Más grandes que la culpa/25 – Toda historia de un fratricidio es por desgracia una historia verdadera.
«”Hijo de Laertes, de linaje divino, Ulises rico en ardides, contente y haz que termine esta lucha, este combate funesto para todos, no sea que Zeus, el hijo de Cronos, se irrite contigo”, Así habló Atenea y Ulises obedeció con ánimo alegre»
Homero Odisea, Conclusión
Cuando pasamos por crisis profundas y complejas, encontrar a alguien que nos muestre otra perspectiva puede resultar decisivo. Alguien que nos haga subir a una colina para ver nuestra ciudad asediada desde lo alto y descubrir caminos de salida que no podíamos ver mientras estábamos inmersos en la lucha. En la Biblia, son sobre todo los profetas y las mujeres quienes ofrecen esta perspectiva distinta. Existe efectivamente una analogía entre profecía y genio femenino. Ambos son concretos, activan procesos, hablan con la palabra y con el cuerpo y, por un instinto invencible, eligen siempre la vida, creen en ella y la celebran hasta el último soplo. Los profetas y las madres engendran y albergan una palabra viva que no controlan. Dan un cuerpo al hijo-palabra para que se haga carne, pero sin convertirse en sus dueños.
En la familia de David, la sangre y la violencia se siguen derramando copiosamente. Los ejecutores de la violencia son varones, que muestran una gran maldad de cabeza y de vísceras. Entre todos los hombres que escriben las primeras páginas ensangrentadas de la historia de la monarquía de Israel, de vez en cuando se incluye alguna mujer que, con su breve aparición, humaniza los relatos y muestra un rostro distinto de YHWH. Las mujeres entran en escena para decirnos palabras nuevas sobre el hombre y sobre Dios, cuando los varones ya han consumido y dilapidado sus últimos recursos de humanidad y se han convertido al fin en mendigos de palabras de vida. También en estas páginas tremendas sobre las luchas fratricidas de los hijos de David, una mujer ilumina con una luz resplandeciente el horizonte oscuro de los hombres.
David, al enterarse de la violación de su hija Tamar, se muestra de nuevo ambivalente: «El rey David oyó lo que había pasado y se indignó, pero no quiso dar un disgusto a su hijo Amnón, a quien amaba por ser su primogénito» (2 Samuel 13,21). La historia está llena de delitos cometidos especialmente sobre los pobres, las mujeres y los niños, que son encubiertos por “padres” que no quieren “disgustar” a sus hijos. En cambio, Absalón tiene la reacción opuesta. Comienza a cultivar el destructivo sentimiento de la venganza. Y así, dos años después, durante la fiesta del esquilado de los rebaños, Absalón obtiene de David permiso para que su hermano Amnón venga a verle. Entonces dice a sus criados: «Cuando Amnón esté ya bebido y yo os dé la orden de herirlo, lo matáis sin miedo ninguno» (13,28). Una vez más, un hermano invita a otro hermano a “salir al campo”: «Los criados de Absalón cumplieron sus órdenes» (13,29). Amnón, a diferencia de Abel, era culpable, pero ningún hermano merece morir. Después del fratricidio, Absalón, como Caín, huye “errante”, homicida y por tanto en peligro de muerte. Pero en la noche de este fratricidio llega otra mujer, esta vez sin nombre: la mujer de Tecua.
Joab, el famoso, astuto y ambiguo general de David, quiere rehabilitar a Absalón y hacer que regrese del exilio: «Entonces mandó a Tecua unos hombres para que trajeran de allí una mujer sabia» (14,1). Tecua es el pueblo del profeta Amós y ese es un dato significativo para el lector de la Biblia. Nos encontramos dentro de un ambiente profético. A la mujer se la llama “sabia”, que es un adjetivo raro con muchos significados en la Biblia. Al igual que en el relato de Abigail, la mujer se presenta como una narradora, tejedora de historias, artesana de la palabra al servicio de la vida. Las mujeres tienen una relación muy especial con la narración. Tal vez porque desde muy pequeños enseñan a los niños a transformar los primeros sonidos y ruidos en palabras, o quizá porque los alimentan con leche, comida e historias, o tal vez porque durante miles de años, mientras los varones cazaban o luchaban, ellas intercambiaban bajo las tiendas sobre todo palabras…, pero lo cierto es que las mujeres saben hablar de forma distinta y mejor que los hombres. Sobre todo saben buscar, crear e inventar palabras que aún no existen pero es absolutamente necesario que existan para poder seguir viviendo. Como la mujer sabia de Tecua.
Joab instruye a la mujer y la envía ante el rey: «Haz como que estás de luto, ponte ropa de luto y no te perfumes; tienes que parecer una mujer que ya de mucho tiempo lleva luto por un difunto. Te presentas al rey y le dices esto» (14,2-3). Ella se dirige a David: «Majestad, ¡sálvame!». El rey le dice: «¿Qué te pasa?» (14,4). Ella le cuenta la historia inventada y pactada con Joab: «¡Ay de mí! Una viuda soy, murió mi marido. Y una servidora tenía dos hijos; riñeron los dos en el campo, sin nadie que los separase, y uno de ellos hirió al otro y lo mató. Y ahora resulta que toda la familia se ha puesto en contra de tu servidora; dicen que les entregue al homicida para matarlo, para vengar la muerte de su hermano, y acabar así con el heredero. ¡Así me apagarán la última brasa que me queda, y mi marido se quedará sin apellido ni descendencia sobre la tierra!». (14,5-7). Se trata de una narración de una inteligencia emocional y relacional extraordinaria.
