Es poco conocida la figura del titular de la primera cátedra de economía de la historia. Sin embargo, su pensamiento sigue actual.
Este año se cumplen 250 años de la publicación, en 1767, de las Lecciones de Economía Civil de Antonio Genovesi, el tratado más importante de Economía Civil. Los aniversarios son útiles si permiten mirar hacia atrás para ir adelante, como en el rubgy. Volver a Genovesi le podría permitir al mundo de hoy, no solo a Europa, ir verdaderamente hacia delante y en la dirección correcta.
Antonio Genovesi nació el 1 de noviembre de 1713 en Castiglione (hoy Castiglione del Genovesi), un pequeño pueblo a pocos kilómetros de Salerno (Italia), y murió en Nápoles en 1769. En 1736 fue ordenado sacerdote y al año siguiente se mudó a Nápoles, donde poco después comenzó a enseñar metafísica en la misma universidad donde daba clases Vico.
Debido a algunas acusaciones de herejía, tuvo problemas con las autoridades eclesiásticas de su tiempo y con los teólogos napolitanos, y por eso tuvo que pasar primero a la enseñanza de la lógica (disciplina teológicamente menos controvertida) y después, en 1749, a la economía, convirtiéndose en el primer catedrático de economía de Europa, con una cátedra privada, cerca de Nápoles.
Con respecto a la persona de Genovesi, su ilustre alumno y primer biógrafo, Galanti, escribe: «La Naturaleza, que le había destinado a cosas grandes, además de haberle hecho grande físicamente, guapo de cuerpo y de amable y atractiva figura, le había concedido una salud recia, maneras corteses y elegantes, y un talento tan valioso como singular para comunicar con claridad y gracia sus pensamientos. A estos afortunados atributos hay que añadir una vasta memoria, recto entendimiento y un alma grande; y, lo que es más raro, un genio elevado y distinto al de los sabios corrientes, que no piensan ni razonan si no es sobre las ideas de otros».
El idioma que Genovesi eligió para sus clases fue el italiano, porque, según decía, «escribiré como pienso, y hablaré como se habla entre nosotros, porque quiero que se me entienda, no que se me admire». Fue un incansable educador, difusor entre su pueblo de la técnica y las ciencias modernas, reformador del sistema educativo y un gran profesor. En uno de sus libros escritos “para jóvenes” – los destinatarios de sus tratados – escribía: «Las escuelas tienen que servir para formar cabezas para la República, no gramáticos ni polemistas para los cafés; para formar hombres llenos del sentido de una verdadera y sólida piedad, sentido de la justicia, la honradez y la amistad, para instruir y regir a la ignorante multitud».
Las dificultades que Genovesi encontró en el terreno teológico supusieron un obstáculo para su aluvión de ideas, que tuvo que desviarse hacia un cauce menos controvertido que el de la teología: el de la economía, donde las referencias a Locke y Hume eran menos sospechosas y menos importantes para la salvación de las almas. En sus últimos 15 años de vida, Genovesi se dedicó casi exclusivamente a las materias económicas, donde fue brillante y encontró reconocimiento universal. En el culmen de su actividad de estudioso y profesor, escribió las Lecciones, que son una summa de su pensamiento y de toda la economía civil. Escribía en una carta a un amigo: «Estoy a punto de llevar a la imprenta mis Lecciones de comercio en dos tomos. Encomiendo esta obra a la Divina Providencia. Ya soy viejo y no espero ni pretendo nada de la tierra. Mi finalidad es ver si puedo dejar a mis italianos un poco más iluminados que como los encontré cuando vine, y también un poco más afectos a la virtud, la única que puede ser verdadera madre de todo bien. Es inútil pensar en el arte, el comercio o el gobierno, si no se piensa en reformar la moral. Mientras a los hombres les salga a cuenta ser granujas, no hay que esperar gran cosa de los trabajos metódicos. Tengo ya demasiada experiencia». Muchos son los mensajes de Genovesi y sus Lecciones válidos para la Italia y a la Europa de hoy. Genovesi no temió innovar con respecto a la tradición: lo hizo y asumió su coste.
Pero también tenía una idea clara de la vocación de la tradición italiana: fue capaz de innovar porque conocía bien el genio de su cultura. La encrucijada que hoy tenemos ante nosotros también es clara: podemos seguir siendo “granujas” o hacernos finalmente cívicos.