El genial e impar escritor, dibujante y polemista rosarino, el Negro Fontanarrosa fue un canalla de ley, pero su amor por la camiseta no le impidió hacer pública su fascinación por el Diez. “Qué me importa lo que Diego hizo con su vida, me importa lo que hizo con la mía”.
La frase viajó a la velocidad de la luz por todos los medios. Su autoría resulta casi imposible de corroborar, pero la damos por veraz en su atribución a Roberto Negro Fontanarrosa, canalla hasta las verijas.
La pasión por el fútbol del Negro era incontenible, le gustaba jugarlo, ir a la cancha, mirarlo por televisión y también hablar, pensar, escribir, sobre el deporte que abrazó de pequeñín. Fana de Rosario Central, pero eso no empañó la alegría que sintió al saber que Maradona iba jugar en Rosario, aunque fuera con la camiseta de Newell’s, su eterno rival.
Así y todo, fiel al espíritu del fútbol de la ciudad, que no le perdona ni una victoria pírrica a sus adversarios, cuando vio que el desembarco del Diez en el club del Parque no había tenido ni por asomo la gloria que los hinchas leprosos esperaban y que los canallas temían no pudo contenerse y lanzó una mordaz humorada: “Lo de Maradona en su enunciación pareció que iba a ser muy grave y después resultó una broma al revés. Es como si el más encarnizado de tus vecinos se compra un Rolls Royce. Te mató. Y después no lo puede sacar del garaje”.
Fontanarrosa disfrutó de la magia de Diego. Sus amigos de “La mesa de los galanes”, bien lo saben. Cuantas veces lo han escuchado elogiar las filigranas de Maradona con la camiseta argentina, la maravilla del gol a los ingleses y tantas más que acaso a otros, los que se suben al bondi de la redonda para los Mundiales o las finales de la Libertadoras, pero a él no, porque Fontanarrosa era futbolero en serio, que aprendió a vibrar los partidos escuchándolos por la radio. Lo dijo él mismo: “Si hubiera que ponerle música de fondo a mi vida, sería la transmisión de los partidos de fútbol”. Era un hincha de cada domingo en tablón y de toda la semana en el café. Por eso quería y admiraba a Maradona, porque, a pesar de sus mil y una trapisondas, lo hacía infinitamente feliz con sus ocurrencias en la cancha. Y eso que él había visto brillar en el césped del Gigante al otro gran campeón del mundo, Mario Alberto Kempes, y con la camiseta azul y amarilla.
En su libro “No te vayas campeón” trazó semblanzas de los futbolistas que vio jugar y lo marcaron para siempre. Maradona, claro está, ocupó un lugar de privilegio en sus recuerdos. “La primera vez que lo vi fue cuando jugaba para Argentinos, en el Parque Independencia. Hubo algo que me impresionó de él en ese partido, además de su melena enrulada, y era que jugaba como lo haría un veterano, o al menos eso me pareció aquella tarde”, escribió con trazo firme. Para que no quedaran dudas de lo que había sentido aquella tarde se explayó: “Anduvo por la mitad del terreno, trotando, casi sobrando el partido, con una economía de movimientos ayudada por su técnica que siempre le permitía dominar la pelota en un solo tiempo. Y se cansó de meter pelotas largas, cambios de frente, con enorme justeza y precisión”. Y remató: “El encuentro de Maradona y Brindisi en Boca fue como el encuentro de dos almas gemelas, de dos espíritus sensibles a quienes, en algún momento, el destino habría de juntar en una comunión digna de ser cantada por Armando Manzanero”.
En abril de 2004, cuando Maradona le hizo una gambeta a la muerte, el Negro lo anticipó, casi sin quererlo, pero con una precisión de relojero suizo: “Es Diego. No lo den por vencido ni aun vencido. Recuerden que humilló al pirata inglés dejando a varios de ellos despatarrados por el piso. Recuerden que demostró que la mano es más rápida que la vista. Y que salía entre cuatro con el balón pegado a su zurda mágica, y sacando la lengua, como burlándose. Recuerden eso.”
En un relato imborrable confesó que su esposa Liliana “entró dos veces a la habitación matrimonial para despertarlo más temprano de lo habitual: cuando estalló la guerra de Malvinas y en 1993, cuando Diego Maradona firmó para Ñuls”.
Desde el pasado miércoles 25 de noviembre, el Negro sigue dibujando y vivando al Diego: desde ese día juegan eternos picados en diversas nubes celestiales…