El atroz asesinato del padre Jaques Hamer en Saint-Etienne-du-Rouvray, en Normandía, marca un nuevo nivel en la escalada del terrorismo que se identifica abusivamente con el Islam.
Un ataque terrorista en Francia, lamentablemente, no es más una novedad. Pero un ataque de este tipo a una iglesia católica en tierra europea lo es. No estábamos acostumbrados y, por sobre todo, pese a las amenazas formuladas varias veces por el Isis, acaso no creíamos que habría podido suceder. Sin embargo, sucedió, con gran estremecimiento de todos. “Ya no sabemos qué pensar, qué hacer” me comentaba esta mañana una colega.
Atacar y matar mientras se reza, durante una misa, es un acto inconcebible y no puede ser cometido en nombre de una religión, la que sea. En Europa no estamos acostumbrados, pero en otros lugares del mundo, por ejemplo en Medio Oriente, es algo que lamentablemente se repite. En los últimos años ha habido ataques perpetrados contra mezquitas e iglesias mientras se realizaban celebraciones religiosas.
Nadie que cree en Dios puede aunque sea pensar en matar en nombre de Dios a alguien que está rezando a Dios, elevando a Él la plegaria de cualquier ritual o tradición que fuere. Por eso el Isis se está revelando cada vez más una organización criminal loca que, aunque diga actuar en nombre de una religión, nada tiene que ver con ese credo. Al respecto, me pareció significativa, entre muchas, la declaración del presidente del Consejo regional del culto musulmán de Alta Normandía. El imán Mohamed Karabila dijo sentirse “sacudido por la muerte” de su “amigo” sacerdote asesinado en modo atroz por dos jóvenes extremistas. “No logro comprender (…) aseguramos nuestras oraciones para su familia y la comunidad católica”.
Las expresiones del imán francés se sintonizan con las declaraciones del cardenal austríaco Christoph Schömborn, arzobispo de Viena, quien dijo esperarse “posturas más claras por parte de las autoridades musulmanas” contra el terrorismo de matriz yihadista. Sin por ello acusar a los musulmanes, el cardenal austríaco subrayó que “sea o no justo, el terror en este momento tiene una etiqueta islámica” y los terroristas se definen como adherentes al Islam, y no al cristianismo u otra religión. Esto es “un gran problema para el Islam”.
A su vez, el arzobispo de Viena admite que también la Biblia contiene “muchos párrafos crueles”, “también en el cristianismo encontramos raíces de violencia” y “no sin razón” el cristianismo ha sido acusado por su “fea historia de violencia en el pasado”.
El cardenal toma también distancia de los errores que como cristianos hemos cometidos y que tenemos que admitir. En especial en relación al antisemitismo o a las guerras de religión. Es un proceso reciente y Schönborn admite que “también nosotros hemos tenido un camino de aprendizaje”. Sin el “horror del holocausto es verosímil afirmar que el cristianismo no habría realizado una clara confesión del antisemitismo”.
Volviendo al terrorismo, Schönborn recuerda –y lo hemos señalado varias veces desde Ciudad Nueva– que “la gran mayoría de las víctimas son musulmanes”. No hay que olvidarlo, porque el riesgo es que nos sacudan sólo los episodios que acontecen en nuestra casa o cuando afectan a los cristianos.
También recientemente el terrorismo, o acaso mejor, la locura homicida y suicida, ha actuado sin descuentos. Quizás el aspecto de la locura no ha sido considerado suficientemente. Lo que el Isis ha conseguido realizar ha sido un progresivo lavado del cerebro que ha provocado y sigue provocando las más diferentes reacciones: miedo hasta el terror en algunos, odio por el Islam y los musulmanes en otros, y también mecanismos de imitación en las mentes más débiles. ¿Cómo calificar a alguien que lanza un camión contra personas inocentes, también niños, o que se hace estallar en medio de una muchedumbre de la misma fe pero de diferente tradición? Sin duda, la componente de desequilibro mental no puede ser soslayada.
Por eso, acaso sin darnos cuenta, las reacciones de los medios de comunicación, en los últimos meses, han suscitado más problemas que soluciones. Han hecho, como lo hemos denunciado con frecuencia desde estas páginas, el juego del Isis, creando una espiral en la que ahora hemos entrado todos, de diferentes maneras, pero que en todos los casos pueden ser peligrosas por las consecuencias que podrán producirse.
El combate habrá de llevarse a cabo no sólo contra las armas y los ataques suicidas, tratando de garantizar la seguridad de los ciudadanos (y habría que hacerlo no sólo en Europa occidental), sino provocando una ola capaz de neutralizar la guerra mediática del Isis. La verdadera amenaza, a menudo latente, para el futuro.