Una experiencia de “corte” para encontrarse con uno mismo.
“Viajar es volverse mundano / es conocer otra gente / es volver a empezar”. Así suena un fragmento del maravilloso poema de Gabriel García Márquez*, que se tomó el trabajo de condensar todo lo que ocurre cuando uno arma las valijas y se va. Lo leo y me siento identificado, porque yo estoy dentro de ese ¿delirante? grupo de personas que deja todo lo que ha construido en el país que lo vio crecer para marcharse por un tiempo largo a otra ciudad, a otra cultura, a otra idiosincracia. “¿Que deja todo?”. Sin temor a fallar, en estas líneas vamos a animarnos a desmenuzar esa afirmación.
Tengo que confesar que estoy escribiendo un poco “verde” aun. Hace poco más de tres semanas que llegué a Sydney, Australia, un destino muy elegido por los jóvenes del mundo, y también de Argentina, para vivir. “Bienvenido al país de las oportunidades”, me dijo mi amigo Nicolás cuando llegué al Aeropuerto Internacional Kingsford Smith. Efectivamente, Australia ofrece una cantidad innumerable de posibilidades, que incluso se van descubriendo y aparecen a medida que transcurre el viaje. Todas muy tentadoras para el espíritu joven aventurero. Hablamos de trabajar en profesiones diversas, ganar algo de dinero, comprar un auto y recorrer la inmensidad y belleza del continente australiano, vivir en un departamento con amigos, ahorrar y con eso viajar al casillero siguiente, el curiosísimo sudeste asiático. Acá un día estás trabajando de mozo en un café en el centro de Sydney, y al otro te vas dos semanas a un barco a ofrecer tu mano de obra a cambio de la experiencia de vivir en altamar. O te contratan de un club de fútbol de la tercera división para ser parte del plantel. Así de incierta puede ser la vida del mochilero por estos pagos.
Australia brinda todas esas alternativas, incluso, dentro de un contexto muy amigable. Es un país cómodo, “vivible”, con parámetros, estructuras y pautas claras y definidas que permiten una convivencia en sociedad muy amena, en la que particularmente el dinero no resulta la primera de las preocupaciones. Así que este es el lugar en el que me lancé a la aventura y en eso estoy.
Hace rato tenía ganas de viajar. Y había algo de Australia que me tentaba mucho, quería conocerla, quería vivirla. Quería experimentar qué significaba ser un ciudadano más. Quería practicar el inglés, tener que hablarlo en mi cotidianeidad. Quería saber qué se sentía tener tu casa a dos cuadras de la playa, rodeado de la cultura del surf. Y también quería, casi como piedra angular de todo esto, hacer el viaje solo. Sabiendo, claro, que acá ya tenía algunos amigos y que iría a hacerme otros, pero con la idea de tener que valerme por mí mismo en el día a día, tener que tomar decisiones constantemente, no delegar ninguna incertidumbre que tuviese y poder transformarla en certeza por mis propios medios. Así es que de repente una cantidad de seguridades que me brindaba Buenos Aires, mi idioma, mi familia, mis lugares, mis amigos y otros “mis” que no seguiré enumerando por temor a descubrir que sean más de los que pensaba, se desvanecieron para ir hacia una especie de foja cero. Estar acá es romper estructuras, esquemas. Es mover los propios límites, poner la vara en una altura diferente, es animarse a correr riesgos. Es la exigencia de tomar una decisión que de certeza tiene poco y nada. Es ensanchar el pecho, abrir la cabeza y predisponer el alma para lo nuevo. Es aprender a estar solo y a descubrir qué hacer con eso. Como consecuencia de todo esto, es conocerse a uno mismo.
Pero prometí unos párrafos más arriba animarnos a pensar sobre esta idea de lanzarse a viajar y “dejar todo lo construido”. ¿Dejé todo? Partamos de una premisa: ya el solo hecho de movernos implica desprendernos de algo (material o inmaterial) de ese lugar donde estábamos previamente. Yo me desprendí de muchas cosas cuando decidí venir acá. Fue una elección radical: me voy solo con una valija y una mochila. Aun así, tengo claro que llegué a Australia construido por un montón de sensaciones, pensamientos, lugares y más personas que forman parte de lo que hoy soy. A pesar de todas las dudas, me fui de Argentina con certezas increíbles: sé dónde está mi casa y los lugares que me hacen bien, sé que está mi familia, sé dónde están mis amigos y aquellos con los que viví momentos maravillosos, sé que hacer periodismo y actuar son cosas que disfruto y que más pronto que tarde volveré a hacer, sé que aun si volviera antes de lo previsto, no sería nunca un fracaso. Por todo esto es que quizá me atrevería a decir que cuando decidí irme por un tiempo, habré dejado algo, pero me traje mucho. De hecho, es por todo eso que tengo ganas de animarme a lo desconocido.
Pero por lo visto son demasiadas las cuestiones que suscita el hecho de viajar. Así que aunque existan algunas ideas sueltas de un viajero amateur, como escibí antes, por suerte también están los poemas de García Márquez, que se tomó el trabajo de condensar todo lo que ocurre cuando uno arma las valijas y se va:
Viajar es marcharse de casa,
es dejar los amigos,
es intentar volar.
Volar conociendo otras ramas,
recorriendo caminos,
es intentar cambiar.
Viajar es vestirse de loco,
es decir “no me importa”,
es querer regresar.
Regresar valorando lo poco,
saboreando una copa,
es desear empezar.
Viajar es sentirse poeta,
es escribir una carta,
es querer abrazar.
Abrazar al llegar a una puerta
añorando la calma,
es dejarse besar.
Viajar es volverse mundano,
es conocer otra gente,
es volver a empezar.
Empezar extendiendo la mano,
aprendiendo del fuerte,
es sentir soledad.
Viajar es marcharse de casa,
es vestirse de loco
diciendo todo y nada con una postal,
Es dormir en otra cama,
sentir que el tiempo es corto,
viajar es regresar.
*El poema, en realidad, no pertenece al escritor colombiano autor de Cien años de soledad, sino a un poeta homónimo, nacido en México (1952), que suele publicar con el seudónimo de Gabriel Gamar. Este último es el verdadero autor del poema “Viajar”, publicado en 1978 durante un viaje por el continente europeo. Visitar: www.gabrielgamar.com.mx/quien-soy/
Artículo publicado en la edición Nº 616 de la revista Ciudad Nueva.