Lula, Brasil y las partidas todavía por jugar

Lula, Brasil y las partidas todavía por jugar

El ex presidente se sometió a la justicia y comenzó a cumplir su condena a 12 años. Seguir en rebeldía habría expuesto su flanco a críticas insuperables.

El ex presidente de Brasil, Inacio Lula da Silva, finalmente se entregó a la justicia luego de prolongar hasta el sábado su breve rebeldía a la orden de captura emitido por el juez Sergio Moro. Desde su reducto, en la sede del sindicato de los metalúrgicos de Sao Paulo, Lula arengó a cientos de seguidores que le pedían seguir resistiendo durante un encendido discurso. El sábado por la mañana transformó en un acto político la misa en memoria de su esposa, fallecida el año pasado de cáncer, en el que destacó la persecución política de la que es víctima. La defensa de Lula insiste en que no hay pruebas en el fallo que lo condena a 12 años de cárcel por corrupción pasiva y lavado de dinero.

Para hacer valer su tesis, los abogados tienen dos instancias ulteriores a las que han recurrido. Pero mientras tanto, se aplica la ley con Lula como en los demás casos y por ello el ex mandatario terminó por cumplir con su condena. Por ello ha sido trasladado a la cárcel de Curitiba. Habría sido problemático sostener su lucha en rebeldía. Ante todo, por una cuestión de seguridad pública. En medio de la tensión que se percibía la semana pasada, el gesto de algún exaltado podría haber enlutado su lucha política. En segundo lugar, Lula se habría expuesto a la incongruencia de defender el Estado de derecho sin someterse a uno de los poderes que defiende como posible candidato a la presidencia en las elecciones del próximo mes de octubre.

A nadie se le escapa, ni a Lula ni su partido, el PT, que la partida principal es precisamente la de las elecciones presidenciales. La normativa vigente impide presentar a candidatos con deudas con la justicia. Por lo que, de no ser que haya hecho nuevos, Lula quedaría excluido de la competencia electoral.

Los sondeos dividen el país en tercios. Uno apoya decididamente al ex presidente. Tanto es así que la intención de voto a su favor alcanza el 36%. Otro tercio se opone con la misma decisión a un nuevo mandato suyo, el tercero. Son los sectores que nunca han visto con buenos ojos la llegada al poder de la izquierda. Es allí que otro aspirante candidato, Jair Bolsonaro, recoge el 20% de intenciones de voto. El pre candidato de derecha, un nostálgico de la dictadura militar, apela a un fundamentalismo bíblico tras el cual se oculta su falta de ideas. Para muchos eso es suficiente. Un último tercio del electorado se mueve en la zona gris de la indecisión, posiblemente sumido en la incertidumbre ante la extensión de la plaga de la corrupción a casi todos los partidos políticos y hasta las más encumbradas autoridades estatales, comenzando por el presidente Temer, el más impopular de la historia, con menos del 5% de apoyos. Durante el fin de semana, el congreso de Rede, el partido de la ambientalista y ex ministra Marina Silva volvió a presentar su candidatura a la presidencia. Su caudal histórico de voto ronda el 20% y es ajena a todo contubernio con la corrupción.

Las partidas por jugar en Brasil son al menos dos. La más urgente es una cuestión moral de grandes proporciones, que va de la corrupción que ha penetrado en los ganglios de la política y del Estado, a los 60 mil homicidios que se cometen cada año en el país. La otra es el de un modelo económico sustentable. El que se aplicó durante el gobierno de Lula y de su sucesora, Dilma Rousseff, demostró poder funcionar sacando de la pobreza a 20 millones de ciudadanos, pero eso fue posible mientras el país crecía. En situaciones de billetera vacía el inmenso déficit fiscal que genera se torna insostenible. Pero tampoco es sostenible la actual política económica, que crece postergando políticas sociales que hacen a una mayor igualdad entre los ciudadanos. Por el momento, los poderes económicos han recuperado el control de la economía, en desmedro de la política. ¿Cuál puede ser el modelo económicamente sostenible? Es un debate que este país gigante –y toda América latina– todavía se debe.

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