Durante la audiencia a la Comisión Pontificia que sigue los casos de pedofilia, reafirmó la tolerancia cero hacia esta “vieja” y “fea” enfermedad.
De por sí, decir al pan, pan y al vino, vino no es necesariamente una virtud. Por más que use un lenguaje directo, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, suele conjugar la franqueza con mala información y peores razones y, como suele repetir un respetado colega, José María Poirier: difícilmente se puede hacer el bien razonando mal.
Distinto es el caso en que la franqueza sirve para identificar cuestiones, aclararlas conceptualmente y ante errores, evitar eufemismos bizantinos para reconocerlos y asumir el compromiso de enmendarlos. En este sentido, la franqueza con la que suele hablar el Papa Francisco se transforma en una virtud. Este jueves, el Pontífice ha dado muestra de esta virtud durante su audiencia a la Pontificia Comisión para la Tutela de Menores, la que tiene un seguimiento de los casos de pedofilia que han involucrado a sacerdotes y religiosos, menos frecuentemente a religiosas.
Las palabras del Papa, en una breve intervención fueron derecho al grano y evitaron ambigüedades, dudas, reconociendo errores y asumiendo responsabilidades. Algo casi sanador para quienes han padecido abusos y, además de sufrir una crueldad, a menudo se han visto obstaculizados en sus tentativas de obtener justicia y establecer la verdad de los hechos.
En primer lugar, Bergoglio confirmó la firmeza de la Iglesia sobre el tema de la pedofilia. “Quien es condenado por abusos sexuales puede dirigirse al Papa para ser graciado (indultado)” pero “nunca he firmado una de éstas y nunca la firmaré. Espero que quede claro”.
Bergoglio explica las razones de esta decisión alegando que es una enfermedad. La persona que comete estos actos “se arrepiente, sigue adelante, lo perdonamos, pero después de dos años recae”. La transparencia de Bergoglio llega a hacerle admitir un error personal: al comienzo de su mandato, en el caso de un sacerdote italiano, eligió un camino más benévolo para el condenado que manifestaba arrepentimiento, pero que luego volvió a caer en la pedofilia. “Aprendí y nunca más volví a hacerlo”.
El Papa sabe que en la comisión interna de la propia Congregación para la Doctrina de la Fe, la que verifica que los procesos sean llevados a cabo correctamente y que también recibe las apelaciones y recursos de los procesos canónicos, por presión de los abogados, pueden verse inducida a reducir las penas de los culpables. Para compensar eso, Bergoglio dispuso que, si el delito está probado, no habrá instancia de apelación aunque se trate de un solo caso de abuso.
En su intervención el Papa ha querido apoyar la labor desarrollada por la Comisión Pontificia presidida el cardenal Sean O’Malley, cuya labor ha sido “profética”, en palabra de Bergoglio. Y también en este caso, el Pontífice no le teme a reconocer errores y omisiones: “La Iglesia llegó tarde”, dijo refiriéndose al problema de la pedofilia. “Quizá, la vieja práctica de desplazar a las personas, ha adormilado un poco las conciencias – reconoció -. Y cuando la conciencia llega tarde, también llegan tarde los medios para resolver el problema”. El problema, ha destacado el Papa, “en este momento es grave” también porque internamente algunos no han tomado conciencia de la gravedad del asunto. Por ello, desea el Pontífice que sea la Congregación para la Doctrina de la Fe a seguir los casos, “hasta que todos en la Iglesia tomen conciencia de ello”. Esta falta de comprensión del tema de la pedofilia explica, además, por qué destacando la labor de O’Malley, el Papa la defina como un trabajar “contra la corriente”.
En la reunión, Bergoglio también ha señalado que si, para seguir la cantidad de casos, hace falta contratar a más personal, eso se hará para evitar que haya causas estancadas. La Iglesia debe hacer que el tema “salga a flote y mirar en la cara”.
El Papa Francisco ha captado que la Iglesia no puede ocultar sus imperfecciones tras una cortina de palabras. El apóstol Pedro renegó a su Señor y Tomás dudó de su resurrección, Mateo fue un público pecador. Uno de los primeros pasos para que el mensaje evangélico pueda dar frutos consiste en enfrentar, cara a cara, nuestros límites y llamarlos por sus nombres. La primera franqueza nos la debemos a nosotros mismos.