Pedro y Pablo

Pedro y Pablo

Como cada 29 de junio se celebró la fiesta de estos dos apóstoles de Roma. Es el día del Pontífice. Compartimos fragmentos de la homilía que pronunciara el Papa Francisco este lunes en la Basílica Vaticana.

En la fiesta de los dos apóstoles de esta ciudad, me gustaría compartir con ustedes dos palabras clave: unidad y profecía.

Unidad

Celebramos juntos dos figuras muy diferentes: Pedro era un trabajador de la pesca que vivía por y para sus botes y remos. Pablo era un fariseo que enseñaba en las sinagogas. Cuando emprendieron la misión, Pedro se dirigió a los judíos, Pablo a los paganos. Cuando sus caminos se cruzaron, discutieron a viva voz. De hecho, Pablo lo relata en su carta a los Gálatas (cf. Ga 2,11ss.).

Eran bien distintos, pero se querían entrañablemente por ser apóstoles. Jesús no dejó como herencia que sus seguidores se llevaran bien, sino que se amaran mutuamente. Él los (y nos) une en las diferencias y promueve el amor recíproco.

El libro de los Hechos (cf. He 12, 1-11) destaca la unidad. Narra que la Iglesia, recién nacida, estaba pasando por una fase compleja: persecuciones, asesinatos y Pedro arrestado. La comunidad estaba amenazada, pero en aquel momento nadie escapó, y ninguno abandonó a los demás, sino que rezaban todos juntos. De la oración obtuvieron valentía, de la oración vino una unidad más fuerte que cualquier amenaza. El texto dice que «mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él» (Hch 12,5).
La unidad es un principio que se activa con la oración, porque la oración permite que el Espíritu Santo intervenga, que abra a la esperanza, que acorte distancias y nos mantenga unidos en las dificultades.

En esas situaciones dramáticas, nadie se quejaba del mal, ni de las persecuciones. Nadie insulta a Herodes ― mientras nosotros estamos tan acostumbrados a insultar a los responsables. Es inútil e incluso molesto que los cristianos pierdan el tiempo quejándose del mundo, de la sociedad, de lo que está mal. Las quejas no cambian nada, son la segunda puerta cerrada al Espíritu Santo, la primera es el narcisismo, la segunda el desánimo, la tercera el pesimismo. El narcisismo te lleva al espejo, a contemplarte continuamente; el desánimo, a las quejas; el pesimismo, a la obscuridad. Estas tres actitudes le cierran la puerta al Espíritu Santo. 

Estos cristianos de los primeros tiempos no culpaban a los demás, sino que oraban. En esa comunidad nadie decía: “Si Pedro hubiera sido más prudente, no estaríamos en esta situación”. Ninguno. Pedro, humanamente, tenía motivos para ser criticado, pero nadie lo criticaba. No hablaban mal de él, sino que rezaban por él. No hablaban a sus espaldas, sino que hablaban a Dios. 

Hoy podemos preguntarnos: “¿Cuidamos nuestra unidad con la oración, nuestra unidad de la Iglesia? ¿Rezamos unos por otros?”. ¿Qué pasaría si rezáramos más y murmuráramos menos, con la lengua un poco más contenida? Como le sucedió a Pedro en la cárcel: se abrirían muchas puertas que separan, se romperían muchas cadenas que aprisionan. 

Pidamos la gracia de saber cómo rezar unos por otros. San Pablo exhortó a los cristianos a orar por todos y, en primer lugar, por los que gobiernan (cf. 1 Tm 2,1-3). “Pero este gobernante es…” y los epítetos son muchos; no los mencionaré, porque este no es el momento ni el lugar para para indicar los calificativos que se oyen contra los gobernantes. Que los juzgue Dios, nosotros recemos por los gobernantes: necesitan oraciones.  Es una tarea que el Señor nos confía.

¿Lo hacemos, o sólo hablamos, insultamos, y se acabó? Dios espera que cuando recemos también nos acordemos de los que no piensan como nosotros, de los que nos han dado con la puerta en las narices, de los que nos cuesta perdonar. Sólo la oración rompe las cadenas, como sucedió a Pedro, sólo la oración allana el camino hacia la unidad.

Profecía

La segunda palabra, profecía. Unidad y profecía. Hoy necesitamos la profecía, pero una profecía verdadera: no de discursos vacíos que prometen lo imposible, sino de testimonios de que el Evangelio es posible. No se necesitan manifestaciones milagrosas. A mí me duele mucho cuando escucho proclamar: “Queremos una Iglesia profética”. Muy bien. Pero ¿qué haces para que la Iglesia sea profética?. Se necesitan vidas que manifiesten el milagro del amor de Dios; no el poder, sino la coherencia; no las palabras, sino la oración; no las declamaciones, sino el servicio.

¿Quieres una Iglesia profética? Comienza con servir, y cállate. No la teoría, sino el testimonio. No necesitamos ser ricos, sino amar a los pobres; no ganar para nuestro beneficio, sino gastarnos por los demás; no necesitamos la aprobación del mundo, necesitamos la alegría del mundo venidero; no aquellos proyectos pastorales que parecerían tener en sí mismo su propia eficiencia, como si fuesen sacramentos; proyectos pastorales eficiente, no, sino que necesitamos pastores que entregan su vida como enamorados de Dios. Pedro y Pablo así anunciaron a Jesús, como enamorados. Pedro ―antes de ser colocado en la cruz― no pensó en sí mismo, sino en su Señor y, al considerarse indigno de morir como él, pidió ser crucificado cabeza abajo. Pablo ―antes de ser decapitado― sólo pensó en dar su vida y escribió que quería ser «derramado en libación» (2 Tm 4,6). Esto es profecía. No palabrería. Esta es profecía, la profecía que cambia la historia.

Queridos hermanos y hermanas, Jesús profetizó a Pedro: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». Hay también una profecía parecida para nosotros. Se encuentra en el último libro de la Biblia, donde Jesús prometió a sus testigos fieles: «una piedrecita blanca, y he escrito en ella un nuevo nombre» (Ap 2,17). Como el Señor transformó a Simón en Pedro, así nos llama a cada uno de nosotros, para hacernos piedras vivas con las que pueda construir una Iglesia y una humanidad renovadas.
Siempre hay quienes destruyen la unidad y rechazan la profecía, pero el Señor cree en nosotros y te pregunta: “¿Tú, quieres ser un constructor de unidad? ¿Quieres ser profeta de mi cielo en la tierra?”.
Hermanos y hermanas, dejémonos provocar por Jesús y tengamos el valor de responderle: “¡Sí, quiero!”.

Fuente: Vatican.va – http://www.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2020/documents/papa-francesco_20200629_omelia-pallio.html

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