiosidad, la misma se llevó a cabo en la Sala Clementina, sala que comparte denominación con la primera computadora que hubo en la Universidad Argentina, allá a principios de la década del 60’. Clementina fue la primera habitante de la Ciudad Universitaria, su instalación aceleró parte de las obras de aquella ciudad, y dio origen a la bendita carrera de computación científica. ¡Vaya si la tecnología no puede aparear progreso!
En Laudato si’ se alude al beneficio que la humanidad puede obtener del progreso tecnológico (cf. Laudato si’, 102). Este avance dependerá en la medida que se utilicen éticamente las nuevas posibilidades disponibles (cf. ibid., 105). Esto requiere de un desarrollo adecuado de la responsabilidad y los valores. De otro modo, se corre el riesgo de la promesa de un progreso incontrolado e ilimitado, que se impondrá y quizás incluso eliminará otros factores de desarrollo con el consiguiente peligro para la humanidad.
El desafío es alcanzar criterios y parámetros éticos básicos, capaces de dar orientaciones sobre las respuestas a los problemas éticos que plantea el uso generalizado de las tecnologías. Es común la convicción de que la humanidad se enfrenta a desafíos sin precedentes y completamente nuevos. Los nuevos problemas requieren nuevas soluciones: el respeto de los principios y de la tradición, de hecho, debe vivirse siempre con una forma de fidelidad creativa y no de imitaciones rígidas o de reduccionismo obsoleto. El bien común es un bien al que aspiran todas las personas, y no existe un sistema ético digno de ese nombre que no contemple ese bien como uno de sus puntos de referencia esenciales.
Los problemas conciernen a toda la humanidad y requieren soluciones que puedan extenderse a toda la humanidad. Un ejemplo podría ser la robótica en el mundo laboral. Por un lado, podrá poner fin a algunos trabajos fatigosos, peligrosos y repetitivos, que a menudo causan sufrimiento, aburrimiento y embrutecimiento. Sin embargo, por otro lado, la robótica podría convertirse en una herramienta puramente eficiente: utilizada sólo para aumentar beneficios y rendimientos, privará a miles de personas de su trabajo, poniendo en peligro su dignidad.
Otro ejemplo son las ventajas y los riesgos asociados con el uso de la inteligencia artificial en los debates sobre las grandes cuestiones sociales. Por una parte, se podrá favorecer un acceso más grande a las informaciones fiables y garantizar, pues, la afirmación de análisis correctas; por la otra, será posible como nunca antes, hacer circular opiniones tendenciosas y datos falsos, “envenenar” los debates públicos e incluso manipular las opiniones de millones de personas, hasta el punto de poner en peligro las mismas instituciones que garantizan la convivencia civil pacífica. Por eso, el desarrollo tecnológico del que todos somos testigos requiere que nos reapropiemos de nosotros mismos y reinterpretemos los términos éticos que otros nos han transmitido.
Si el progreso tecnológico causara desigualdades cada vez mayores, no podríamos considerarlo un progreso real. Si se convirtiera en enemigo del bien común, el llamado progreso tecnológico de la humanidad, conduciría a una desafortunada regresión a una forma de barbarie dictada por la ley del más fuerte.
Un mundo mejor es posible gracias al progreso tecnológico si éste va acompañado de una ética basada en una visión del bien común, una ética de libertad, responsabilidad y fraternidad, capaz de favorecer el pleno desarrollo de las personas en relación con los demás y con la creación.