Pese a las derrotas sufridas, el Isis convoca a vengar la masacre contra islámicos cometida en Nueva Zelanda. Pero ¿no estaba desapareciendo?
Teóricamente hace más de cuatro años que se lucha para erradicar el Isis, sin embargo, este monstruo de cien cabezas vuelve a aparecer aquí y allá amenazando con sus proclamas violentas y delirantes. A los aliados bastaron dos años y medio, desde el ingreso en el norte de África y luego en Europa de las fuerzas armadas estadounidenses para derrotar al régimen nazi. En mucho menos tiempo, semanas en algunos casos, desaparecieron dictadores como Slobodan Milosevic, Saddam Hussein, Muhammar Kadafi. Pese a la aplastante derrota que padeció en Iraq y ahora en Siria, sin embargo el Isis se permite convocar a sus seguidores a vengar los 50 muertos en el ataque de un fanático blanco contra dos mezquitas en Nueva Zelanda. Durante horas se temió que el atacante que en Holanda disparó hace dos días a los pasajeros de un tranvía, fuera el comienzo de esa venganza. El atacante, turco de origen, tenía problemas con la justicia, pero luchó contra el ejército ruso en Chechenia, siendo muy joven.
Para entender por qué razón no ocurre lo mismo con el Isis, la atención debe centrarse en sus patrocinadores, financiadores y difusores directos: las monarquías del Golfo, en especial Arabia Saudita, Qatar, Emiratos Árabes. El problema es que estos países son los mismos que financian negocios inmobiliarios en toda Europa y el mundo occidental, invierten en la bolsa. Solo en los Estados Unidos, la monarquía saudita lleva invertidos 750.000 millones de dólares. Pero podemos ver todos los días en internet o en la tv publicidad de las compañías aéreas de estos estados y, como no podría ser de otra manera, son incluso el sponsor de importantes clubes de fútbol europeos. Pero es desde allí que nacen y se difunden las corrientes islamistas wahabitas, que financian mezquitas, escuelas, colegios universitarios desde los cuales se difunde a menudo el virus del terrorismo. A mediados de los 90 se estimaba que en este proselitismo los sauditas invertirían 90.000 millones de dólares. Entre 1982 y 2005, señala el periodista Fulvio Scaglione, el rey de Arabia Saudita, Fahd, promovió la construcción de más de dos mil escuelas islámicas y 1.500 mezquitas de esas corrientes extremistas en todo el mundo.
Los gobiernos occidentales saben perfectamente lo que ocurre. Varios mails de Hillary Clinton cuando era secretaria de Estado, es decir canciller de los Estados Unidos, se refieren a Arabia Saudita como “base decisiva de soporte financiero para Al Qaeda, talibán…. y otros grupos terroristas incluido Hamas…”. Cuando en 2016 era candidata a la presidencia, Clinton señalaba a John Podestá, jefe de su campaña, la necesidad de presionar a los gobiernos de “Qatar y Arabia Saudita que siguen brindando financiación y soporte al Isis y otros grupos sunitas radicales de la región”, refiriéndose a Medio Oriente. En 2015, el Isis ya era una trágica realidad.
Como bien recuerda Scaglione, esto ocurre desde hace décadas. Cuando los soviéticos invadieron Afganistán, quien recibía y distribuía desde Pakistán los millones de dólares para armar a los guerrilleros islamistas era nada menos que Osama Bin Laden. La diferencia era que en ese momento esos guerrilleros antisoviéticos eran héroes. Luego, ese entrenamiento en el terreno se transformó en la lucha en la ex Yugoslavia, en Chechenia, nuevamente contra los rusos… y sucesivamente en el terrorismo globalizado.
El caldo de cultivo es precisamente la versión del Islam que el wahabismo pretende ofrecer al mundo islámico o, más bien, imponer armas en manos. De ahí que la destrucción de sus sucursales en Iraq o Siria tiene poca importancia. Otras células o grupos pueden nacer en otro lado, como en Libia o en el Sinaí, pertrechados y financiados bajo nuestras narices.
La ceguera occidental alcanza su grado máximo cuando el presidente Donald Trump transforma a Arabia Saudita en su aliado estratégico en Medio Oriente, acusa a Irán de ser el difusor del terrorismo, y asegura a la monarquía petrolera importantes ventas de armas. Como también hacen otros países europeos, entre ellos Francia e Italia, ofuscados por el color del dinero. El riesgo paradójico es el de realizar la profecía de Lenin: “Los capitalistas nos comprarán la soga con la que los ahorcaremos”. Lo que ha cambiado desde ese entonces es el verdugo.