Ante índices de pobreza que llaman al espanto, se prevé que aumentarán considerablemente con la pandemia. Los Estados deben hacer la parte que les corresponde y cada ciudadano ser responsable por la suerte de sus hermanos.
Para muchos, los pobres son un porcentaje. Desde el controlado 8,1 % de Uruguay, pasando por el 9,3 % de Chile hasta llegar a superar el 35 % en Paraguay y Argentina, y si vamos hacia el Norte encontramos situaciones similares o más graves. Un número que inquieta e incomoda sobre todo a los que tienen que regir el destino de los países. Como bien dice uno de los últimos informes del Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA) de la Universidad Católica (UCA) cada uno hace una lectura según la posición actual, por lo que “las estadísticas sociales han sido denostadas por quienes en otros momentos las valoraban, y de manera inversa, sobrevaloradas por quienes antes las criticaban, perdiendo de vista que lo importante no son las cifras de la pobreza, sino los problemas y desafíos que ellas representan”.
Según el mismo Observatorio, se define la condición de pobreza “como la privación tanto al nivel de los ingresos como de las carencias no monetarias asociadas a 6 dimensiones de los derechos sociales y económicos”. Alimentación, salud, servicios básicos, vivienda digna, acceso a la educación, trabajo y seguridad social son los parámetros a tener en cuenta para determinar el grado de pobreza o indigencia.
Un porcentaje frío y descarnado, un número que esconde los rostros de millones de personas que por distintas circunstancias se encuentran en los bolsones de pobreza: villas miseria, poblaciones, barrios de ranchos, favelas o pueblos jóvenes, según el país donde se localizan. Cada mujer, cada hombre tiene una historia, muchas veces muy dolorosa, con puertas que se cerraron o, peor aún, nunca se abrieron y que hoy los empuja a un único objetivo: subsistir. Donde no queda espacio para nada más, en barrios que crecen aceleradamente y el Estado siempre llega con atraso para brindar los servicios básicos, estructuras de educación y sanitarias. Y hoy se debe agregar de comunicación, cuya escasez se evidenció durante la cuarentena.
Es enorme la cantidad de instituciones, ONG, iglesias, grupos que se prodigan para paliar las necesidades más urgentes. Una tarea que alivia en el día a día, pero no es suficiente para solucionar los problemas estructurales que corresponden al Estado. Estado y no gobierno. Se necesitan acuerdos que involucren a todos los sectores políticos que aspiran al poder, que establezcan políticas de Estado, prioritarias, con continuidad y que ningún gobierno las pueda eludir. Difícilmente solucionemos la economía de la Nación si no comenzamos por incluir a todos, sin preferencias, con el esfuerzo y el compromiso de toda la sociedad, con reglas claras y duraderas. Abiertos al mundo, porque como dijo Francisco recientemente “estamos todos en la misma barca y nadie se salva solo”.
Tal vez tengamos que replantearnos nuestro estilo de vida, ser más austeros, dejar de lado el individualismo para abrirnos a los demás. Volver a los orígenes. En efecto todas las grandes corrientes espirituales en sus orígenes tienen a los pobres como protagonistas: san Francisco y su encuentro con los leprosos, Madre Teresa y los moribundos en las calles de Calcuta, Don Bosco y los jóvenes marginales, Chiara Lubich y los pobres de Trento… y podríamos enumerar una larga lista. En cada caso se trató de alguien a quien acudir para devolverle su dignidad de persona. Daban testimonio las primeras compañeras de Chiara, en el humilde focolar de Trento, donde sentaban a su mesa, vestida con el mejor mantel que tenían para compartir la comida, a los pobres en medio de las focolarinas. Y daban todo lo que tenían y a la vez recibían otros bienes en abundancia que volvían a dar.
Años más tarde, fue en contacto con la “corona de espinas” que rodea la ciudad de San Pablo en Brasil (como todas las grandes ciudades de América Latina) y con los pobres que conoció, saludó y abrazó en la ciudadela de los Focolares, lo que la inspiró a fundar la Economía de Comunión (EdC). Para los pobres, una finalidad que jamás debe olvidarse. Y poco después el Movimiento Políticos por la Unidad (MPPU), para contribuir transversalmente que se gobierne y legisle para el bien común.
Ya en 1984, habiendo tenido que suspender su visita a América Latina programada para el año anterior por motivos de salud, envió un mensaje donde concluía: “Vista la situación de estos países y conociendo la orientación de las iglesias locales, nos parece que (…) el camino para nosotros, como creo que para todos los cristianos, es dar una respuesta a las exigencias concretas que los graves problemas sociales presentan”. Y enumeraba algunas iniciativas como la fundación de escuelas de pensamiento social cristiano que se materializaron en los años sucesivos e invitaba a “dar mayor incremento a las acciones sociales que ya existen y fundar otras nuevas, todas las que veamos que son útiles y realizables”.
De esa semilla nacieron obras que perduran y van al encuentro de distintos tipos de pobreza en todo el continente. Ahora es necesario estar preparados para los tiempos que se avecinan donde se prevé un considerable aumento de la pobreza agravado por los períodos de aislamiento y cuarentena como protección ante la pandemia. Todos tendremos que hacer nuestra parte porque las urgencias serán muchas y no se podrá “esperar a mañana” porque sería demasiado tarde. De nuestra escasez tendremos que dar para que todos tengan lo esencial: “Transformar mi metro cuadrado”, como decía un amigo. Y quienes se dedican a la política (“El amor de los amores”, como la definía Lubich), encontrar caminos, estrategias, acuerdos para atacar el problema, que tal vez lleve generaciones para subsanar, pero que hoy no puede esperar. Porque, como dice la conocida canción del padre Zini, “¡no es posible morirse de hambre / en la patria bendita del pan…!”.
Artículo publicado en la edición Nº 621 de la revista Ciudad Nueva.