La mujer invita a David a que vea la única perspectiva vital disponible, la única capaz de futuro. Le invita a salir de la lógica destructiva de las culpas y recriminaciones pasadas, y a ver los costes y beneficios objetivos, presentes y futuros, de las acciones y reacciones. El hijo ha muerto y su vida no vuelve. Permitir que la lógica de la venganza, totalmente centrada en el pasado, mate también al segundo hijo, no significa reparar el daño sino duplicarlo, apagar las únicas “brasas” que todavía pueden encender la vida. Una mujer nos explica una de las verdades jurídicas y humanas más grandes de la historia: el perdón y la reconciliación no son solo la elección más humana y religiosa que podemos hacer ante un delito, sino también la más inteligente, porque es la única capaz de no agravar el daño. Gracias a una reflexión parecida a la de esta mujer sabia, un día abolimos la ley del talión y la visión de la pena como venganza colectiva. Y así nos hicimos más humanos e inteligentes.
David realiza a la perfección el ejercicio empático que la mujer le propone, tal y como hizo con la parábola de Natán (David es grande, entre otras cosas, porque sabe escuchar a los hombres y a las mujeres): «El rey le respondió: “¡Vive Dios, no caerá a tierra un pelo de tu hijo!”» (14,11). Llevado narrativamente de la mano por la mujer sabia, David comprende que el bien de la familia solo pasa por violar la ley del talión e interrumpir la espiral de la venganza. Después, la mujer continúa y sale de la historia inventada para llegar directamente al verdadero objeto de su visita: «Con lo que acabas de decir, te condenas a ti mismo, porque al no dejar que vuelva el desterrado estás maquinando contra el pueblo de Dios». (14,13). Natán (cap. 12) había terminado su parábola con una frase tremenda: «Ese hombre eres tú». Ahora la mujer sabia le dice algo muy parecido: “Te condenas a ti mismo”, porque David no está ejerciendo con su hijo la justicia que ha jurado realizar con el hijo de la mujer.
David intuye que detrás de toda esta historia se encuentra «la mano de Joab». La mujer no lo niega: «Tu siervo Joab es quien me mandó y me ensayó toda la escena. Ideó esto para no presentar el asunto de frente» (14,19-20). Al rey no parece molestarle la mano de Joab ni la perspectiva distinta que le ha dado: «El rey dijo a Joab: “Ya ves que he dado mi palabra. Anda a traer al muchacho Absalón”» (14,21). Joab ha alcanzado su objetivo. Y la mujer sabia desaparece no sin habernos regalado esta página tan bella. El texto y Joab eligen a una mujer para intentar poner fin a la violencia mimética. La Biblia es consciente de las virtudes específicas de las mujeres. Sabe que en la solución de los conflictos la mirada femenina puede ser decisiva. Ve y cuenta un mundo de varones que hacen la guerra, se matan entre ellos y matan y violan a las mujeres. Sabe que el mundo que describe no ha sido capaz de reconocer y respetar el talento de las mujeres, ni de llamarlas por su nombre ni de darles iguales derechos y dignidad. Ni siquiera este relato nos desvela el nombre de la mujer sabia de Tecua. Pero la Biblia guarda el conocimiento de la mujer, su misterio y su dignidad, sus virtudes y sus talentos especiales. Es como si nos dijera: “Si hubieras escuchado más la sabiduría de las mujeres, habríamos pecado y sufrido menos, habríamos sido más humanos, habríamos tenido menos violencia y más shalom. Pero desgraciadamente no lo hemos conseguido”. La historia, los conflictos y las guerras son distintos cuando se ven con los ojos de las mujeres y de las madres. Siempre ha sido así. La Biblia es inmensa, entre otras cosas, porque en un mundo dominado por varones, nos ha dejado palabras de mujeres, obras maestras de belleza, pietas y humanidad, como el Magnificat.
La historia narrada por la mujer sabia se parece a la parábola de la corderilla de Natán. En el caso de Natán, el estatus de profeta le legitimaba para “inventar” una historia y conferir a esa parábola una fuerza de verdad capaz de conmover y convertir a David. La mujer realiza una auténtica puesta en escena (se viste de luto), una pieza teatral, una ficción que adquiere la misma verdad que la vida real. Los artistas crean cada día historias que nosotros sabemos que son verdaderas, aunque hayan sido “inventadas”, pues Edmundo Dantés y Gregor Samsa son al menos tan verdaderos como nuestros amigos. La mujer sabia llega ante el rey y le cuenta una historia no verdadera de un hijo asesinado. El rey intuye que la mujer ha venido ante él por un plan de Joab. Pero el relato no verdadero y la puesta en escena no son condenados ni por el rey ni por el texto. Tal vez porque sencillamente el relato es completamente verdadero, una parábola encarnada y viva. La mujer sabia narra a David uno de los muchos fratricidios a los que asisten las madres en la tierra. El magisterio colectivo del dolor de las madres hace de esa historia inventada una historia verdadera y profética. La historia de la mujer sabia no es la puesta en escena de la trama de Joab. Es mucho más que eso. Solo una mujer podía contar una historia inventada como esa sin decir una mentira. Joab había escrito el guión, pero la mujer lo ejecuta con la misma libertad y creatividad con que se ejecuta una obra de jazz. Porque si Eva, la primera mujer, fue madre de un fratricida, cuando una mujer cuenta la historia de un fratricidio siempre cuenta una historia verdadera. Pero nunca cuenta solo una historia de muerte.
Publicado en Avvenire el 08/07/2018