Es el resultado las investigaciones realizadas por el japonés Yoshinori Ohsumi y que le valieron el premio Nobel de medicina.
La ecología no la inventamos nosotros los seres humanos, la naturaleza ya la tenía pensada desde hace rato. El término técnico de “autofagia” indica el proceso por el que la célula hace limpieza de lo que, en un determinado momento, resulta ser superfluo para ella.
Se entiende por superfluo las bacterias, por ejemplo, o los virus que desde el exterior han logrado penetrar en la célula para infectarla. O también las proteínas, los orgánulos y demás componentes de la misma célula que por algún motivo han quedado dañados o han envejecido demasiado.
El elemento a eliminar es envuelto en vesículas que lo sellan y lo transportan en los lisosomas, donde es degradado en componentes elementales que pueden ser utilizados nuevamente.
Cuando este mecanismo deja de funcionar correctamente, se acumulan en las células materiales en exceso que pueden provocar enfermedades como la diabetes tipo 2 o el morbo de Parkinson y otras enfermedades de la vejez.
Hasta hace unos años, se creía que la autofagia fuera un mecanismo utilizado por la célula sólo cuando esta tomaba la decisión de “suicidarse” (apoptosis) como respuesta a los mensajes provenientes de las células cercanas. En cambio Yoshinori Ohsuni descubrió que la apoptosis es utilizada también en condiciones normales, ya sea para hacer limpieza, ya sea para responder a un repentino mensaje de necesidad de energía, o también para sustituir con rapidez órganos dañados.
En definitiva, para sobrevivir en ciertos casos la célula “sacrifica” una parte de sí misma, degradándola y reutilizando el material elemental así recabado.
Para demostrar todo este proceso, a lo largo de muchos años, Yoshinori Ohsumi estudió cómo la levadura del pan lograba liberarse de las sustancias de deshecho. Y finalmente pudo demostrar que el mismo mecanismo es utilizado por las células humanas.