Se cumple una década de la partida de Chiara Lubich, fundadora de los Focolares.
En el desgarrador contexto de la Segunda Guerra Mundial, Silvia Lubich, una joven maestra del Trentino, al norte de Italia, descubre la cercanía de un Dios que es Amor, y a Él consagra toda su vida.
Elige para sí un nuevo nombre, Chiara, inspirada en la radicalidad de la experiencia de Francisco y Clara, los santos de Asís. Sueña con una revolución social que dé respuesta al drama de la humanidad sufriente y, junto a sus primeras compañeras, se pone al servicio de los más necesitados.
Lejos estaba entonces de imaginarse portadora de un nuevo Carisma en la Iglesia: el Ideal de la Unidad que Dios le va revelando abre un original camino de realización personal y colectiva y se anticipa a los grandes cambios del Concilio Vaticano II.
En torno a Chiara Lubich nace la primera comunidad y se configura la Obra de María o Movimiento de los Focolares. Como la profecía evangélica anuncia, la experiencia de vida de los focolares (fuego del hogar, en friulano) llega hasta los confines de la tierra.
Millones de personas se comprometen con su chispa inspiradora en 182 naciones y participan de una etapa fundacional en la que surgen escuelas, centros de formación, ciudadelas, asociaciones, movimientos de amplio alcance y obras sociales inspirados en los valores y la práctica del Evangelio.
En 1977 Chiara dice, respecto de su obra: “La pluma no sabe lo que tendrá que escribir, el pincel no sabe lo que tendrá que pintar ni el cincel lo que deberá esculpir. Cuando Dios toma en sus manos a una criatura para hacer surgir en la Iglesia una obra suya, la persona elegida no sabe lo que tendrá que hacer. Es un instrumento. Y éste, yo creo, es mi caso”.
Su genio femenino despliega instancias de diálogo ecuménicos, interreligiosos y culturales nunca antes practicados y hace nacer una doctrina espiritual anclada en el modelo vincular trinitario.
Un camino signado por la relación con un Dios que es Padre e impulsa a encarnar su amor en la vida personal y social. Esta experiencia vital manifiesta la Verdad del Evangelio hecho cultura e ilumina cada forma del saber humano.
Las diferentes secciones, ramas y movimientos que conviven en la Obra de María han nacido de su fundadora y están atravesados por una única y contundente consigna: suscitar en todas partes gérmenes de unidad para hacer posible el testamento de Jesús: “Padre, que todos sean uno”.
Dentro de este abanico, y ya desde los primeros tiempos, el Movimiento Humanidad Nueva (HN) asume ese desafío y trabaja transversalmente con otras asociaciones, agrupaciones u organizaciones internacionales del ámbito civil o religioso promoviendo acciones representativas de la cultura de la fraternidad que lo anima.
Es una expresión de la Obra de María que se hace diálogo, reciprocidad, trabajo en red, concreción y comunicación de experiencias existenciales constructivas, frente a las múltiples fragmentaciones y criticidades del tejido social.
No impulsa prácticas filantrópicas, de reparación o compensación por las escandalosas desigualdades sociales. Su accionar está inspirado en un pacto comunitario sustentado por una dimensión mística, fuente de encarnación verdadera y compromiso con la persona humana en toda su dignidad.
A partir de su encuentro personal y comunitario con Dios, Chiara vuelve a la vida de todos los días, inserta en una ciudad que no está exenta de complejidades caóticas. En esta realidad, Chiara entiende que debe vivir lo cotidiano volviendo constantemente su mirada interior a aquella experiencia mística: “EI Dios de la unidad en el cual se sentían inmersos en el foco de la Trinidad”. Es desde esta premisa que Chiara comprende un “método”, un camino para la renovación de la sociedad y de la cultura. Se comprende, entonces, la importancia de estar inmersos en una fuerte experiencia de comunión y de unidad, que es el punto de partida para cualquier esfuerzo de cambio social. (….)
“La mirada de amor es un modo de conocer, porque quien ama ve en lo íntimo, en lo profundo, ve lo que no pueden ver aquellos que no aman”. (…) Estamos convencidos de que esto tiene una validez sociológica y que puede aportar a un nuevo paradigma en el análisis de la realidad social y el campo de acción transformadora.
“Jesus vive y actúa en el presente. Se encarnó, murió en la cruz y resucitó a una nueva vida. Él está en el corazón de cada realidad humana, pero se ‘descubre’, se pone de relieve, sujeto a nuestra libertad, que es la condición para revelarse. Él es la Vida, la Vida completa”, escribe Chiara. Olvidarlo, ocultarlo, separarlo, alejarlo de nuestra vida de seres humanos es –asegura con fuerza Chiara– una práctica herética de los tiempos presentes.
Las personas que participan de este movimiento quieren comprometerse con la persona humana en toda su dignidad y sostener saberes inspirados en la cultura de la fraternidad. Como pide el papa Francisco desean ser “levadura social”, ciudadanos activos, dispuestos a dar pasos concretos para vencer la exclusión y renovar las estructuras de la sociedad.
En el décimo aniversario de la partida de Chiara Lubich se evidencia ya cierta distancia temporal respecto de su persona y, por lo tanto, de su liderazgo. Una instancia privilegiada para mensurar cuánto el Carisma de la Unidad, pasada su etapa fundacional, continúa la misión de encarnar y dar alcance social a las múltiples obras de promoción humana que promueve en los más diversos ámbitos.
El sacerdote y actual vicepresidente de la Obra de María, Jesús Morán, analiza la necesidad de una “fidelidad creativa” a la hora de actualizar, encarnar y otorgar visibilidad al legado de Chiara: la construcción de la “familia humana”; la economía de comunión como modelo empresarial para una justa distribución de bienes; la construcción de una política tendiente a la unidad de los pueblos; la cultura del dar, de la paz; una espiritualidad colectiva y una doctrina teológica basadas en vínculos trinitizados.
Lo puntualiza para toda la organización pero muy especialmente para el movimiento Humanidad Nueva como dimensión de la Obra de María.
Un proceso de historicidad y apropiación de identidad que continúa recreando la misión de esa extraordinaria “…mujer de fe intrépida, dócil mensajera de esperanza y de paz…”, como la denominó el papa Benedicto XVI.
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Nota: Artículo publicado en la edición Nº 595 de Ciudad Nueva.